Opinión

El final de la resistencia

El bienestar ha aumentado durante las últimas décadas, pero la globalización ha impuesto una fragilidad evidente a la realidad. No es extraño que el sujeto, hoy, sustituya el resistir por el desistir.

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25
mayo
2022

En España, el que resiste gana. Así tituló el premio nobel de literatura, Camilo José Cela, el discurso de recepción del Premio Príncipe de Asturias que impartió en 1987. Esos dos términos, resistir y ganar, hermanados en una secuencia consecutiva, configuraban parte del ideario social de un tiempo en el que no se publicaban libros sobre el estoicismo. Hacía apenas una década del final de la dictadura franquista, y las personas habían aprendido no solo a resistir, sino también a sufrir cuando las cosas se presentaban torcidas. El ejercicio práctico de resistir no precisaba de teorías ni manuales de autoayuda. El trabajo, entendido como un medio de ganarse el pan y llegando al extremo del pluriempleo, se asumía con resignación, depositando ilusiones y proyectos de vida en la faceta personal. 

Pero los tiempos cambian, el bienestar aumenta y la globalización multiplica la opcionalidad a un sujeto que, por momentos, sustituye el resistir por el desistir. Ante una eventualidad, la multiplicidad de ofertas facilita tránsito de prioridades y el traspaso de entusiasmos. 

Para resistir se precisa la convicción de un código jerarquizado y estable: la intensidad de la resistencia será proporcional a esta jerarquía. Resistir es permanecer en el puesto, lo que conlleva que el lugar en el que uno está es importante, de ahí la resistencia. El asunto se complica cuando se fomenta una sociedad del no-lugar, donde lo digital carece de ubicación y presume de volatilidad. Esto implica que, ante un posible embate del destino en ese no-lugar, lo preferible es cambiar de posición a resistir, priorizando el tránsito.

«La resistencia se complica cuando se fomenta una sociedad del no-lugar, donde lo digital carece de ubicación y presume de volatilidad»

El ritmo frenético al que nos somete la vida y el desgaste de energía que implica tener que acudir con intensidad a todo suelen desembocar en una falta de jerarquía a la hora de configurar las prioridades. Empleamos mucha energía, con el consiguiente desgaste, en la tiranía de la actualización, experimentando el famoso FOMO o fear of missing out (en castellano, «miedo a perderse algo»), sintiendo que, si dejamos pasar la actualidad, perdemos. Permanecer o actualizar. Transitamos de una sociedad de resistencia a la virtualización de la asistencia. No queremos resistir, queremos asistir.

El diccionario de la RAE, define la resistencia como «la dificultad que opone un circuito al paso de la corriente», lo que implica alejarse de la actualidad; es decir, de ese paso de la corriente que nunca se detiene. Lo actual se superpone a lo real.

Decía Foucault que donde hay poder, hay resistencia. En este sentido, somos testigos y activos del poder de lo actual: un poder tan seductor que pule cualquier arista susceptible de molestar el dinamismo de un sujeto entregado. El poder soy yo: publico, analizo, critico y me erijo en creador. Junto a otros ‘yo’ configuramos el fluir de la corriente, de ahí la no-resistencia. 

Josep María Esquirol advierte que el resistente es aquel que no cede ante la actualidad. Aquel que no anhela el dominio, la colonización o el poder y que quiere, ante todo, no perderse a sí mismo. Aunque solo sea por eso, el que resiste gana. La pregunta es: ¿qué se gana?

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