Opinión

Punto final

Estamos agotados por los golpes de las múltiples crisis y en medio de la incertidumbre absoluta. Fatigados por la desesperación del desenlace que nunca llega, ¿seremos capaces de mantener la esperanza?

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11
mayo
2022

No sé si ya ha llegado el momento, pero muchos nos encontramos al borde de la desesperación tras pasar por etapas como el desencanto y la desesperanza; después de haber caído en el pozo de no saber qué hacer ni qué decir, seguros como estamos de que nuestra única certeza en estos tiempos es, precisamente, la propia certeza de la incertidumbre. Estamos rotos, ignorantes de lo que nos pueda suceder. Como escribió Pessoa en su Libro del desasosiego, todo me cansa, incluso aquello que no me cansa. Mi alegría es tan dolorosa como mi dolor.

Hemos entrado en la fase del egoísmo y la indiferencia con un envoltorio de habituación negativa, un modo de aprendizaje –tan antiguo como la propia existencia humana– que se ha definido como el decremento de la respuesta de un organismo a un estímulo. Un proceso muy frecuente por el que dejamos de responder a todo aquello que no nos importa, nos estorba o que no queremos que sea relevante. Es decir: un mecanismo de defensa natural para que podamos desenvolvernos en nuestra vida diaria sin tener que analizar y dar respuesta constantemente a cualquier sensación. Por ejemplo, ahora, apenas tres meses después de su inicio, nos hemos olvidado de los seres humanos que mueren en los ataques a Ucrania, así como de los millones de refugiados hambrientos que huyen de esa misma guerra ordenada por un sátrapa megalómano llamado Vladímir Putin. Un conflicto sostenido por oscuras diplomacias que nadie entiende y en cuya resolución final priman, una vez más, intereses económicos espurios y cobardes.

A toque de corneta, sin mascarillas y a pesar de los muertos y enfermos de cada día, nos hemos olvidado de la pandemia. Sin excusa ni pretexto, por la propia salud de nuestra democracia y nuestra dignidad como seres humanos, así como por un deber de decencia inexcusable, los dirigentes tendrán que explicar las razones de este enorme desatino y asumir sus responsabilidades, explicando si las cuartas dosis que se anuncian son necesarias o responden tan solo a un exceso de vacunas en el primer mundo, que prefiere gastarlas –y cobrarlas– entre los suyos en lugar de compartirlas o donarlas con los seres humanos que más las necesitan en otros lugares del planeta.

«Hacen falta saberes que nos permitan fomentar la libertad de pensamiento»

Nos acogota una crisis económica que es perenne y que se agudiza con los precios de la energía. La gente se pregunta si es posible construir un mundo mejor dadas las circunstancias y si vamos a vivir mejor con las nuevas tecnologías. Hoy contamos con ausencias de liderazgo y de instituciones internacionales poderosas y creíbles. El filósofo Jesús Conill opina que la razón común se ha resquebrajado, que los saberes se han fragmentado porque detrás de cada saber hay un interés que no es racional, si bien tiene una profunda carga económica con un nuevo modelo que se aprovecha de los datos para el ejercicio del poder. Hacen falta saberes que nos ayuden a avanzar en la comprensión y el entendimiento, saberes que nos permitan fomentar la libertad de pensamiento. 

Además de influencers parece que necesitamos mitos, olvidando que, como escribió Emilio Lledó, el mito alumbra e inspira, pero es siempre un paso previo en el camino del conocimiento que nos sirve para enseñar libertad si no se impone por la fuerza. Hay que mantener el estímulo de las palabras míticas para saber que esas palabras no acaban en ellas mismas: es la educación la que nos puede procurar ser ciudadanos en una polis libre, con una política basada en la verdad y en la justicia. En la educación para la ciudadanía no caben la indecencia ni los mitos impuestos por los profesionales de la mentira.

Non quo sed quomodo: un viejo aforismo que hace referencia a la importancia de la forma de proceder y a cómo deben hacerse las cosas; curiosamente, esa sentencia luce en las paredes de la sede del Defensor del Pueblo. Por algo será, o a lo mejor es casualidad, pero los de edad provecta creemos –con alguna excepción– muy poco en las coincidencias: cuando Pandora, la primera mujer mortal, abrió su caja y dejó escapar de ella todos los males del mundo, aún guardó en su interior la Esperanza ciega; lo único que nos queda a los humanos y lo que, dicen, nunca se pierde. Será verdad.

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