Sociedad

Sánchez TV: la política del espectáculo

Si tal como afirmaba Debord, todos aspiramos a ejercer como productos a la venta, hoy el mismo presidente juega también ese papel: es el clímax de la cacareada sociedad del espectáculo.

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10
mayo
2022
Pedro Sánchez durante una entrevista televisiva para ‘La Sexta’.

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La noticia no ha pasado desapercibida: Amazon Prime Video prepara una serie documental sobre el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Un hecho que representa en cierto modo el culmen de la «sociedad del espectáculo» de la que habló en su momento Guy Debord. Esta clase de sociedad está alcanzando hoy su consumación definitiva, en un proceso que habrá de acelerarse y que halla sus orígenes en los siglos pasados. El propio Debord cita en La sociedad del espectáculo a Feuerbach, filósofo clave en la construcción de la modernidad y de la posmodernidad: «Nuestra época, sin duda alguna, prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser… Para ella, lo único sagrado es la ilusión».

Debord pone de relieve cómo la distinción y frontera entre la vida laboral y el ocio va siendo difuminada poco a poco, haciendo hincapié en que nuestra existencia es, de algún modo, un espectáculo trabajoso, una forma de exposición que anhela réditos de cualquier tipo, ya sean económicos, sociales o simbólicos. En Debord, la imagen es el vehículo principal de toda relación, por lo que la representación se torna omnipotente.  

En el caso de la nueva serie documental sobre Pedro Sánchez, la exposición de su día a día representa un claro ejemplo. El director de la producción, Curro Sánchez Varela, da a entender que el suyo es un trabajo del todo imparcial, afirmando que «vivimos tiempos extraños, tener la posibilidad de tener un acceso tan transparente, libre y honesto al día a día de la presidencia del Gobierno hace apreciar más que nunca el hecho de vivir en un país democrático en el que sus ciudadanos tienen garantizadas sus libertades». No obstante, como es evidente, el filtro y la mirada condicionada no pueden ser suprimidas. La aspiración a la imparcialidad pura es inalcanzable, ya que es inevitable que la subjetividad, las inclinaciones personales y el posicionamiento político del autor estén presentes, aunque sea de forma inconsciente. 

La aspiración a la imparcialidad pura es inalcanzable

A veces, la vida parece imitar al arte. Hace dos años alguien creó un meme que recreaba un supuesto anuncio de Netflix en el que se promocionaba una serie de ficción llamada Amor real. En ella se sugería un triángulo amoroso entre el Rey Felipe VI, Letizia Ortiz y Pedro Sánchez, creando así «una historia con todos los mimbres para romper España», según su creador. El meme se volvió viral, y pronto fue seguido de otras creaciones en los que aparecían diversos protagonistas del panorama político español que también estaban envueltos en el culebrón principal. Hoy, sea de ficción o no, la serie se hace realidad con el objeto de analizar no un triángulo amoroso, sino la figura del presidente Pedro Sánchez. Es de esperar que el presidente empleará dicho proyecto audiovisual como una herramienta para promocionar su propia imagen, siendo, a su vez, un político particularmente fotogénico, lo que al mismo tiempo es algo muy propio de una sociedad-espectáculo como la actual, en la que la representación parece serlo todo. 

Debord entendía que la apariencia es el objeto fundamental de muchas de nuestras acciones sociales. Esto se debe, según él, a una completa mercantilización de la vida social en la que el capitalismo ha colonizado toda nuestra existencia: si todos parecemos aspirar a ejercer como productos a la venta que anhelamos que otros quieran comprar, hoy el mismo presidente juega también ese papel. No obstante, lo cierto es que si alguien ha aspirado a venderse tradicionalmente ante el público, ese ha sido el político, que necesita del voto de la ciudadanía para adquirir el poder al que aspira. En entornos democráticos, muy vinculados tradicionalmente a sociedades comerciales y capitalistas, esto parece haber sido siempre así.

Según Debord, a causa de la completa mercantilización de la vida social, la apariencia es el objeto fundamental de muchas de nuestras acciones sociales

Lo que resulta más chocante, sin embargo, es la vía a través de la cual nuestro presidente actual quiere vender su imagen: una serie de varios capítulos en una plataforma digital. Si, tal como dijo en su momento Marshall McLuhan, «el medio es el mensaje», entonces nos encontramos con una nueva forma de hacer política (o, al menos, de comunicarla). No es el único en intentar destacar en lo audiovisual: Irene Montero apareció en Sálvame el año pasado, un programa que no habla sobre actualidad política, precisamente. La nueva política, aparentemente, parece que ha de ser cada vez más estética, al tiempo que trata de manifestarse y expresarse en formatos más diversos y menos acotados que antaño, como el entretenimiento y el espectáculo. 

En lo relativo al caso que nos ocupa, lo cierto es que la elección es arriesgada, ya que bien Sánchez tiene mucha confianza en sus poderes de seducción, o bien tiene mucha confianza en el director y los productores de la serie proyectada. Al fin y al cabo, una decisión como esa podría llegar a ser desastrosa si los realizadores no fuesen afines a su objeto de estudio (especialmente en términos políticos). La confianza mutua, en este caso, es fundamental a la hora de proyectar la representación deseada como elemento «sagrado» –en palabras de Feuerbach– y decisivo a la hora de cautivar al público. 

Si Guy Debord enfatiza cómo en la sociedad del espectáculo las personas se relacionan entre sí por medio de imágenes, algo especialmente actual, no ha de extrañarnos la creación de una serie sobre el principal político español del momento destinada a ser proyectada en una plataforma digital (o lo que es lo mismo, el principal instrumento a través del cual las personas interpretan la realidad que les rodea). 

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