«El maltrato animal tiene relación con otras formas de violencia intrahumana»
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¿Somos los humanos un animal más? ¿Pueden los animales no humanos tener derechos o son meros esclavos de los hombres? ¿Qué piensan sobre nosotros? Sobre esta clase de delicadas cuestiones reflexiona Marta Sagarra (Barcelona, 1963) en su último ensayo, ‘Humanimales‘ (Galaxia Gutenberg), un tema sobre el que esta investigadora del Centro Nacional de Recursos Científicos francés y catedrática de Estudios de Género en la Universidad de Barcelona lleva años estudiando. Conversamos con ella acerca de las complejidades de esta necesaria relación.
Aparte de la razón y del pensamiento abstracto, ¿dónde colocamos la frontera que divide al humano del animal? De hecho, ¿deberíamos de establecer una frontera?
No hay una frontera que separe al animal humano de todos los demás animales. Cada especie tiene sus características y particularidades. La humana tiene mejores capacidades y habilidades que otras especies en ciertos aspectos, pero también tiene peores rasgos en otros. La filosofía occidental se ha planteado desde la Antigüedad definir cuáles son los rasgos únicos y exclusivos de la humanidad, pero nunca se ha llegado a ningún consenso.
El híbrido entre hombre y animal ha poblado el imaginario común desde la Antigua Grecia. Japón se convirtió hace un par de años en el primer país en cultivar órganos para humanos en animales. ¿Qué tendría que tener en cuenta el debate y la reflexión ética que estas prácticas conllevan?
La hibridez humano-animal es, a la vez, una fantasía atractiva y una pesadilla poblada de monstruos, tal como se percibe en las mitologías y en el arte, pero también en la ciencia y la tecnología. La reflexión ética sobre este tipo de prácticas debería tener en cuenta no solo el punto de vista humano (es decir, qué es lo que nos favorece o nos amenaza), sino también el de los seres no humanos. Los humanos nos hemos otorgado el derecho de decidir por todos los demás seres vivos, pero dejando de lado razonamientos de tipo religioso, no hay motivos sólidos que justifiquen una excepcionalidad categórica de la especie humana que le permita «mandar» sobre las demás.
«La filosofía siempre se ha planteado definir cuáles son los rasgos únicos de la humanidad, pero nunca se ha llegado a ningún consenso»
¿El maltrato animal y el llamado especismo va siempre parejo al racismo y sexismo?
Todas las formas de dominación no solo están entrelazadas, sino que se potencian unas a otras. Es lo que en ciencias sociales se llama interseccionalidad de las opresiones. A lo largo de la historia occidental y, desgraciadamente, todavía en nuestros días, el racismo y el sexismo se manifiestan con frecuencia a través de una animalización de los individuos o grupos minorizados en el sentido de que se apartan de la norma social hegemónica, ya sea de género, de «raza» (que no existen desde un punto de vista genético o biológico, pero sí ideológico) o de clase. El maltrato animal, concretamente, es una consecuencia del especismo, pero tiene relación con otras formas de violencia intrahumana.
¿Qué cree que pensarían algunos animales de nuestra especie?
Creo que los animales no humanos que comparten mundo con nuestra especie ya se forman una opinión. Y lo hacen si no como colectivo, sí por lo menos sobre las personas que tienen más cerca. Una pregunta lógica que podemos hacernos es la de si los animales nos dan alguna forma de nombre, como nosotros hacemos con ellos.
¿En qué mejoraría el mundo si contemplamos al animal como un igual?
En primer lugar, hablar del «animal» en singular ya significa dar por sentado que hay una frontera estanca entre «el hombre», como se decía tradicionalmente, y «el animal». Esto resulta muy reduccionista: ¿en qué se parecen una oruga y una ballena? Las diferencias entre estas dos especies son mucho más grandes que las que distinguen al Homo sapiens de los demás simios, por ejemplo. En cuanto a la idea de contemplar a los animales como iguales, creo que más bien se trata de apreciar las diferencias que nos distinguen a unos de otros sin que estas sirvan de base para una pirámide jerárquica de la vida en la que «el hombre» se sitúe en la cumbre.
¿Tratar de humanizar al animal es faltarle al respeto en su condición?
La antropomorfización de los animales no humanos puede ser una muestra más de esta actitud de superioridad que la mayoría de humanos comparte, pero también puede tener consecuencias positivas si, por ejemplo, con ello se trata de respetar las vidas de las criaturas no humanas sin tratarlas como meras copias defectuosas de lo humano.
¿Ha empeorado la condición del animal respecto del humano desde que ya no es útil para el trabajo?
Seguimos utilizando a los animales no humanos para «trabajar» para nosotros más allá de la agricultura, que se ha tecnologizado en la mayoría de regiones –aunque no todas– del mundo. Pensemos en los animales domésticos que se crían para la alimentación humana, como cerdos, vacas, pollos u ovejas, cuyo número ha aumentado en las últimas décadas hasta extremos insostenibles, dando pie a la generalización de la ganadería industrial. Hay quien los considera «trabajadores», como también ocurre con los animales de laboratorio o los de la industria del espectáculo, empezando por los zoos, cuya labor científica no oculta su función de entretenimiento.
«El imaginario popular siempre atribuye valores humanos a determinadas especies, como ocurre con la crueldad del lobo»
Entre quienes deniegan conceder derecho a los animales por argumentar que no puede ser sujeto de obligaciones éticas, jurídicas y políticas, y quienes se los conceden al tener capacidad de respuesta al otro, como Donna Haraway, ¿dónde se sitúa el pensamiento de Segarra?
Es difícil responder a esta pregunta en pocas palabras. El mismo concepto de «derechos animales» está sujeto a críticas por parte de algunos pensadores animalistas, como Jacques Derrida, ya que el mismo concepto de derecho es una noción humana. De nuevo, reducimos la complejidad de las existencias animales a un marco de interpretación puramente humano. Ahora bien, si se trata de respetar sus condiciones de vida y de no impedir que las suyas sean «vidas vivibles», según la expresión que utiliza Judith Butler para referirse a seres humanos cuya existencia es muy precaria, evidentemente, estoy a favor. Y lo estoy por lo que he dicho antes: me parece que la creencia en la excepcionalidad humana es peligrosa no solo para los demás animales, sino también para los seres humanos.
En ocasiones, al leer libros sobre etología, zoología y humanimales, uno tiene la sensación de que los animales «lo hacen todo bien» o, al menos, mucho mejor que el hombre. ¿No es esto una cierta descompensación subjetiva?
No comparto esa sensación. Los libros de zoología y etología describen los comportamientos de los animales no humanos en base a la observación científica, en principio sin entrar en juicios de valor. Como he dicho al principio, hay cosas que se nos dan mejor a los humanos y otras que no, pero no se trata de aplicar juicios valorativos o morales basados en una determinada visión del mundo a los animales no humanos. Si acaso, es más bien el imaginario popular el que atribuye valores o defectos a determinadas especies –como la fidelidad del perro o la crueldad del lobo– cuando estas consideraciones responden en realidad exclusivamente al punto de vista humano. En el género literario de la fábula, por ejemplo, aunque aparentemente los protagonistas sean animales no humanos, en realidad siempre se está hablando de los humanos.
A su juicio, ¿qué sociedad es o ha sido la más respetuosa con los animales?
Contestaré la pregunta al revés: en mi opinión, las sociedades llamadas occidentales, entre las que se cuenta la nuestra, figuran entre las que peor han tratado a los animales no humanos, considerándolos simples instrumentos –salvo excepciones– en manos humanas. Otro tipo de epistemologías que fundan otras sociedades no distinguen tajantemente entre la humanidad y la animalidad; como mínimo, tienden puentes entre todas las especies, incluyendo la humana.
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