Sociedad
Ignore la ignorancia, y será más feliz
El principio de Hanlon, concebido con un enfoque humorístico, dice que «nunca atribuya a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez». Esta idea filosófica busca catalogar de ignorantes los comportamientos o comentarios que podrían parecer perversos a fin de librar de carga sentimental enemistades que parecen eternas.
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En una charla con el youtuber Jordi Wild, el reconocido escritor español Arturo Pérez-Reverte desveló un secreto que pocos en su entorno conocían. Era aún un niño cuando, cierto día, se encontró con una gata ensangrentada y varios pequeños gatos ciegos. Dado el débil estado de la madre y la invidencia de las crías, el pequeño Arturo tuvo claro que no tendrían un buen porvenir y, movido por la piedad, decidió ahogarles para ahorrarles el sufrimiento. La triste escena, fruto del desconocimiento del niño, le llevó a cometer una acción cruel, incluso malvada si se despoja de todo contexto. Sin embargo, la verdadera culpable de esa escena fue la ignorancia. ¿Cómo podía saber un niño que los gatos nacen ciegos y que el parto involucra sangre?
Existe un principio de origen humorístico que reza así: «nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez». Conocido como el principio de Hanlon, este pensamiento ‘filosófico’ busca untar una capa de aceite en nuestros frágiles sentimientos para ayudar a permeabilizarlos contra la torpeza natural de nuestros congéneres.
Así, el principio de Hanlon busca catalogar de ignorantes los comportamientos o comentarios que podrían parecer perversos o que resultan altamente molestos, como cuando una abuela le dice a su nieto que ha ganado demasiados kilos o un cuñado vierte un comentario desafortunado. La correcta aplicación de este principio puede librar de la carga sentimental que suponen las enemistades eternas –de esas que solo parecen poder solucionarse mediante un duelo de espadas–, de los resentimientos con los familiares incultos o con poco tacto o de la disolución de una amistad a causa de un malentendido. Incluso, quizá, una sana aplicación de esta idea podría reducir los pensamientos suicidas, ya que se puede usar como escudo ante las opiniones poco amables que la sociedad vierte, de continuo, sobre las personas con una fracturada salud mental.
De esta forma, si uno reconoce que todas estas palabrerías son fruto de la ignorancia es más capaz de apartarlas a un lado, sacudir la cabeza con una pizca de condescendencia y una media sonrisa y seguir tranquilamente con su vida.
Aunque si bien esta filosofía podría, definitivamente, mejorar nuestro estado de ánimo, ¿qué pasa si abusamos de ella? ¿Podríamos llegar a cometer el grave error de endiosarnos, de mirar al resto del mundo por encima del hombro creyendo que está equivocado? Esta soberbia podría conducirnos a considerar a nuestros allegados unos ignorantes o, como poco, unos torpes que nunca aciertan con las palabras. Con demasiada sal, incluso el mejor de los manjares se convierte en un plato repugnante.
¿Una gran excusa para la inmoralidad?
La cuestión va mucho más allá: ¿es aplicable el principio de Hanlon fuera de nuestro espacio personal y de las relaciones sociales que establecemos con el entorno más cercano? Y sirviéndonos de un ejemplo de la actualidad: ¿podría uno no considerar ‘malos’ a los jóvenes soldados rusos que, recibiendo órdenes de sus superiores, marchan a Ucrania para invadir un país soberano?
No son pocos en la historia de la humanidad los que apelaron a la ignorancia para librarse de la reprobación de la justicia. Los nazis sobre los campos de concentración, un político sobre el plagio de su trabajo final de carrera o usted mismo cuando superó el límite de velocidad marcado en una zona residencial. Pero ignorantia juris non excusat: es el antiguo principio legal que recoge el Código Civil y que recuerda que el desconocimiento de la ley no puede ser un obstáculo para su cumplimiento. En este sentido, ni el más despistado de los ciudadanos debería librarse de pagar la más mínima infracción, siempre proporcionalmente al error cometido.
El principio de Hanlon podría ser considerado, también, la otra cara de la moneda del «es tan bueno que es tonto», pero no hay que equivocarse y meter en el saco de esta filosofía barata a cualquiera que nos agravie, tanto a nosotros mismos como a los demás. La maldad, al fin y al cabo, es un elemento inherente del ser humano –en mayor o menor medida– y no debemos pasarla por alto mientras nos ensimismamos en la blanca bandera de un principio que, en sus orígenes, era humorístico. Hanlon no busca solucionar un problema, más bien ignorar la ignorancia, pero no nos podemos permitir el lujo si esta hace daño incluso al más pequeño y olvidado de los seres de nuestro planeta.
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