Siglo XXI

El nuevo iberismo: ¿sería posible una alianza duradera entre España y Portugal?

En febrero, el alcalde de Oporto abogaba por una unión hispanolusa al estilo Benelux para defender los intereses en Europa de ambos países. No es una propuesta nueva: el iberismo, la corriente que reclama la alianza entre España y Portugal –o, incluso, su fusión en un solo Estado–, vuelve a ponerse cíclicamente sobre la mesa pero, ¿qué hay de políticas realizables más allá de los ideales románticos?

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21
octubre
2020

Propuesta siempre como una idea básica –y, a la vez, compleja–, la sugerencia de unir la península en un único ente vuelve cada pocos años, como un eterno retorno. Cada vez que vuelve a surgir el debate sobre el iberismo, el peso implacable de la historia echa por tierra esas aspiraciones cíclicas. La última insinuación fue en febrero de este mismo año, cuando el alcalde de Oporto, Rui Moreira, mostraba su profunda inclinación por la implementación de una organización al estilo Benelux de corte ibérico –o, lo que es lo mismo, un espacio de coordinación mutua, principalmente comercial– y al que él mismo bautizó, provisionalmente, con el nombre de Iberolux. La propuesta no era absolutamente inocente, sino que se enmarcaba dentro de las negociaciones presupuestarias de la Unión Europea, en la que ambos países buscaban saciar necesidades similares y adquirir un mayor peso político tras la marcha del Reino Unido. Sin embargo, y aún a pesar de su cercanía –o precisamente por ello–, ambos países miran a su vecino de formas muy distintas. En la perspectiva española brilla cierta ansia irredenta, pero es en la portuguesa donde el brillo se acentúa con una sensación de peligro. El refranero popular luso lo define de una forma sencilla que, aunque pierde su sonora melodía en la traducción al castellano, mantiene totalmente su significado: «de España ni buen viento, ni buen casamiento».

Tanto Portugal como España, sin embargo, comparten una historia que, aunque no converge de manera exacta, tiene paralelismos tan similares como los que poseen sus lenguas nacionales, que también nacen de una misma raíz. «Galicia es el puente cultural y referencial desde el punto de vista simbólico, claro. A fin de cuentas, Portugal se forma como un reino cristiano en la península a partir del antiguo Reino de Galicia», explica Ramón Villares, historiador de la Universidad de Santiago de Compostela. El iberismo, ese deseo de unión entre ambos países, sin embargo, no surge tras la primera formación del país luso en el siglo XII. Como todos los movimientos de aspiraciones nacionales, su origen se fecha principalmente en el siglo XIX, con la expansión del romanticismo y la creación de naciones europeas de nuevo cuño, como Italia y Alemania. Uno de los obstáculos principales, de hecho, fue el temprano sentimiento de nacionalismo recogido en Portugal: no solo proveía de una conciencia e identidad propias, sino que además centraba gran parte de su esencia nacional en la contraposición a España, a la que se veía como fuente constante de peligro. Aún hoy existen estos profundos —y resistentes— recelos. Por ejemplo, en 2006, un grupo de ciudadanos denunciaba por traición ante la fiscalía general a Mário Lino, entonces Ministro de Transportes portugués. La razón era que meses antes defendía, en Santiago de Compostela, una profunda creencia en la «unidad histórica y cultural ibérica».

Ramón Villares: «Tiene cabida otro tipo de iberismo, pero ya no esa idea original y romántica»

«En el iberismo hay un elemento implícito difícil de romper. Por parte española, se entiende como una forma indirecta de aspirar a la anexión de Portugal o a su incorporación de una forma subsidiaria. Por parte de Portugal, sin embargo, esta corriente es un peligro, y aquellos que se declararon como partidarios siempre terminaron siendo sospechosos. Por eso, salvo en el plano cultural, ha tenido tantas dificultades para consolidarse», señala Villares. El iberismo de corte cultural es, de hecho, uno de los frutos más atractivos de esta utopía, con referentes tempranos como Latino Coelho u Oliveira Martins, cuya comprensión estructuraba la Península Ibérica como una civilización única compuesta de dos Estados distintos. Fue Fernando Pessoa, sin embargo, quien primero vio el territorio como un único ente de tres franjas distintas según el origen cultural. Posteriormente, sería Saramago quien ahondaría en la percepción peninsular de un solo pueblo, tal y como lo refleja en su particular fábula La balsa de piedra. En 2007, en una entrevista concedida al medio luso Diário de Noticias, el celebrado autor afirmó, con desmedido entusiasmo, que «Portugal acabará por convertirse en una Comunidad Autónoma más de España». Incluso en territorio español, el propio Miguel de Unamuno fantaseó con la idea del iberismo, eso sí, con un mayor peso intelectual que político. Dentro de España, sin embargo, estas aspiraciones fueron utilizadas con mayor fuerza por el nacionalismo —y regionalismo— catalán, como demuestra la divulgación de la fórmula de un «iberismo tripartito» por parte de Joan Maragall e Ignasi Rivera i Rovira. Un concepto que propugnaba la existencia de tres naciones según franjas lingüísticas: la atlántica (o galaico-portuguesa), la castellana y la catalana. El propio Francesc Maciá, presidente de la Generalitat entre 1931 y 1933, llegó a hablar con calculada ambigüedad de la posibilidad de una «confederación ibérica». Esta clase de enfoques multinacionales, sin embargo, correría el evidente riesgo de inflamar un ecosistema político ya de por sí extremadamente inestable.

Antonio Sáez Delgado, coautor de De espaldas abiertas: relaciones literarias y culturales ibéricas (1870-1930), coincide. «Hay tres tipos de iberismos que podemos identificar a lo largo de la historia: el económico, el cultural y el político, que es el más espinoso y en el que menos se ha avanzado a lo largo de la historia», señala. Es posible que el iberismo político y romántico, cuya última razón de ser era la de crear un Estado único, nunca dispusiera de una auténtica oportunidad, ya que las asimetrías entre ambos países eran entonces y son ahora demasiado pronunciadas: la demografía, la geografía y la economía continúan abriendo barrancos tan hondos como, en parte, inevitables entre España y Portugal. En términos geográficos la diferencia es especialmente notable, ya que Portugal ocupa apenas un 15% del territorio peninsular. «Tiene cabida otro tipo de iberismo, pero ya no esa idea original y romántica. Tras la incorporación de ambos países a la Unión Europea las relaciones intrapeninsulares cambian completamente, pero además se garantiza la existencia de ambos Estados. Creo que es posible que se dé un nuevo iberismo en el que haya alianzas estratégicas en materias básicas como energía, comunicaciones y tecnologías de la información», afirma Villares.

bandera iberismo

Propuesta de bandera iberista de Sinibaldo de Mas en el siglo XIX.

Es en este sentido moderno en el que un encaje de ambos países sí parece posible. De hecho, no solo resuenan aquí los deseos del alcalde de Oporto, sino también la opinión pública portuguesa. Según el Barómetro de la Imagen de España realizado por el Real Instituto Elcano en el año 2016, el 68% de los portugueses cree que ambos países deberían avanzar hacia alguna forma de unión política ibérica. El 74%, además, opina que España debería ser su mejor aliada dentro de la Unión Europea. Los datos también arrojan luz acerca de motivaciones mutuas, ya que un 83% de los portugueses cree que ambos países tienen intereses comunes en política internacional. Sin embargo, la percepción de asimetría entre ambas naciones, de hecho, también se mostraba presente en la opinión lusa: mientras un 60% cree que a los españoles les interesa poco lo que ocurre en Portugal, tan solo un 39% cree que a los portugueses les interesa poco lo que ocurre en España. En relación a una unión política efectiva, quizás es más reveladora la temperatura recogida por el Barómetro de Opinión Hispano-Luso de 2011, efectuado principalmente por la Universidad de Salamanca: según sus encuestas, un 39,8% de españoles y un 46,1% de portugueses apostaría por una federación de ambos Estados. Según afirma Villares, un cambio de relación entre ambas naciones conllevaría unas mejores ventajas políticas a nivel europeo y también en el ámbito iberoamericano, donde «tenemos unas oportunidades enormes, con dos lenguas casi intercambiables que son hegemónicas en el hemisferio sur».

En 2013, se creó el Movemento Partido Ibérico en Portugal y, posteriormente, el Partido Íber en España

Uno de los últimos asaltos políticos de este tipo vino dado en 2013, tras la creación del Movemento Partido Ibérico en Portugal y, posteriormente, el Partido Íber en España. Ambos bloques, herederos del espíritu más romántico, planteaban algunas medidas como la creación de un Banco Central Ibérico. Los dos partidos firmaron, en 2016, una ambiciosa declaración conjunta en la que afirmaban que «los ibéricos, como pioneros de la globalización y el mestizaje, estamos llamados a liderar un mundo de futuro incierto donde vuelven a levantarse fronteras y profundiza la crisis de valores». Hasta ahora, sin embargo, ningún resultado electoral parece respaldarles.

Más allá de los fracasos o de los escasos resultados históricos de este movimiento, lo cierto es que siguen realizándose intentos de iberismo de distinto calado. Hace poco más de una semana, arrancaba en la localidad portuguesa de Guarda una nueva edición –la trigésimo primera de este tipo– de la cumbre hispano-lusa, que pretende ahondar en estrategias de actuación conjunta que sirvan también para actuar en el ámbito europeo. O, según dijo allí Pedro Sánchez, «para reforzar aún más nuestros lazos y nuestra cooperación». Y, al fin y al cabo, ¿qué es, si no, en esencia, el iberismo?

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