Sociedad

Los señalados

En un mundo cada vez más polarizado y en el que los extremos dominan la política, quienes escriben en los medios de comunicación han acabado pagando la factura. Los ‘trending topic’ ya no son un halago: son la una nueva fuente de presión contra los periodistas.

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17
junio
2022

Algunas periodistas pasan sus cuentas de redes sociales a privado cuando publican según qué temas. Es un acto preventivo, una forma de curarse en salud ante la posible cólera de los lectores. A veces ni siquiera se trata de temas especialmente polémicos, pero tienen una certeza después de años entre plataformas: alguien se sentirá ofendido y atacará, especialmente si lo publica en un medio popular.

La presión sobre quienes trabajan en los medios de comunicación ha existido siempre. Los lobbies no son algo nuevo, como tampoco lo son las llamadas a redacción para preguntar «cómo has publicado eso». Sin embargo, internet ha cambiado las cosas, dando lugar a una democratización de la presión. Esto tiene una vertiente positiva, ya que ha hecho que quienes estaban lejos de los filtros de poder tengan capacidad para señalar sus posiciones, pero también muestra un rostro negativo: ha creado un clima en el que trolear o condenar al trending topic al periodista de turno es mucho más sencillo y accesible que nunca. 

A estos efectos de la red se suma también una mayor polarización política, y aunque algunos indicadores señalan que todo sigue igual, en realidad están creando un espejismo, como se desprende de los datos aportados por el análisis de CaixaBank Research. Lo cierto es que la polarización política ha ido en aumento en la última década –el 77% de los españoles ya cree que el país está más dividido–, lo que ha aumentado la separación entre los partidos políticos, sus votantes y los demás. 

Internet ha cambiado las cosas, dando lugar a una democratización de la presión

De este modo, al volver las agendas cada vez más extremas, las reacciones ante los otros se tornan más apasionadas, lo que no solo ha afectado a las temáticas analizadas por los medios –que necesitan las audiencias que generan esos temas con visiones más radicales– sino que además han tocado de forma directa a quienes escriben en ellos. Los lectores han olvidado la neutralidad periodística y lo leen todo en una clave maniquea: contra nosotros o con nosotros. De este modo, ¿podemos seguir hablando libremente acerca de cualquier tema? Un estudio de GESOP realizado hace pocos años señalaba ya entonces que el 61,9% de los españoles creía que la libertad de expresión estaba en retroceso. 

A esta situación también hay que añadir otros criterios, como ocurre con la cuestión de género. Los ataques contra las mujeres que escriben en medios –ya sea información u opinión– son más elevados que los que protagonizan los hombres. El estudio que The Guardian hizo en 2016 sobre los comentarios que sus lectores habían dejado a lo largo de los años en su edición digital puede ser un poco antiguo, pero es todavía la más amplia investigación realizada al respecto, y sus conclusiones son claras: de las 10 firmas más atacadas por los comentaristas, 8 eran mujeres. Según concluía el análisis, los artículos escritos por mujeres «atraen más abuso y troleos desdeñosos que aquellos escritos por hombres».

Se ha de sumar también la despersonalización inherente al actual modelo de internet, que lleva a que esas mujeres que firman no se vean como personas y que, por muy desagradables y virulentos que sean los ataques, quienes los emiten los minimicen. «Me dijo que no pensaba que el comentario fuera tan malo», le dijo a una periodista británica uno de sus trolls. Estas declaraciones las recoge un artículo de S Moda en el que quien lo firma, la periodista María López Villodres, cuenta, justamente, como las reacciones virulentas en redes a un artículo –y uno con un tema ligero y agradable– acabaron llevándola a no tener una presencia pública en redes sociales.

Un estudio de GESOP ya señalaba hace años que el 61,9% de los españoles creía que la libertad de expresión estaba en retroceso

Este último punto es muy importante, porque la virulencia en internet y la presión de las masas de internautas no identificados acaba teniendo un efecto sobre quién publica y quién no: poder no tirar la toalla se ha convertido en una suerte de nuevo privilegio. Este es precisamente uno de los puntos que se mencionaron más de una vez en el congreso de periodistas As mulleres que opinan son perigosas, reunido recientemente en Pontevedra para hablar de opinión en medios. Las consecuencias de esa exposición pueden acabar siendo, de este modo, un freno para algunas profesionales jóvenes. 

Tampoco es igual el modo en que una avalancha de críticas afecta al futuro y al presente profesional de una firma consolidada que a quien es uno más –sea hombre o sea mujer– dentro de la redacción. En resumidas cuentas, estas presiones pueden llevar a que no se afiancen o no entren nuevas (y necesarias) voces en los medios de comunicación. 

Es casi una cuestión de clases sociales y poder aplicada a quien escribe, algo que también se puede aplicar en cierto modo a las propias críticas y a su potencial. En Ofendiditos: Sobre la criminalización de la protesta, Lucía Lijtmaer apunta que, aunque se tiende a acusar a los ofendiditos de tener un elevado poder a la hora de cancelar, la realidad es matizable. El «Fiero Analista», la figura que Lijtmaer opone al ofendidito, ocupa posiciones de poder que establecen un desequilibrio entre unos y otros. «El ofendidito es el nuevo objeto de mofa que sustituye a la “señora de Cuenca”», escribe. Por mucho que se ofendan en internet los lectores, la voz de poder, al contrario que otras, posiblemente seguirá resistiendo. 

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