Medio Ambiente
«La forma en que habitamos el mundo explica también nuestra identidad moral»
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COLABORA2022
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La filósofa Corine Pelluchon (Barbezieux-Saint-Hilaire, 1967) ha dedicado más de media vida a la defensa de los animales. Su obra, referencia para una nueva generación de ecologistas, siempre ha remarcado la necesidad de posicionar la relación del ser humano con su entorno en el centro del debate político. En su último libro, ‘Reparemos el mundo’ (Ned Ediciones), Pelluchon reflexiona sobre nuestra relación con el entorno y traza las bases para una reconciliación de las personas con la naturaleza que se antoja más necesaria que nunca.
En su libro defiende la necesidad de una revolución antropológica. ¿En qué sentido y bajo qué propósito?
Es una manera de cambiar nuestra representación respecto al lugar que ocupamos en la naturaleza. Se trata de una crítica del antropocentrismo, al hecho de que el resto de seres vivos sean un medio para nosotros. Consiste en una reflexión de nuestra interdependencia de lo vivo y del conocimiento de nuestras interacciones con las demás formas de vida para modificar nuestra forma de interactuar con el entorno y cambiar nuestros afectos. Esta revolución influye además en todas las capas de lo psíquico: lo intelectual, lo emocional, lo arcaico… También pide cuestionarse el esquema dualista humano-animal, porque la forma en que habitamos el mundo y utilizamos sus recursos explica también nuestra identidad moral. Sin este planteamiento, la ecología solo será un conjunto de obstáculos que el resto intentará saltarse.
¿Cree que la pandemia ha podido acelerar ese proceso revolucionario del que habla?
Ya no podemos separar la situación del medio ambiente de la salud, la justicia o la relación con los animales: los cambios en el modelo de producción se han vuelto una cuestión central. Sin duda, el mensaje ha calado, y eso ya es terreno ganado, pero otra cosa es que las personas cambien su estilo de vida, que los Gobiernos se tomen en serio la ecología y que se cuestione el esquema de la dominación que transforma todo en guerra… Eso no ha cambiado. Tenemos el ejemplo perfecto con la guerra de Ucrania.´
«Nuestro modelo de vida está fundado en la explotación ilimitada de los seres vivos»
Con la pandemia todos los países han perdido mucho a nivel económico y a nivel social, así que, de golpe, tenemos una guerra. No podemos decir que la pandemia nos ha enseñado: el mal existe y ahora mismo, entre la dominación, la política imperialista o el modelo de producción, la tensión es máxima. Unos quieren ganar con las armas y otros quieren que el cambio sea a través de la transformación del imaginario colectivo. Viviremos momentos difíciles con el riesgo de que incluso los militantes ecologistas se desesperen al ver que nada cambia y que los conflictos sociales, en los que hay tanta injusticia, precipiten un movimiento de parte de la población hacia la extrema derecha y la extrema izquierda que termine eclipsando la cuestión ecologista. A pesar de todo esto, la historia avanzará, pero no lo hará en línea recta.
En este sentido, Europa vive una radicalización política preocupante, hasta tal punto de que en algunos países se han demonizado las posiciones ecologistas.
¿Por qué vuelve a aparecer Marine Le Pen, por ejemplo? Porque existe un vacío espiritual y moral vinculado a las políticas tecnócratas, que son buenas y que dan resultados, pero que carecen de contenido y visión. En Francia, Emmanuel Macron es un político sincero con respecto a frenar el cambio climático y las políticas sociales, pero no es un político ecologista. No tiene visión, lo suyo son medidas y decretos. Compensación de una estructura neoliberal. Lo que pasa es que luego la gente se siente ignorada y se ve seducida por discursos en torno a la identidad, esa que divide entre amigos y enemigos. No obstante, pienso que lo tenemos todo para reducir ese vacío de una forma generosa y no nacionalista. Por ejemplo, Bolsonaro o Putin son catástrofes totales y Europa ahí tiene un papel que jugar. La humanidad no tiene otra opción que reiniciar un ciclo de civilización, abrir una reflexión sobre la no dominación. No soy optimista sobre ello, es cierto, pero mantengo las esperanzas.
«La ecología tiene su espacio en la política; ahora, la cuestión es hacerla accesible sin que pierda calidad»
Uno de los puntos clave de lo que propone atañe al consumo de carne. ¿Cuál es su postura al respecto?
Yo soy vegana. En mi caso, soy radical. Yo creo que llegará un día en que muchas personas pensarán que sacrificar a un animal para comer su carne no es algo normal. El porvenir es vegano, pero no llegará todavía. Hace veinte años yo ocultaba que era vegana para poder optar a un puesto de trabajo en la universidad. Cuando lo hice público, me trataron como si fuera la rara. Pero la perspectiva ha cambiado: ahora es algo normal e incluso se percibe como algo bueno. No podemos mantener este ritmo de consumo. La clave está, ahora mismo, en mejorar la situación de los animales a través de medidas concretas y factibles.
¿Le preocupa que el ecologismo se convierta en moda y, de cierta manera, se desvirtúe?
Ese es el gran problema. La gran diferencia entre pensamiento e ideología es que el pensamiento es algo profundo, que trabaja conceptos a los que dedicamos tiempo para asimilarlos de forma precisa. Por el contrario, hoy vivimos en un mundo en el que las personas cogen las palabras y las vacían de su sustancia. No obstante, resulta muy satisfactorio ver cómo la ecología se hace con su espacio en la política. Ahora la gran cuestión es cómo hacerla accesible sin que pierda calidad y se convierta en publicidad y contradicción. Eso exige un trabajo de fondo.
¿Cómo se imagina el mundo en veinte años?
No lo sé. Pienso que vendrán más catástrofes, pero la vida terminará ganando. El mal es fácil, la destrucción y la desesperanza también, pero lo bueno, pese a ser más difícil de construir, también es más sólido.
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