Ucrania

«Querer no saber»: la crisis migratoria de Ucrania (frente a otras)

La Directiva de Protección Temporal para los refugiados ucranianos es una medida fundamental que debería haberse aplicado hace tiempo a la vista de otros flujos de refugiados provenientes de Siria o Afganistán. Es el ejemplo perfecto de que, si hay voluntad política, se pueden tomar decisiones poniendo a las personas en el centro.

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14
marzo
2022
Una mujer ucraniana con un niño en brazos en la frontera ucraniana con Moldavia. Fuente: UN Women Europe

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«Habrá muchos, individuos o pueblos, que piensen más o menos conscientemente, que todo extranjero es un enemigo. En la mayoría de los casos, esta convicción yace en el fondo de las almas como una infección latente; se manifiesta solo en actos intermitentes y descoordinados, y no está en el origen de un sistema de pensamiento. Pero cuando éste llega, cuando el dogma inexpresado se convierte en la premisa mayor de un silogismo, entonces, al final de la cadena está el Lager. Él es el producto de un concepto del mundo llevado a sus últimas consecuencias con una coherencia rigurosa: mientras el concepto subsiste las consecuencias nos amenazan». Primo Levi escribe estas palabras en el prólogo de su libro Si esto es un hombre nada más regresar del campo de Buna-Monowitz, satélite de Auschwitz, en 1946.

Redacto estas líneas mientras asistimos a una crisis global de las migraciones, exacerbada por la pandemia del coronavirus, el consecuente cierre de fronteras y el éxodo de refugiados y desplazados internos en varias partes del mundo. En la actualidad, unos 80 millones de personas hoy se ven forzados a abandonar sus hogares, aunque en su mayoría –55 millones– no llegan a cruzar la frontera internacional y se convierten en desplazados internos: Venezuela, Colombia, Siria, Yemen o Afganistán, por ejemplo, son algunas crisis olvidadas. En Myanmar o en Siria, de hecho, las personas no cruzan una frontera porque simplemente están cerradas a cal y canto.

En esta nueva crisis migratoria auspiciada por la invasión rusa de Ucrania, la activación de la Directiva de Protección Temporal para los refugiados ucranianos es una medida necesaria que bien podría haberse aplicado hace tiempo a la vista de otros flujos de refugiados en 2015 y 2016 provocados por las guerras en Siria o Afganistán. Hace solo algunos meses veíamos cómo Bielorrusia atraía de Irak y Siria a los refugiados, algunos de la minoría Yazidi, perseguidos a muerte en sus países, desde el Medio Oriente hacia la Unión Europea.

Vimos cómo 21 personas morían a nuestras puertas. Una trágica consecuencia de la incapacidad de gestionar los flujos migratorios, más allá de expresar «preocupación» sin una estrategia más clara que la de externalizar las fronteras de Europa y, en paralelo, ofrecer armas y acercamiento político a Libia o Turquía. Lamentablemente, este doble estándar deriva del predominio de los intereses económicos sobre la centralidad de la persona. Un dossier irresuelto que conduce a utilizar a migrantes y refugiados como moneda de cambio.

¿Y qué decir de los refugiados aún presentes en las islas griegas, gentes perplejas y desesperadas, extenuadas por años de guerra, cuyo único ‘crimen’ es tratar de encontrar un lugar seguro donde vivir? Es urgente revisar el acuerdo de Dublín. Si los refugiados que están en Grecia pudieran ir a los países de la Unión Europea donde tuvieran comunidades de origen, familiares o amigos, eso beneficiaría no solo la justa distribución de refugiados liberando a Grecia de esta enorme responsabilidad, sino que ayudaría a una mejor integración. Esto está ya pasando de forma natural con los refugiados ucranianos que están llegando poco a poco a países donde tienen vínculos que pueden acogerles.

Ante la violación sistemática del principio de non-refoulement (no devolución) de quienes pretenden salvar sus vidas, hoy asistimos al derrumbamiento del derecho internacional sobre los refugiados y de su piedra angular, la Convención de Ginebra de 1951, escrita precisamente en reacción a los horrores de la Segunda Guerra Mundial y en territorio europeo.

Tres claves de Primo Levi para Ucrania

El rechazo a los refugiados y migrantes va más allá de un posicionamiento político, por lo que mi primera reflexión tiene que ver con los instintos más básicos del ser. Me interpelan las palabras de Levi al referirse a la aversión contra los judíos como un caso particular de un fenómeno más vasto: la aversión contra quien es diferente de uno. «No hay duda de que se trata, en sus orígenes, de un hecho zoológico: los animales de una misma especie, pero de grupos distintos, manifiestan entre sí fenómenos de intolerancia. Esto también ocurre con los animales domésticos: es sabido que, si se introduce una gallina de un determinado gallinero en otro, durante varios días es rechazada a picotazos. (…) Ahora bien, el hombre es ciertamente un animal social (ya lo había afirmado Aristóteles) –pero ¡pobres de nosotros si todas las pulsiones zoológicas que sobreviven en el hombre se toleraran! Las leyes humanas están precisamente para esto: para limitar los impulsos animales», reflexionaba Levi.

La segunda reflexión se refiere a la voz. Hoy nos falta una pieza fundamental: la voz de aquellos que son expulsados y humillados. Sin esta voz, sin escuchar sus aspiraciones y temores, ¿cómo podremos entender en toda su profundidad lo que hoy quiere decir ser refugiado? Ante esta falta, los refugiados no se nos presentan como individuos con sus historias personales, sino como una gran masa gris. La falta de percepción de la individualidad es quizás lo que hoy conduce a la indiferencia, a considerar a los refugiados como un problema ajeno, lo que permite que se den tales vulneraciones flagrantes de derechos humanos sin que se generen reacciones masivas.

Ante la violación sistemática del principio de no devolución asistimos al derrumbamiento del derecho internacional sobre los refugiados

Tienen esa percepción las iglesias, organizaciones o individuos en contacto directo con los refugiados, pero a duras penas pueden hacer comprender el drama porque este solo se entiende en relación con el ser humano individual. Levi nos sigue iluminando: «Por lo que creo percibir, el odio es personal, se dirige a una persona, un hombre, un rostro; pero nuestros perseguidores de entonces no tenían rostro ni nombre (…) estaban alejados, eran invisibles, inaccesibles. El sistema nazi, prudentemente, hacía que el contacto directo entre esclavos y señores se redujese al mínimo. (…) ¿Cómo habría podido cultivar el rencor, querer la venganza contra un conjunto de fantasmas?».

Mi tercera y última reflexión se refiere al peligro de los eufemismos y a la complicidad. Decía Levi así: «Para mantener el secreto, entre otras medidas de precaución, en el lenguaje oficial solo se usaban eufemismos cautos y cínicos: no se escribía ‘exterminación’ sino ‘solución final’; no ‘deportación’ sino ‘traslado’, no ‘matanza con gas’ sino ‘tratamiento especial’, etcétera». ¿Cuáles son hoy los eufemismos que describen la realidad de los refugiados? Tienen que ver con la repatriación, con mandar cuanto antes a los refugiados a casa, haya o no acabado la guerra. Nadie se refiere a una repatriación voluntaria, en condiciones de seguridad y dignidad, como requiere la doctrina del Derecho Internacional. Y eso tiene que ver con la falta de voluntad política, a pesar de tener toda la información sobre las situaciones de las que escapan los refugiados. Levi explica que «pese a las varias formas de informarse, la mayor parte de los alemanes no sabía porque no quería saber o más: porque quería no saber (…). El ciudadano alemán defendía su ignorancia, que le parecía suficiente justificación de su adhesión al nazismo: cerrando el pico, los ojos y las orejas, se construía la ilusión de no estar al corriente de nada, y por consiguiente de no ser cómplice de todo lo que ocurría ante su puerta».

La respuesta tan humana ante el drama de los refugiados ucranianos debería servir para encauzar el nuevo Pacto de Migración y Asilo

Levi escribió como un deber de recordar porque comprendió que los Lager no fueron un accidente de la historia. «Los Lager nazis han sido la cima, la culminación del fascismo en Europa, su manifestación más monstruosa; pero el fascismo existía antes que Hitler y Mussolini, y ha sobrevivido, abierto o encubierto, a su derrota en la Segunda Guerra Mundial. En todo el mundo, en donde se empieza negando las libertades fundamentales del hombre y la igualdad, se va hacia el sistema concentracionario, y este es un camino en el que es difícil detenerse», defendía.

Primo Levi nos puede hoy inspirar para evitar errores pasados: «Pocos años después, Europa e Italia se dieron cuenta de que se trataba de una ingenua ilusión: el fascismo estaba muy lejos de haber muerto, solo estaba escondido, enquistado; estaba mutando de piel, para presentarse con piel nueva, algo menos reconocible, algo más respetable, mejor adaptado al nuevo mundo que había salido de la catástrofe de esa Segunda Guerra Mundial que el fascismo mismo había provocado. Debo confesar que, ante ciertos rostros no nuevos, ante ciertas viejas mentiras (…), la tentación de odiar nace en mí, y hasta con alguna violencia: pero yo no soy fascista, creo en la razón y en la discusión como instrumentos supremos de progreso, y por ello antepongo la justicia al odio».

Ojalá la respuesta tan humana ante el drama de los refugiados ucranianos –la que hubiera debido ser también para otros refugiados– sea una oportunidad para encauzar, según el Derecho Internacional, el nuevo Pacto de Migración y Asilo por el que se pretende reformar el Sistema Europeo Común de Asilo. La activación de la Directiva de Protección Temporal para los refugiados ucranianos es un ejemplo concreto de que, si hay voluntad política, se pueden tomar decisiones poniendo a las personas en el centro.


Amaya Valcárcel es responsable de incidencia internacional en el Jesuit Refugee Service (JRS).

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