Sociedad

Macarras ibéricos: los orígenes del ‘bakalaero’

Desde los famosos quinquis de Barcelona que fueron inmortalizados en el cine hasta los macarras bilbaínos, el escritor Iñaki Domínguez ofrece en ‘Macarras ibéricos: Una historia de España a través de sus leyendas callejeras’ (Akal) una mirada canalla al macarrismo patrio. Pasa inevitablemente por la famosa Ruta del Bakalao, ofreciendo un retrato descarnado de ese fenómeno de la Comunidad Valenciana que marcó a toda una generación.

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05
julio
2022

El macarra tradicional de los setenta y ochenta «desaparece» con la llegada de las tribus urbanas, al menos como figura individualizada. El macarra es asimilado por estas nuevas identidades globales de consumo, muchas de las cuales son muy violentas. Si existe en España una tribu urbana proverbialmente macarra es la de los bakalas; una identidad, por otra parte, muy local, con unos rasgos autóctonos muy definidos, que varían incluso de ciudad a ciudad. Es, de hecho, este elemento autóctono lo que otorga, en gran medida, macarrismo al bakala.

Si a finales de los setenta y principios de los ochenta el macarra era encarnado por el típico personaje de cine quinqui, con sus pantalones vaqueros apretados y sus chaquetas vaqueras como los personajes de Navajeros (1980) o Colegas (1982), en los noventa el macarra paradigmático es el bakala. De la irrupción de este arquetipo hablaremos a continuación.

Ser bakala era equivalente a ser de barrio, a ser malote y violento. Muchas de las tribus urbanas han tenido fama de violentas. De hecho, casi todas ellas se han caracterizado por su violencia: rockers, neonazis, raperos, bakalas, punks, etc. Pero los bakalas representan la tribu más macarra de todas las que han existido. De hecho, a sus filas fueron a parar aquellos que en otras épocas habrían sido considerados simples macarras.

El bakala es una mutación del neonazi que, según estimamos, surgió primero en Barcelona y que, luego, se extendió por otras partes de la geografía española, en cada ciudad con rasgos identitarios propios. Es, además, una identidad más autóctona que cualquiera de las demás. Los bakalas no son un simple calco de tribus urbanas aparecidas en países anglosajones. Por otro lado, estos bakalas (con k) no son representativos de la primera escena del bacalao valenciano de los ochenta y primeros años noventa. De algún modo, estos nuevos bakalas se apropian la escena y la música de este fenómeno cultural imbuyéndolas de un nuevo espíritu mucho más agresivo y pendenciero.

Para empezar, tomaremos algunas citas de la obra de Joan Oleaque, especialista en la Ruta del Bacalao, su decadencia y los orígenes de la sucesora, la del Bakalao con k. Por suerte, además de leer su libro En éxtasis (2004), pude entrevistarle personalmente. Según él, la Valencia callejera de los setenta se dividía en «Progres y fachas; peras –o pijos– y garrulos –pandilleros–… en la prehistoria democrática había quedado establecido que estos eran los principales segmentos tribales y gregarios dentro de los cuales los postadolescentes podían camuflar su confusión individual. Los progres se concentraban en el barrio del Carmen para adorar a los cantautores, las borracheras rebeldes y los poemas; los fachas en el barrio de Cánovas, reunidos en torno a bandas delictivas deriva- das de los Guerrilleros de Cristo Rey […]».

El bakala es una mutación del neonazi que, según estimamos, surgió primero en Barcelona y que, luego, se extendió por otras partes de la geografía

«Los peras no tenían ideología real, aunque vestían igual que los fachas y aspiraban, como aquellos, a ser respetados y a procrear únicamente entre los de la propia especie, aunque no basaban sus aspiraciones en las peleas, sino en un aspecto clasista implacable que ya había nacido pasado de moda; los garrulos [entiéndase macarras], finalmente, eran los que dominaban las calles como si fuesen el Oeste americano, porque no eran capaces de dominar de ningún otro modo: eran los que pasaban de todo, porque todo pasaba de ellos… Los peras y los garrulos eran los grupos que más se hacían notar, y los que se repartían mayoritariamente las discotecas, tratando de no cruzarse los unos con los otros».

Por entonces, en diversas ciudades del país tenía lugar una lucha de clases en las calles, entre pijos y macarras; una lucha aparentemente desideologizada, pero no carente de contenido político implícito. Las mescalinas eran la droga de moda durante la primera Ruta. Se dice que eran unas cápsulas con MDA que empezaron a ser consumidas en torno a 1983. Te ponían de buen rollo, aunque estuvieses enfadado o fueses «la tía más antipática del mundo. Hacías amigos aunque no quisieses…». Eran llamadas mescalinas porque se creía que su contenido provenía del cactus San Pedro. Siendo MDA era, también, una sustancia psicodélica que podía llegar a producir alucinaciones. Por lo visto, un químico de Barcelona era la fuente que nutría a los juerguistas valencianos. La Ruta original, pues, no era violenta en absoluto, sino más bien al contrario.

Hablo con Joan Oleaque: «El año 87 es cuando en Ibiza y el resto del mundo moderno estalla el acid house y empiezan a organizarse raves. Pero en Valencia, que en ese momento era punta de lanza underground masivo, este [estilo acid house y rave] no acaba de entrar, porque ya tiene una manera propia de hacer. Una serie de cosas que tienen que ver con guitarras, con techno muy primitivo. Eso acaba produciendo un cierre en sí mismo. Valencia se aparta tanto de la evolución estética como musical a nivel de discotecas. [A causa de] ese cierre [cultural], el acid acaba rápidamente consumido por sí mismo, y acaba banalizado, acaba convirtiéndose en algo bastante popular y populachero, y acaba inspirando música electrónica mucho más barata».

«Esto ya existía, existía en Holanda, en Inglaterra… Pero aquí se adapta, se adapta a través de Barcelona. Ellos hacen una versión mucho más comercial de todo lo que pasa en Valencia y para otro tipo de público. Es decir, no tanto para alguien moderno, sino para aquel que no puede participar del rollo cool, que es más propio de Barcelona o más pijo. Y en discotecas como Psicódromo y otras por el estilo esto empieza a crecer. Entonces, discográficas que eran independientes y que hacían megamix basados en el funky, de lo que se pinchaba en la Costa Brava, dicen: «¡Ostras!, ¿aquí qué pasa?» Entonces, [algunos] DJ empiezan a hacer copias de esto que estamos hablando. Entonces nace el concepto de mákina.»

En diversas ciudades del país tenía lugar una lucha de clases en las calles, entre pijos y macarras; aparentemente desideologizada, pero no carente de contenido político implícito

Se crea esta nomenclatura desde Cataluña, empleada por los medios mismos, y eso hace que se pinche música más comercial y más barata, hecho que modifica el tipo de gente que disfruta de ella: «Al principio en Valencia o tenías un conocimiento musical bastante fuerte o tenías una cabeza bastante abierta para entender que lo que ibas a escuchar ahí era algo que no ibas a escuchar en ninguna parte y que, te gustara o no, tenías que hacer como que te gustaba, porque era lo que tocaba. Ahí es cuando nace la perdición..»

«Garrulos [macarras] siempre ha habido…, pero, digamos, que esta gente iba ahí para ver qué pasaba y al final ellos se acabaron adueñando del cotarro. Hasta el año 93 en Valencia las discotecas tienen color real, están muy bien. En el 93 empieza el rollo persecución mediática, de historias. Con el rollo de los medios que ponen a caldo el bacalao lo que se consigue es que cada día vaya más gente. Pero ¿qué tipo de gente? [risas]. Se convierte en algo masivo.

«Esto [último], como puedes imaginar, está relacionado con un cambio en el tipo de droga, que cada vez es peor, más barata y el consumo es más absurdo. Con lo cual, se crea una situación bastante mala. Siempre venía gente de Madrid, pero al principio eran artistas y músicos como Radio Futura. Y luego es el tipo de gente que tú has dicho [es decir: macarras].»

«No porque la música de Chimo Bayo se hiciese muy popular; las discotecas punteras de aquí cambiaron el tipo de música. Fue por la masa de gente que empezó a acudir a esas salas, que era una masa que no estaba preparada para nada para un discurso vanguardista, de ninguna de las maneras humanas. [Las discotecas] se fueron adaptando a eso.» «Además, empezó a ser muy complicado traer música de Inglaterra, porque era muy cara, ¿vale? Y salía más barato traerla de otros países de Europa que hacían sonidos más comerciales, que encajaban con este rollo [de la mákina].»

Oleaque parece aquí adoptar un enfoque platónico a la hora de valorar la influencia de la música en la conducta humana. Como dijo el filósofo ático en su República: «La música es un arte educativo por excelencia, se inserta en el alma y forma en la virtud.» Dijo también: «La música es para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo.» En Platón, como en los pitagóricos, la música educa y purifica el alma. Sólo que, al igual que puede formar en la virtud, una música inadecuada corrompe al ciudadano.


Este es un fragmento de ‘Macarras ibéricos: Una historia de España a través de sus leyendas callejeras’ (Akal).

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