Entrevistas

«Del odio puede nacer algo elevado o algo que te destruya»

Fotografía

Cèsar Nuñez
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11
abril
2022

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Cèsar Nuñez

Kiko Amat (Sant Boi de Llobregat, 1971) es consciente de la velocidad inusitada con la que escribe: aunque en 2021 había publicado ya su última novela, ‘Revancha‘ (Anagrama), este año ha podido elaborar el que constituye su último ensayo hasta la fecha, ‘Los enemigos‘ (Anagrama). En él, el autor catalán desarrolla su teoría personal sobre la elaboración (y los rasgos) del odio: a través de distintas tipologías, Amat explica cómo tener enemigos puede incluso ayudar a mejorar a alguien como escritor. Con casi una docena de novelas a su espaldas, el catalán sigue mezclando eficazmente en su discurso citas de Plutarco con frases de ‘Modern Family’ a través de un ritmo –como él mismo advierte– de canción ‘punk rock’. Él mismo da una advertencia: se toma el humor bastante en serio; es solo una forma de explicar la tragedia.


Revancha es una novela llena de violencia y rencor entre sus personajes. Es casi una historia sobre la enemistad. ¿Los enemigos es una consecuencia de haberla escrito primero?

Desde luego. No escribo novelas novelas con una pretensión de profundidad; son obras sobre personajes y lugares que funcionan como algo orgánico por sí mismas. No me interesan ese tipo de libros que parecen excusas para soltar las teorías personales. Todas las reflexiones que surgen mientras escribo no encajan en mi narrativa. Al escribir Revancha me fue saliendo un brote maligno del que surgió no una teoría, ya que Los enemigos no da las respuestas, pero sí una especie de reflexión sobre la enemistad y el odio como motor vital y artístico.

«’Los enemigos’ es un libro de humor sobre cosas que en realidad no son nada divertidas, como el odio»

¿Diría que aunque el tono de Los enemigos en general es bastante irónico, el último capítulo, que no revelaremos, es trágico?

El final fue brotando de forma natural, según iba escribiendo. Se concibió para que funcionara en la estructura del libro como una patada en los huevos (sic) y también para que te obligara a pensar en Los enemigos no solo como en el chascarrillo de un demente victimista, sino como algo más grave y triste. La comicidad es la dialéctica que se utiliza en mi clase social para articular lo que te aflige: crecí con una gente, en una cultura, en la que la tragedia se explicaba de un modo risible. Pero eso no quiere decir que nada de lo que te pasaba fuese divertido, simplemente quiere decir que tu forma de explicarlo tomaba ese cariz humorístico. «Lo estoy pasando fatal, pero de aquí saldrá una historia para que la gente se ría». Así es Los enemigos: un libro de humor sobre cosas que en realidad no son nada divertidas, como el odio. 

Pongamos que tuviese una moraleja. ¿Sería que odiar puede ser útil pero que, en cambio, puede tener consecuencias muy graves?

Claro, es la consabida arma de doble filo. Yo desprecio la moralina en el arte, pero si hay una conclusión en el libro es que la enemistad y el odio son una cosa neutral por sí mismas; luego está la forma en que las utilizas. Como dice la frase, del vicio puede nacer la virtud. Es decir, que de algo horrible puede moldearse una posibilidad buena. Yo he extraído algo indiscutiblemente útil de mi forma chunga de ver el mundo, que es la escritura de novelas de una presunta calidad. El doble filo es que esto no es una cosa baladí que se pueda manejar a tontas y a locas: esto puede destruirte. El libro plantea ambas posiciones, haciendo que de estas enemistades pueda nacer algo elevado o algo que te destruya. No es algo que tengas que probar ni algo guay. Es peligroso.

¿Todas las anécdotas de enemistades del libro son autobiográficas?

Sí y no. Existen muchos tipos de verdades, incluso en un libro de no-ficción. Si cuentas una anécdota de juventud en la que hubo 10 testigos, cada uno la recordará de una manera distinta. Así que incluso si este libro tiene que ver con la memoria, estamos solo ante mi verdad. Aquel que estuviera presente en cosas que se narran aquí seguramente lo verá desde otro ángulo, y es algo totalmente legítimo. Además, yo soy un mentiroso: o cuento cosas de mi vida alteradas de forma más grotesca para que sean interesantes o las rebajo cuando lo que me ha pasado es demasiado increíble.

¿Es inevitable tener enemigos?

No lo creo, sé que hay gente que no tiene enemigos y eso no les hace pusilánimes o sospechosos de nada. Hay gente benigna, lo sé porque les he conocido. Sin embargo, sí que es muy difícil –aunque tu no vayas a la greña por la vida– que siendo alguien firme y con una posición en campos que cuentan con una cierta exposición no te quedes, como dicen los ingleses, stucked in the throat [clavado en la garganta] de otras personas. Eso no significa que tú seas chungo; ni siquiera que lo sean ellos. Significa que hay visiones del mundo que son antitéticas y que hay formas de actuar que provocan un determinado rechazo. Siendo artista es imposible no generar una cierta enemistad. Lo que pasa es que la puedes haber generado por ser un notas (sic) o por haber hecho algo de calidad.

«Siendo artista es imposible no generar una cierta enemistad»

¿Le siguen llamando «escritor pop»? ¿Estaría de acuerdo con esa etiqueta, dada su mezcla de referentes?

No, lo de «escritor pop» es un sello un poco asqueroso que cuando empecé a publicar se usaba para diferenciar a algunos escritores jóvenes de la vieja guardia. Pero esos escritores no tenían nada que ver conmigo, y algunos resultaron ser más rancios incluso que sus antecesores, así que nunca me ha gustado el nombre. Lo que sí es verdad es que soy populista: me gusta la cultura popular. Y el abanico de mis referencias no distingue: puedo tirar de un single de reggae, un libro de John Milton o una sitcom americana. Y también de la oralidad popular; es decir, de lo que habla y de cómo habla la gente. Siempre nos preguntan por influencias artísticas, pero el arte no tiene que salir del arte. Mi mayor influencia, en cuanto a la manera en la que escribo, es la forma en la que hablaba la gente en mi pueblo. Mi voz narrativa viene de una oralidad borrachuza de bar. No es pop, sino popular.

Precisamente en Los enemigos hay un cierto peso de la oralidad. Parece escrito para que suene como un monólogo teatral o humorístico.

Sí, pero no es que lo busque, es que mi estilo, aunque no me guste esta palabra. Mi voz narrativa es muy oral. Hay escritores a los que eso se le da mal, pero a mí se me da bien (y, claro, se me dan mal otras cosas). Me hace gracia cuando escucho a escritores diciendo que leen sus diálogos en voz alta para ver si quedan naturales: si tienes que hacer eso es que no era creíble, ya que en tu cabeza al escribir tendría que sonar como dos personas hablando. Mucha gente me ha dicho que Los enemigos parece pensado para ser convertido en monólogo, pero es que todo lo que escribo en este formato suena al monólogo de un orate.

En cuanto a la posibilidad de hacer enemigos, ¿sigue fuera de redes y evitando internet en la medida de lo posible? 

Pues tengo 50 años y me acabo de hacer una cuenta de Instagram hace una semana. Durante años estuve tan concentrado en escribir que no quería perder ni un minuto; suena un poco demente, pero es así. A la hora de escoger una red social siempre pensé que tendría que ser alguna en la que no hubiese gente haciéndose la listilla o profiriendo sus opiniones sobre cualquier mierda. Eso descartaba Twitter. ¿Qué quedaba? La banalidad tontuela de Instagram. Y qué quieres que te diga, la prefiero a la solemnidad. Por otra parte, yo siempre he tenido el famoso hate mail; es decir, correos de gente que me escribía para insultarme o criticar mis novelas. Lo que pasa es que comparado con lo de ahora exigía cierto curro: encontrar el mail, escribirlo, que el tipo que lo recibiera te pudiese contestar. A mí me parecía pedorrero (sic) y cuando lo miro ahora resulta que estaba muy currado. Ya no lo recibo, eso sí. Supongo que con las redes es diferente e insultar es más inmediato.

¿Con el libro en la mano, diría que los peores enemigos de Kiko Amat son las personas que intentan presentarse como una cosa cuando no la son?

Si tuviese que crear una especie de golem de barro de la gente que me provoca la enemistad más pura y perfecta, uno de los rasgos de carácter sería la hipocresía. La gente que va de buena y en realidad no lo es. Es muy difícil ser bueno. La gente que alardea de ser buena no es fiable: si eres bueno, uno de tus rasgos debería ser la humildad. Me pone bastante nervioso, al igual que la gente que pretende odiarte por algo que quieren hacer pasar por noble cuando es inquina o envidia… lo cual, es cierto, también entiendo. No estoy vacunado contra eso, yo también las siento.

«La gente que alardea de ser buena no es fiable: si eres bueno, uno de tus rasgos debería ser la humildad»

Acaba de crear el Festival Subsol en Barcelona, que trata sobre las distintas subculturas populares. Parece que entiende que en toda subcultura o contracultura subyace otra enemistad, como es el rencor de clase.

Con la subcultura sí, la contracultura es otra cosa, ya que parte de unos cimientos más pretenciosos al querer cambiar el mundo. La subcultura busca encontrar un espacio de entretenimiento salvaje escondido de lo mayoritario. La contracultura es fácil de asimilar por la cultura oficial, la subcultura no. Además, la contracultura es un juego intelectual de la clase media y media-alta; es más respetada que 100.000 reponedores de supermercado bailando en una discoteca de la periferia, que sería subcultura. A mí me gustan las cosas que no hay que explicar. Me gusta el baile porque hace bailar. El rock and roll, por ejemplo, que ahora lo intelectualizamos, se concibió precisamente para dar la bienvenida a todo el mundo a la música, para que no tuvieras que tener una maldita carrera ni padres intelectuales para tener cabida en ella. Me gusta un festival sobre cosas que se celebran sin justificar, simplemente porque son eufóricas y divertidas.

¿En el mundo de la cultura se comete el error de intelectualizar todo?

Eso tiene que ver con el origen de la gente que escribe sobre esas manifestaciones culturales. Si escribes de una manifestación cultural desde dentro, perteneciendo a ella, no buscas mostrar tus credenciales académicas, pero esto sí que sucede en determinada crítica artística, ya que quien la firma necesita pasarla por el tamiz de la experiencia de la educación formal. Si escuchas un single de música popular, como crees que no puedes hablar de él por sí mismo, tienes que citar a Schopenhauer para justificarte. La clase intelectual tiende a venir de una sola clase social y es lógico que deforme algunas de las manifestaciones que vienen de las otras clases.

¿Por qué cree que es tan raro que en la crítica cultural se mencione el factor de clase social?

En todos los países hay tabúes. En España tiene que ver con la Guerra Civil, y es el de la clase social; fue una guerra de clases, pero luego hubo un pacto para no hablar de ello. Por eso ahora, cuando en la crítica cultural salen a la palestra cosas como el análisis de género o el identitario, que celebro que existan, sigue sin salir el de la clase social. Hablar de clase social implicaría hablar en primera persona, admitir de qué clase social es cada uno. Se vería el pastel de cómo se erige una «cultura oficial»: en las artes, la crítica y la prensa hay un porcentaje obsceno y completamente desequilibrado de gente que proviene de clase alta o media-alta. 

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