El poder y los cabos sueltos
Hay algo universal en el poder y en su pérdida que entronca con lo que decían los psicólogos Daniel Kahnemann y Amos Tversky en su teoría de las perspectivas: la desesperación del poderoso, el acto irracional de quien parece tenerlo todo, no surge normalmente por su deseo de ganar algo sino como respuesta a haberlo perdido.
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2022
Artículo
En las últimas semanas, dos acontecimientos políticos (uno infinitamente más importante que el otro, y con consecuencias más duraderas) han aportado lecciones sobre el poder, y especialmente sobre la obsesión con perderlo o la frustración de no poder controlar lo que uno cree que es de su propiedad.
En España, Teodoro García Egea ha dimitido y Pablo Casado prepara su salida como consecuencia de una maniobra de derribo de su rival en el Partido Popular, Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid. Egea y Casado, obsesionados con el control férreo y disciplinado del partido, no pudieron aguantar que Ayuso fuera a su bola y que tuviera además apoyo electoral y popular. Su estrategia de espionaje, guerra informativa (con filtraciones a los medios) y fuego amigo surgía de la desesperación que produce comprobar que hay algo que escapaba a su control.
«El miedo irracional a perderlo le nace a cualquiera con algo de poder, desde el dictador sanguinario hasta al concejal de pueblo»
En Rusia, el presidente Vladímir Putin dio esta semana un discurso irredentista y supremacista donde admitió que era inaceptable la independencia y soberanía ucraniana al margen del Imperio Ruso. Su obsesión con el área de influencia de Rusia, su revisionismo histórico y su conspiracionismo surgen de la frustración que provoca en un autoritario no poder controlar lo que cree que es suyo: para un ultranacionalista ruso como Putin, Ucrania es Rusia y da igual lo que digan los propios ucranianos.
El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, pero también corrompe mucho la aspiración de uniformidad que hay detrás de toda pulsión de control y poder. Es la pieza del puzle que falta y que deja la imagen incompleta y que vuelve loco al poderoso.
Es obvio que ambos casos difieren sustancialmente. Pero hay algo universal en el poder y en su pérdida que entronca con lo que decían los psicólogos Daniel Kahnemann y Amos Tversky en su teoría de las perspectivas: el dolor de perder 100 euros es más intenso que el placer de ganar 150 dólares. La desesperación del poderoso, el acto irracional de quien parece tenerlo todo, no surge normalmente por su deseo de ganar algo sino como respuesta a haberlo perdido. Y eso es algo que le ocurre a cualquier individuo con algo de poder, desde el dictador sanguinario al concejal de pueblo.
COMENTARIOS