Cultura

La obsesión de Daniel Day-Lewis

Considerado como uno de los actores más destacados de la industria cinematográfica por su notorio talento, el irlandés ha sido uno de los pocos intérpretes que ha logrado tres Óscar a lo largo de su carrera. El profundo conocimiento de los personajes y una enfática inmersión es la clave de sus destacadas actuaciones.

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12
mayo
2022

Cuando un actor o una actriz llegan a destacar y a tener relevancia se suele pensar que arrastra detrás una extensa filmografía y, probablemente, una ristra de obras de teatro u otros papeles artísticos. En muchas ocasiones es así, pero hay veces en que la trascendencia llega precisamente por darle su tiempo en profundidad a los personajes interpretados y al trabajo actoral (y humano). Y eso supone reducir el número de proyectos. Es decir, menos cantidad para más calidad. Eso es precisamente lo que destaca de Daniel Day-Lewis: la encarnación de varios personajes en apenas veinte películas le ha bastado para convertirse en un actor más que relevante.

Nació en Londres en 1957, aunque desde 1993 tiene nacionalidad irlandesa. Sus raíces se nutrían de tierra cultural: su abuelo era un importante productor de cine británico; su padre era poeta y su madre, actriz. Con solo doce años apareció en la película Domingo, maldito domingo. Estudió arte dramático y participó en algunas obras de teatro y series para la BBC. Mi hermosa lavandería, de Stephen Frears, fue la primera película importante donde tuvo un papel.

Después llegarían Una habitación con vistas La insoportable levedad del ser. Sin embargo, la cinta que le catapultó al éxito fue Mi pie izquierdo, de Jim Sheridan. Con ella, Day-Lewis ganó su primer Óscar en 1990 gracias a un prodigioso papel. Interpretaba a Christy, un joven de una familia pobre que nació con parálisis cerebral severa, con todas las lógicas problemáticas imaginables asociadas a esta situación, y que se convirtió en todo un ejemplo de superación al aprender a dibujar y escribir utilizando únicamente su pie izquierdo.

Para interpretar a Abraham Lincoln, el actor pasó meses comunicándose con el lenguaje propio del siglo XIX

¿Cómo logró el irlandés profundizar en un personaje de tal complejidad? Con un prolongado trabajo de inmersión. Day-Lewis se mudó a una casa junto a un centro de personas con paraplejia para poder observar sus vidas durante meses. A lo largo del rodaje, pasó jornadas enteras sentado en su silla de ruedas, sin abandonarla ni siquiera durante los descansos. El equipo de reparto y producción se turnaba para atenderle y darle de comer. Pero eso no es todo: quiso y logró aprender a pintar y a escribir como había hecho el propio Christy.

Y esa no es la única muestra de su desbordante acercamiento a los personajes. En la película En el nombre del padre, con la que consiguió la nominación a mejor actor, se transformó en Gerry Conlon, un joven que estuvo quince años en la cárcel acusado injustamente de ser un terrorista del IRA. ¿Qué podía hacer para aproximarse a una situación similar? Encerrarse durante días en una celda y pedir que le arrojasen agua fría de vez en cuando para no poder dormir. Por otro lado, cuando trabajó en El último mohicano hizo un curso de supervivencia.

La implicación emocional de Day-Lewis le llevó a sentir un hastío que no le permitía continuar con más proyectos

Podríamos continuar enumerando las vías a través de las que el actor ha intentado reducir al máximo posible la distancia entre sí mismo y los personajes que interpreta. En 2007 llegó su segunda estatuilla por su interpretación en Pozos de ambición, de Paul Thomas Anderson. Cuando cinco años después ganó su tercer Óscar con su papel protagonista en Lincoln, de Steven Spielberg, había pasado meses hablando con el tono de voz del ex presidente de Estados Unidos y comunicándose con lenguaje propio del siglo XIX.

No es de extrañar que este vasto trabajo de inmersión (que hay quien califica de obsesivo) haya llevado a Day-Lewis a ganar tres Óscar a lo largo de su trayectoria, además de otros galardones como los Globos de Oro, los BAFTA o el Sindicato de Actores. Y es que sus interpretaciones transmiten, llegan, ahondan en el público. Se le considera uno de los mejores actores de la historia del cine. ¿Cómo ha conseguido llegar hasta aquí? Haciendo uso de su potencial, de sus capacidades, pero también de su método. Aunque Day-Lewis tuvo una formación tradicional en el Briston Old Vic, una de sus claves no ha sido otra que profundizar en los personajes, al más puro estilo Stanislavski. Esto supone investigar y experimentar la vida de los personajes  y tomar responsabilidad respecto a su memoria.

No obstante, toda implicación emocional, cuando ha rozado lo desmedido, tiene sus consecuencias. En 2017, después de rodar El hilo invisible, el actor confesaba sentir una tristeza profunda, un hastío que no le permitía continuar iniciando otro proyecto. Haber ofrecido lo máximo de sí mismo durante años tenía su límite. Ahora vive de forma diferente, disfrutando de otras pasiones como el moticiclismo, la carpintería o el boxeo en el condado irlandés de Wicklow, junto a su esposa Rebeca Miller. Decidió no seguir actuando para poder seguir viviendo. Y, sobre todo, decidió lo más importante: intentar seguir disfrutando del camino.

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