Sociedad

«La vulnerabilidad nos define como seres humanos»

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18
julio
2022

Cuando uno piensa en el trabajo de Miquel Seguró, es difícil no pensar en la ética, la cual, afirma, sirve para «preguntarse cómo vivir en lo concreto y en lo universal». El filósofo catalán, en la actualidad profesor en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y en la Universidad Ramon Llull, es también uno de los directores de la revista ‘Argumenta Philosophica’, y su último libro se titula ‘Vulnerabilidad’ (Herder). ¿Son los seres humanos, ante todo, seres vulnerables?


La angustia en Heidegger es algo similar a la esencia del ser en el mundo. ¿Ejerce para usted la vulnerabilidad dicha función?

No exactamente. Para mí, la vulnerabilidad es lo previo a cualquier experiencia, la condición de posibilidad de cualquier relato o reconstrucción de la misma; a mi modo de ver, ese a priori existencial lo jugaría la temporalidad en la filosofía de Heidegger. En relación a la idea de vulnerabilidad, es habitual asociarla con experiencias poco agradables, pero en mi concepción la vulnerabilidad es la condición existencial que permite también dar paso a experiencias agradables. En mi libro Vulnerabilidad exploro esta tesis fundamental de la vulnerabilidad como afectabilidad, y esta última puede ir en varias direcciones y dejar huella de diferentes maneras.

«Es incomprensible que como especie todavía no hayamos logrado eliminar las vertientes sufrientes de la vulnerabilidad»

El rol del dolor parece cobrar actualmente un especial protagonismo y valor. ¿Qué función cree que tiene la vulnerabilidad en este sentido?

Una de las caras de la vulnerabilidad es su dimensión sufriente, pero en este punto hay que diferenciar entre la vulnerabilidad constitutiva, en el sentido de que todos somos afectables, y las vulnerabilidades absolutamente sobrevenidas y, por lo tanto, reversibles, que son consecuencia de nuestras actuaciones. La injusticia o las desigualdades, por ejemplo, son completamente contingentes y dependen de nuestra forma de relacionarnos entre nosotros. Como he dicho antes, vulnerabilidad significa afectabilidad, y precisamente porque podemos afectar y ser afectados, las cosas pueden ir mal pero también pueden cambiar completamente de rumbo. Está en nuestras manos eliminar todas las vertientes sufrientes de la vulnerabilidad que dependen de nuestras acciones u omisiones, todas sin excepción. Es incomprensible que como especie todavía no lo hayamos logrado.

Actualmente, en la posmodernidad, es difícil hallar una verdad absoluta. ¿Somos particularmente vulnerables hoy en día?

La pregunta plantea dos asuntos diferentes: en primer lugar está la condición vulnerable, que siempre encarnamos y que nos define como seres humanos; en segundo lugar, está la cuestión de la relación con esta realidad, sobre todo las implicaciones menos agradables de esa condición: cuando nos enamoramos o disfrutamos de los sentidos durante una comida, por ejemplo, eso también es gracias a la condición vulnerable. Sin embargo, cuando la vulnerabilidad implica conciencia de finitud, contingencia o incertidumbre, ahí nos cuesta más acomodarnos y protestamos. En este sentido, creo que la posmodernidad, que es muchas cosas y no solamente una, puede ayudar a reflexionar precisamente sobre esto: que las cosas son complejas, que los discursos quedan abiertos a más y mayores conocimientos y que las verdades y concepciones del mundo están sujetas a su falibilidad. A partir de ahí tenemos el reto de decidir qué hacer ante esta situación, y creo que se aprecia que lo relevante no solo es la vulnerabilidad como tal, sino cómo nos relacionamos con ella. Es decir, cómo la integramos y de qué modo somos capaces de asumir las implicaciones de reciprocidad y responsabilidad que, por ejemplo, comporta en el proceso de construcción de nuestros conocimientos. En este sentido, no me cansaré de repetir la gran diferencia que hay entre el relativismo y el perspectivismo. El primero cierra la discusión, mientras que el segundo la deja abierta; lo que se ajusta a la condición vulnerable no es el relativismo, sino el perspectivismo.

«La función de la filosofía es cuestionar y tratar de responder»

La filosofía no está gozando de favor en las aulas actualmente. ¿Cree que esto hará más vulnerable a la futura ciudadanía frente a los intereses políticos y empresariales?

Vulnerables lo somos siempre y en todas las direcciones. Soy un defensor de la filosofía y de su valor, por supuesto, pero no un fetichista de la misma: parece que con el estudio de la filosofía se arreglarían automáticamente muchas cosas, y eso tiene poco de filosófico. Siempre está la libertad. La función de la filosofía es cuestionar y tratar de responder, para luego volver a preguntar a partir de lo respondido y tratar de volver a reconstruir… Y así, sin fin. En ese cuestionamiento podemos descubrir varias cosas: la primera, que las cosas son complejas y que siempre queda una complejidad que es irreductible; y segundo que debemos salir a la calle día a día preguntándonos cómo aprender a vivir y convivir bien en medio de tanta complejidad. En este sentido, creo que la filosofía puede ayudar a hacernos conscientes de ambas cosas, pero también las humanidades en general, las ciencias sociales y hasta las ciencias puras: todas nacen y remiten a la amplitud de la experiencia humana. Quizás lo más específico de la filosofía sea la autoconciencia de esos límites, de la mutua necesidad y de la apertura y dinamismo de nuestros conocimientos, tanto los teóricos como los prácticos. Por eso entiendo que la filosofía encuentra su relevancia en que ayuda a hacer de lo que nos pasa experiencias de vida; es decir, a darnos cuenta de que no somos solamente sujetos pacientes, a expensas de lo que sucede, si no también sujetos que son agentes de lo que puede llegar a suceder. Y eso tiene un gran potencial en el desarrollo de la autonomía.

El libro presta especial atención a Descartes. ¿Qué significación cree que tiene el filósofo francés para la actualidad de nuestras vidas?

Para mí es un autor de referencia no solamente por lo que dice, sino por cómo lo expresa. También por lo que parece que deja de decir o por lo que da a entender en sus cartas. Su obra tiene muchos matices, y es una aventura continua adentrarse en ella. Además, en el libro me pregunto también si nuestra época es en cierta medida barroca, en el sentido de que hay una gran emotividad, una crisis de las certidumbres y un proceso de transformación social y económico muy acusado. Y claro, Descartes fue uno de los grandes pensadores del siglo XVII. Una de las grandes cuestiones que siempre me ha impactado de él es que, aunque su pensamiento parta y remita a la experiencia de la subjetividad, sus cartas y la dinámica de su vida nos permiten sopesar que estaba muy pendiente de lo que pasaba a su alrededor y de lo que pensaban sus coetáneos. Salvando las distancias, eso me recuerda un poco a nuestro modo de vivir, muy metidos en nuestros mundos y teóricamente desconectados del entorno y, sin embargo, muy pendientes de nuestra imagen en las redes sociales o de la acogida de nuestras opiniones. Lo cual tiene muchas lecturas, como que el individuo nunca se basta a sí mismo, porque es, una vez más, vulnerable, afectable, lo que hace que estemos lanzados a la relación social y a la interdependencia.

«¿Es nuestra época barroca con esta gran emotividad, esta crisis de las certidumbres y este fuerte proceso de transformación socioeconómico?»

¿Cómo cree que nos afecta el relativismo a la hora de entender la realidad en la actualidad?

Vuelvo a lo que he comentado antes: hay una gran diferencia entre el relativismo y el perspectivismo, sobre todo en cuanto que el primero cierra la discusión, mientras que el segundo la deja abierta. El relativismo estipula que todo es relativo, lo cual es una paradoja: si todo lo es, también su afirmación debería serlo; el perspectivismo, sin embargo, señala que siempre ocupamos una determinada butaca en el teatro del mundo, lo cual determina y condiciona nuestra manera de ver las cosas. Es decir, que puede que desde nuestra perspectiva haya cosas que no podamos apreciar simplemente porque no podemos apreciarlas desde esa perspectiva, pero no porque no existan; quizás cambiando de butaca sí las veríamos. Entiendo el perspectivismo como una especie de duda metódica constante que pone en cuestión el hecho de que una perspectiva agote las posibilidades de observación del mundo: siempre puede haber algo por aprender y por contemplar; el relativismo, en cambio, creo que postula una verdad formal de la que no se sale.

En un mundo supuestamente globalizado, ¿es factible compartir una ética unitaria y universal?

Por una parte sí, pero por otra no. Es posible reconocer que en virtud del perspectivismo puede haber diferentes maneras de pensar la realidad y de expresarla, pero al mismo tiempo no todas son iguales, ya que el relativismo es un a priori, y en el mundo vemos que no tienen las mismas consecuencias unas posturas que otras. En el libro propongo la vía del no-criterio para pensar la ética, siempre teniendo en cuenta que la ética es siempre una ética del cuidado; es decir, de tenernos unos a otros en asistencia mutua no solo en los malos momentos, sino también en los buenos; sin paternalismos y con plena responsabilidad. La ética del cuidado, que a mi modo de ver expresa la vulnerabilidad antropológica que comentaba antes, tiene, por supuesto, su eco en la idea de la política. Hay que pensar la política en clave de vulnerabilidad y asumir que la política es vulnerable –y, por lo tanto, afectable– en relación e interdependencia con muchas otras esferas que forman parte de la vida concreta y palpable, del día a día. En definitiva, una política del cuidado.

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