Sociedad

Sé como yo y te irá bien: el narcisismo proyectado sobre los hijos

Los niños en los que hoy proyectamos nuestros miedos, frustraciones y sueños, mañana serán adultos con una pesada mochila emocional. Como padres, debemos respetar la libertad de los hijos para equivocarse y aprender de sus errores.

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20
mayo
2022

¿Tener un hijo te convierte en padre? Basándonos en la definición que figura en el diccionario, es evidente que sí. Pero hay algo de la paternidad que se construye, que no viene dado por el simple nacimiento, que requiere de un esfuerzo consciente y diario: la crianza. Que nadie se confunda; no hay un modelo rígido de paternidad al que debamos aferrarnos incondicionalmente. Lo cierto es que existen diferentes estilos de crianza, pero algunos cuentan con más beneficios. O al menos así lo afirmaba la psicóloga Diana Baumrind.

En 1967, esta experta investigó cómo determinados estilos de crianza correlacionaban con el desarrollo de niños de entre 3 y 15 años. Así, una educación democrática, comparada con una completamente permisiva o una autoritaria, derivaba en adolescentes más competentes, maduros e independientes. Si bien esta última característica es una gran virtud a ojos de la psicología, lo cierto es que para muchos padres se trata más bien de un lastre, un defecto a eliminar del cerebro de sus hijos como si de una errata se tratase.

Es habitual escuchar a los adultos aquejarse de lo frustrante que es no saber poner límites y de cuánto les habría facilitado la vida haber aprendido a ser asertivos desde pequeños. Sin embargo, cuando esos mismos adultos tienen hijos, surge una tendencia a castigar cualquier intento desesperado del niño por desarrollar su propia individualidad, un proceso que forma parte de la evolución ontológica del ser humano. No es que tu hijo sea caprichoso, ególatra o inmaduro por decir no, es que es una persona de apenas dos años que está aprendiendo a tomar decisiones en un mundo en el que siempre las ha tomado por él.

Con el tiempo, la necesidad de imponernos sobre nuestros hijos se ramifica. Ya no solo nos molesta que no quiera más guisantes a la hora de comer. Ahora nos agobia que escuche regguetón, que se deje mal influenciar por algunas amistades, que vista acorde a la moda actual, que escoja la rama de bachillerato que más le gusta o que estudie una carrera sin salidas. Y aunque es duro admitirlo, lo cierto es que como padres fallamos en respetar –ya no incentivar– que nuestra descendencia construya su propia ideología y ambiciones.

La solución no es la ausencia de límites y normas, sino un punto intermedio entre el autoritarismo y la permisividad

También se proyectan los miedos, racionales o carentes de lógica alguna. Es normal que nos asustemos de que nuestro hijo vuelva a casa solo de noche o que se pierda en el extranjero en su viaje de fin de curso, pero con la excusa de la prudencia tendemos a sembrar en los más jóvenes una duda respecto a su propia autoeficacia, sobre todo cuando la herramienta para gestionar las preocupaciones es el no-hagas-eso-porque-lo-digo-yo. «Si hasta mis padres desconfían de mí, ¿qué me queda?», se pregunta ese adolescente al que han prohibido volar mientras ve cómo otros compañeros hacen piruetas en el aire, se caen, se lastiman las alas, pero vuelven a alzar el vuelo.

¿La solución es la ausencia de límites y normas? No. Es un error mordernos la lengua y delegar en nuestros hijos la responsabilidad de tomar decisiones adultas, pero como bien demostró Diana Baumrind, la crianza responsable es aquella que se ubica en un punto intermedio entre el autoritarismo y la permisividad. Propuso dos facetas que combinadas dan lugar al estilo de crianza específico de cada familia: el control y el afecto. Un estilo autoritario se caracteriza por alto control y bajo afecto y deriva en hijos muy obedientes y trabajadores, pero con baja autoestima y posibles problemas depresivos o de gestión de la ira. En el lado opuesto, un estilo permisivo carece de control, pero sí contiene un gran afecto, correlacionando con hijos con mucha confianza en ellos mismos pero posibles problemas de conducta y de consumo de drogas. ¿Lo ideal? Una combinación equilibrada de control y afecto, lo que dará como resultado un estilo democrático y unos hijos con una autoestima sólida, un correcto rendimiento escolar y una buena salud mental.

Este último modelo de crianza va ligado a la parentalidad positiva, un concepto que surge en 1989 en la Asamblea General de las Naciones Unidas y que promueve la atención emocional y física, la orientación sin coacción y el reconocimiento de las capacidades y necesidades de los hijos. Desgraciadamente, muchos padres siguen confundiendo este ejercicio de poder tolerante con una ausencia total de control, cuando desde el estilo democrático de Baumrind y desde la parentalidad positiva se enfatiza la importancia de la supervisión, pero basando ésta en el respeto, la comprensión y el diálogo.

Sobre el papel es fácil asumir que debemos ser empáticos con nuestros hijos y que el autoritarismo está fuera de lugar incluso cuando nace de la preocupación o de la experiencia. La gran pregunta es cómo aplicar los principios de la paternidad positiva a nuestro día a día. Encontramos la respuesta en el manual Familia y desarrollo humano de María José Rodrigo y Jesús Palacios, referentes españoles en psicología evolutiva y de la educación. Su obra establece seis pautas para ejercer una crianza democrática:

1- Vínculos afectivos cálidos, protectores y estables
2- Un ambiente estructurado, es decir, con rutinas consensuadas
3- Estimulación y apoyo en el aprendizaje del día a día, tanto aquel que surge en la escuela como el que nace del propio desarrollo psicosexual del menor
4- Reconocimiento del valor de los hijos y de sus logros, lo que implica interesarse por sus experiencias y validar sus emociones
5- Capacitación o, en otras palabras, potenciar la percepción del niño de que es agente activo de su vida, de que está en su mano cambiar las cosas y de que la familia no impone, sino que acompaña
6- Educación sin violencia física ni psicológica

Siguiendo estos principios podemos encontrarnos con un diverso abanico de modelos familiares, todos ellos igual de válidos y sustentados en la idiosincrasia del menor. Como dijo William Shakespeare, «es un hombre sabio el que conoce a su propio hijo», pero es más sabio aquel padre que, conociéndole, respeta su libertad para equivocarse.

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