Sociedad
«Si existiese la meritocracia, el mundo funcionaría exactamente al revés»
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«El trabajo te chupa la vida», señala Meryem El Mehdati (Rabat, 1991). Es una de las premisas alrededor de las cuales gira ‘Supersaurio’ (Blackie Books), su novela debut sobre la empleada de un excéntrico supermercado fascinada por los ‘fan fiction’, las canciones de Bad Bunny y el café de denominación de origen. Mientras la precariedad y los turistas devoran Canarias como una plaga de termitas, Meryem El Mehdati corroe los cimientos de la isla a través de un humor que no entiende de piedad.
La vida que describes en Supersaurio deja entrever una existencia precaria, pero también la ruptura de una promesa de futuro. ¿Se puede considerar una novela generacional?
Más que generacional es un tema de clases: si naciste aquí, creciste aquí y eres de origen trabajador, vas a vivir más o menos todas las experiencias de la protagonista. Me da mucho pudor cuando se habla de la voz de una generación o la gran novela ‘millennial’; siento que cada 15 días hay una nueva voz generacional. Dicho esto, sí que refleja las condiciones de la generación. Todos nos estamos quejando de lo mismo y lo vemos en las redes a diario: hemos caído en la misma trampa, nos creímos que esforzándonos alcanzaríamos las expectativas que nos habían ofrecido, pero también lo creyeron nuestros padres. Y una vez llegados a ese punto, ¿qué falta? Es decir, ¿cómo no preguntarse por qué no llegas?
Cuando hablas de trampa, ¿hablas de precariedad y la autoexigencia?
No sé si todos pecamos de cierto perfeccionismo. Yo tuve ‘suerte’ en cierto modo porque puedo vivir de mi trabajo y me tratan con respeto, pero es que eso es lo que debería ser lo normal. Y luego nos enfrentamos a esa meritocracia de: «Yo he trabajado durísimo toda mi vida, sí. Mi padre me dio cinco restaurantes y ahora tengo diez».
«Hemos caído todos en la misma trampa: nos creímos que esforzándonos alcanzaríamos las expectativas que nos habían ofrecido»
Hasta hace poco se hablaba de Feria, de Ana Iris Simón, como un libro que trataba, en cierto modo, esos deseos y frustraciones generacionales. No obstante, miraba más hacia el pasado, hacia una Arcadia en parte rural. Supersaurio, en cambio, mira hacia adelante, pero también hacia el vacío con esa precariedad de la que no hay forma de salir. ¿Es la otra cara de la historia?
El tema de Supersaurio es la necesidad de estar mirando siempre hacia adelante, preguntándose constantemente: «¿y ahora qué?». Al final, creo que la protagonista es bastante honesta con lo que quiere sacar de todo eso. Hay una parte en la que dice: «Para mí el éxito es la panoja». A medida que va avanzando el libro, va renunciando a esos principios que se establecen al comienzo para acabar convirtiéndose en aquello que jamás iba a ser. Termina siendo ese personaje al que detestaba.
También se ve en tus páginas una evolución personal en la que se pasa de ser becaria a ser adulta resignada. ¿Madurar es claudicar?
Claro, incluso llega a ser una persona con una firma en el correo. No sé exactamente qué significaría claudicar. ¿Dejar de ser de izquierdas y pasar a ser de centro?
En todo: valores, ideas, proyectos.
Creo que a veces llega un momento en el que tienes que escoger. Ella podía haber dejado su trabajo y decir «no me voy a volver así». Pero es como la gente que dice que de joven era de izquierdas y luego vio la realidad y maduró. Me parece algo triste y un poco cobarde. Es como una derrota: sucumbiste al sistema y perdiste.
¿Es una derrota generalizada?
Puedo hablar de mi caso: no creo que haya claudicado o perdido; sigo pensando lo mismo. De hecho, intento ser honesta. A mí no me gusta trabajar, lo hago porque tengo que vivir y pagar las facturas, pero nunca me oirás decir que me encanta estar en la oficina. Soy plenamente consciente de que trabajo para otra persona y de que mañana mismo pueden ponerme en la calle. Es algo que nunca se me olvida. Sé cuál es mi lugar en este mundo.
«Es como la gente que dice que de joven era de izquierdas y luego vio la realidad y maduró: me parece algo triste y un poco cobarde»
El humor en Supersaurio es agresivo a la par que melancólico. Se suele decir que la comedia surge de la suma de la tragedia y el tiempo. En este caso, ¿es producto de esas frustraciones materiales?
Me parece que es un humor generalizado. Mi intención era que la gente se reconociera al leer el libro. Para eso usé los códigos que veo que usa la gente a mi alrededor en Twitter. Es el idioma de la red social: esa forma de enseñar los dientes, de ser más agresivo en general. En la realidad, todo es diferente. La gente no se comporta de la misma forma que lo hace en sus redes sociales.
Tus influencias no son solo literarias, sino que como dices también están las redes sociales, los fan fiction…
Creo que la influencia más importante para mí fue Irati Jiménez con el Marauder!Crack. Es el primer fanfic que yo leí en español, y me gustó mucho ese estilo tan directo, escrito en presente, con escenas que eran más acción que descripción. También hay bastantes novelas que me han ido guiando, como Todo va bien, Turistas y Estupor y temblores, pero creo que voy más allá de lo literario. No se entiende Supersaurio sin The Office o Fleabag.
¿Han perdido la esperanza los millennials?
El cansancio es tan generalizado que no creo que vayamos a poder cambiar las cosas. Nos hemos dado cuenta de que el sistema abarca tanto que ya nos conformamos con pequeñas victorias: si no me insultan en mi trabajo, no me quejo; si no me pegan con un látigo, me conformo; me pagan 1.200 euros y con eso me da para ir viviendo, pues me callo. Creo que ahora mismo me encuentro en una fase pesimista.
¿Es una suerte de síndrome de Estocolmo?
Si a uno le va bien, sí.
La literatura española está comenzando a ver la presencia de múltiples escritoras jóvenes: Andrea Abreu, Irene Solà, Elisa Victoria. ¿Habían estado parcialmente silenciadas hasta entonces?
Estamos más abiertos a hacerle un hueco a ese tipo de historias. Nadie se planteaba si había demasiados hombres escribiendo, cuyas historias se consideran siempre universales. Cuando una mujer escribe, parece que lo hace para otras chicas. Eso siempre me ha molestado: ¿por qué la literatura escrita por mujeres se considera que está dirigida a otras mujeres?
¿Sigue habiendo un sesgo de género en la literatura?
Yo diría que sí.
En cuanto al humor, precisamente se ha llegado a decir que las mujeres no son graciosas per se, como ocurrió con la polémica de La chocita del loro. ¿Se rechaza a las mujeres graciosas por romper con un estereotipo de género?
Me parece que se les rechaza porque son mujeres –y, por tanto, sobrevaloradas– y por la creencia de que los hombres son graciosos porque sí. Yo nunca en mi vida había oído hablar de La chocita del loro hasta que dijeron que no invitaban a muchas mujeres porque no eran tan graciosas. Hay muchos hombres que en público se queja de esta situación, pero luego continúan protagonizando esos carteles. Yo entiendo que uno tiene que comer, pero a veces también hay que ser un coherente con lo que uno dice. Algo que no comprendo es que exista la etiqueta de humor para chicas: si hago una broma y digo que me ha bajado la regla y me ha destrozado, ¿no lo va a entender un hombre?
«Las historias de los hombres se consideran siempre universales, pero cuando una mujer escribe parece que lo hace para otras chicas»
Antes mencionabas la visión universal que protagonizan los hombres en la literatura. ¿Ocurre entonces lo mismo en el humor? Es decir, ¿sigue el hombre gobernando los espacios públicos?
Desde luego. Las críticas acerca de las supuestas cuotas feministas es simplemente miedo a ver que esto está empezando a cambiar, que va a llegar un día en que se va a cuestionar si realmente esa persona está ahí por ser tan graciosa o por ser un hombre, condición por la que se le ha respetado desde el principio. Parece que nosotras tenemos que ganarnos determinados puestos en algunos sitios a través de un recorrido mucho más sufrido que el de un hombre. En general, a los hombres se les permite ser más normalitos, mientras que a nosotras no: o somos brillantes y llenamos las gradas o no merecemos la pena.
Paradójicamente, ¿no sería eso pedir una vez más la meritocracia para todo el mundo?
Si existiese la meritocracia, el mundo funcionaría exactamente al revés de como funciona ahora. La gente que se parte el espinazo casi nunca llega a tener lo que tienen otros. Recuerdo que cuando era pequeña, en El informal había siempre una mujer, mientras que el resto era hombres. Y pensaba «¿por qué solo hay una persona que se parezca a mí?». Una va construyendo su identidad según va viendo lo que le rodea. Si no ves mujeres humoristas, ¿cómo vas a pensar que tú también puedes ser una?
En el libro se juntan precisamente tres identidades: mujer, musulmana y canaria. Obviamente esto te marca, pero ¿hasta qué punto tus realidades difieren del resto y cuánto te marcan?
Es importante el hecho de que mi personaje sea musulmana. La primera vez que yo vi a una protagonista musulmana en un producto que me hizo pensar «podría ser yo» fue ya de mayor, con un cómic de Marvel de Kamala Khan. Mi intención también ha sido demostrar a otras chicas musulmanas que, si quieren escribir un libro, no hace falta que lo hagan sobre su religión. Parece que en la representación de las mujeres que comparten mi religión solo hay dos tipos: las que huyen de su familia porque las arrinconan y las asfixian o las que nunca abren la boca y son sumisas. Lo cierto, sin embargo, es que hay tantas formas de representarlas como mujeres musulmanas hay en el mundo.
¿Funciona la visibilidad, entonces, como autoconciencia? Es decir, ¿es como mirarse en el espejo y ser consciente de la existencia?
Desde luego. Si tú no te ves y no te puedes señalar, ¿existes realmente? Es como el ámbito del humor en las mujeres: si no tengo dónde mirarme, ¿estoy aquí o no? Yo tengo una hermana más joven y no quiero que piense que hay cosas que no puede hacer porque no están en la literatura o en el cine.
En el libro se muestra a Canarias como un yermo de oportunidades y un gigantesco parque temático destinado al turismo: autobuses dispuestos casi exclusivamente a los viajeros, hoteles que arruinan los paisajes, vómitos que adornan las calles. ¿Es España un país donde todo está en venta?
No he exagerado esa parte ni un poquito. Cuando jugaba de niña en el parque, nuestras madres nos vigilaban para que no vinieran un par de señores borrachos a decirnos cosas. Me da un montón de pena decirlo, pero creo que estamos en venta, sí. Canarias en concreto es como un parque de atracciones, como dices, ya que todo es barato para los turistas que vienen con sus sueldos del norte de Europa. Como país, somos la taberna de Europa. Me apena bastante porque somos muy buenos en aspectos como en ciencia y cultura; creo que nos merecemos algo mejor.
Andrea Abreu, autora de Panza de burro, también es canaria. ¿Cataliza en vuestra literatura cierto hartazgo de este modo de vida?
Especialmente en la parte en la que se ríe de la niña ‘goda’ o la parte en la que habla de que su madre trabaja en un hotel. Más de la mitad de la población está metida en el sector turístico… y para de contar. Es muy raro crecer aquí y no tener algún familiar que trabaje en un hotel y en un bar. Creo que lo cataliza, pero este es un fenómeno que siempre ha existido, lo que pasa es que a Canarias no se le hace caso en general. Hay otras ciudades que lo copan todo: si llueve en Madrid, lo vemos en Twiter; si hace mucho calor en Madrid, lo vemos en Twiter. En Canarias tiene que explotar un volcán para salir en el telediario. Y si es verdad que el turismo nos hace más ricos, ¿dónde está esa riqueza?
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