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COLABORA2022
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Mark Blyth (Reino Unido, 1967) no duda en otorgar a la rabia una razón de peso: cataliza los cambios y errores de, al menos, los últimos cuarenta años. El profesor de economía internacional, co-autor junto a Eric Lonegan del libro ‘Angrynomics‘, sostiene, sin embargo, que las causas van más allá de lo puramente económico: es necesario realizar, a su vez, una regeneración de las condiciones políticas.
¿Por qué cree que la rabia nos ayuda a entender la economía?
Porque parece que estamos viviendo un momento extraño: el mundo, en promedio, nunca ha sido tan rico, y aún así los indicadores de estrés, ansiedad y rabia están por todas partes. Lo que intentamos hacer en el libro fue pensar seriamente sobre qué factores de la economía de los últimos 30 años nos han hecho más ricos, pero al mismo tiempo más polarizados y más enfadados.
Usted habla de la ira tribal. ¿Qué es eso?
Comenzamos a pensar sobre la rabia porque fuimos a un partido de fútbol en Inglaterra y nos fijamos en que los aficionados más comprometidos dedicaban una gran cantidad de tiempo a gritarle a sus propios amigos. Su trabajo, de cierta manera, era hacer que todo el mundo se emocionase y se enfadase. Aquí fue donde hicimos la conexión con la política, pues lo que vemos es una especie de despertar de una respuesta tribal. Puede que esté latente en la sociedad, puede que sea construida por los políticos, pero la rabia es esencialmente una fuerza motivadora muy poderosa, y si la combinas con un momento histórico en el que muchas comunidades del planeta cuentan con reclamaciones justificadas, puedes identificar cuáles son esas reclamaciones y utilizarlas como arma para suscitar la rabia.
«Puede que esté latente, puede que sea construida por los políticos, pero la rabia es una fuerza motivadora muy poderosa»
En su libro, usted y su co-autor Eric Lonergan argumentan que el auge del populismo que hemos visto recientemente tiene su origen en la crisis financiera que empezó en el 2008. ¿Por qué?
No es solo la crisis financiera. Si pensamos en los años 80, en las revoluciones de Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en Reino Unido, cambiamos de parecer con respecto a cómo funcionaba la economía: liberamos e integramos los mercados y globalizamos la producción. De manera muy significativa, también convertimos a los bancos centrales independientes en el principal mecanismo de gobernanza. Y para equilibrar estos grandes cambios macroeconómicos se inyectó una gran cantidad de crédito al sistema. Podemos pensar en ello con esta analogía: es como si hubiésemos reprogramado un ordenador. Al mismo tiempo, sin embargo, introdujimos errores en esa reprogramación. Los errores fueron un fuerte incremento de la desigualdad de ingresos y de la riqueza a nivel mundial, el deterioro de las condiciones de empleo de la gente y la eliminación de muchos de los derechos y restricciones que protegían a los trabajadores. Esto se exacerba hasta 2008, cuando hay una gran crisis financiera. ¿Y qué pasa en ese momento? Los gobiernos están congelados y los bancos centrales básicamente rescatan el sistema, pero no hay ninguna reforma fundamental para remediar los errores del sistema. El coste, además, se le impone al 80% de la población, que no tiene activos. Eso crea una variedad de reacciones: desde los Indignados en España, que luego se convierte en el partido político Podemos, hasta el partido de ultraderecha Alternativa para Alemania, del cual hemos visto versiones en todo el mundo. Así que no es la crisis financiera de 2008 per se: es lo que la crisis cataliza y que se había estado desarrollando durante mucho tiempo.
¿Cuáles son los mejores antídotos que se pueden utilizar contra el populismo?
Depende de su expresión particular. Pensamos que las causas del populismo son básicamente estos errores del sistema: el deterioro de la capacidad de las personas de protegerse de los shocks del mercado financiero y la desigualdad de ingresos y riqueza. Cualquier iniciativa que básicamente haga frente a eso funciona como antídoto. Las propuestas del presidente estadounidense Joe Biden se pueden ver como un intento por extinguir esa fuente del populismo, pero hay otro factor que lo ha impulsado y que es mucho más difícil de apagar, y es que entre los últimos años de la década de los 90 y el periodo previo a la crisis financiera, la política en todas partes se volvió increíblemente tecnocrática. Se trataba de que los tecnócratas correctos encontraran las políticas correctas –ya fueran las políticas del banco central o las políticas financieras–, pero la crisis financiera del 2008 los desacreditó enormemente, dando lugar a una crisis de confianza tecnocrática. Lo único que sabemos es que si queremos reparar el mundo después de la pandemia, no podemos reconstruir una especie de tecnocracia que impulse a la gente a adoptar mejores comportamientos. Debemos involucrar a las personas como ciudadanos: es necesario revitalizar la democracia y redistribuirla. No es solo una cuestión de dinero, también es una cuestión de reconocimiento e identidad.
«Debemos involucrar a las personas como ciudadanos: es necesario revitalizar la democracia y redistribuirla»
Una de las soluciones que usted propone es un Fondo Nacional para la Riqueza. ¿Qué es eso y cómo podría aliviar alguno de los problemas que ha identificado?
El mejor ejemplo que tenemos hasta la fecha es el Fondo de Pensiones del Gobierno de Noruega. En los años 90, los noruegos, muy inteligentemente, invirtieron las ganancias que provenían del petróleo en acciones. Compraron acciones en todo el mundo y crearon un gigantesco fondo pasivo para madurar estas acciones, generando así riqueza para la nación; es bastante sencillo, cualquiera puede hacerlo. Siempre que hay una crisis financiera, la gente quiere deshacerse de sus acciones porque piensan que nadie va a querer comprar nada, y lo hacen al mismo tiempo. Por tanto, los gobiernos deberían destinar el 20% del producto interior bruto (PIB) a comprar todas esas acciones descartadas y crear un fondo pasivo con ellas. Pongamos que ese fondo no se toca en 12 años: en ese tiempo se puede recuperar todo el dinero que invirtieron y más. Eso se convierte en riqueza para el 80% de las personas de más bajo nivel socioeconómico. Literalmente, es dinero gratis esperando a ser recolectado. Con un Fondo Nacional para la Riqueza se podría cancelar la deuda estudiantil, financiar programas sociales, entrenar a la fuerza laboral para lidiar con la automatización y hasta descarbonizar la economía sin cobrar impuestos a nadie. Es una gran idea, pero la gente no parece pensar que realmente funciona y no entiendo por qué.
Este contenido fue emitido en formato audiovisual por el programa de televisión ‘Efecto Naím‘, una producción de Naím Media y NTN24. Forma parte de un acuerdo de colaboración de este programa con la revista Ethic.
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