Cultura
El escándalo ‘Lolita’
La obra escrita por Nabokov, posteriormente filmada por Stanley Kubrick, muestra la obsesivo deseo sexual de un depredador por una niña. A pesar de ello, la censura actuó con la rotundidad con que normalmente se atajan los tabúes. La historia de Lolita es, aún hoy, la de una obra marcada por los obstáculos de la moral.
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«Ningún artista tiene inclinaciones éticas; eso constituiría un amaneramiento estilístico imperdonable», llegó a escribir el escritor Oscar Wilde, célebre por su irreverencia. Hay constancia, sin embargo, de ciertas obras que han causado una fuerte conmoción moral: Lolita, de Nabokov. Cuatro editoriales la rechazaron antes de que Olympia Press, un modesto sello especializado en contenidos eróticos, apostara por el texto en 1954. El resultado es conocido: la opinión pública de medio mundo en estado de shock; el autor, prácticamente al pie del cadalso social.
Si bien en tres semanas la novela llegó a vender cien mil ejemplares –cifra comparable al fulminante éxito de Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell– esta, claro está, terminó prohibiéndose en numerosos países. Es de la decencia de lo que se suele hablar y no tanto así, por desgracia, del virtuosismo lingüístico, de lo que consigue el ruso emigrado a Estados Unidos con una lengua que no es la suya, del juego irrepetible de aliteraciones, del uso de la simbología, del hecho de forjar sintagmas hasta extraer de ellos una poesía pura. Lo que queda de la obra, por tanto, es una jovencísima mujercita dispuesta como el árbol del Edén, epítome del deseo prohibido.
A ojos de Nabokov ella es una víctima, pero para Kubrick está más emparentada con la figura de la ‘femme fatal’
Años después de su publicación, en 1962, se estrenaría la película homónima dirigida por Stanley Kubrick y escrita con un guion imposible por Nabokov, quien no dudó en redactar cuatrocientas páginas, el equivalente a un largometraje de ocho o nueve horas que después, entre ambos –más Kubrick que Nabokov–, redujeron a 152 minutos. Hay algunos matices importantes que la distinguen del texto: la edad de ella, que en la novela es de 12 años, mientras en la película cuenta con 14. La visión de la ‘nínfula’ también difiere: a ojos de Nabokov es una víctima, pero para Kubrick está más emparentada con la figura de la femme fatal. Es por ello por lo que Humbert, el depredador, conserva en el filme un punto de mártir, y la pequeña, de sádica. Mientras el escritor quiso alertarnos de los peligros de determinadas personas que, tras una apariencia encantadora, pueden esconder una bestia, el norteamericano decidió explotar el contenido sexual y los juegos perversos, zurciéndolo todo entre los sutiles hilos del humor.
La película se rodó en Londres entre la más absoluta discreción, ya que Inglaterra ofrecía beneficios fiscales a los proyectos cuyo 80% de la plantilla –como era el caso– fuera autóctono. Fue allí donde se perpetró un giro argumental drástico: Kubrick casó a Lolita con Humbert. Este cambio fue lo que le permitió sortear la censura, ya que había zonas en Estados Unidos que aún permitían el matrimonio con menores que hubiera cumplido los 14 años. La Motion Picture Association of America debía aprobar los valores morales de cada película antes de su exhibición, y si la nínfula y el sátiro purificaban su amor ungidos por el sacramento, la historia se dulcificaba.
La censura obligó a eliminar algunos diálogos de la película por el exceso de voltaje sexual, si bien Kubrick se las arregló para conjurar lo alegórico en determinadas escenas
A Kubrick le costó un larguísimo quebradero de cabeza dar con una niña que encarnara a Lolita. Casi el mismo, de hecho, que la elección del protagonista: a James Mason, al fin y al cabo, lo escogió después de que Cary Grant y Laurence Olivier declinaran el proyecto; incluso él mismo llegaría a rechazar el proyecto en primera instancia, si bien posteriormente reconsideró su decisión. Solo consiguió encontrar a la niña ideal cuando apareció Sue Lyon (y su madre consiguió el beneplácito de su director espiritual, que no observó nada reprobable en la historia). No obstante, no acabaron aquí los problemas: Lyon no tenía edad legal para leer la novela cuya adaptación iba a interpretar y ni siquiera podría asistir al estreno, siendo vetada la película para los menores de 16 años. Posteriormente, su carrera encontraría todo tipo de obstáculos: su hermano se suicidó con tan solo 20 años y ella estaría dos años postrada en una silla de ruedas a causa de un accidente de tráfico, yendo de matrimonio en matrimonio a la sombra de un trastorno bipolar. En 1986, tras refugiarse en España, se retiró formalmente a la temprana edad de 34 años.
La censura obligó a eliminar algunos diálogos de la película por el exceso de voltaje sexual, así como una escena completa de seducción. Kubrick, no obstante, se las arregló para conjurar lo alegórico en determinados momentos que resultan especialmente perturbadores, como cuando él le pinta las uñas de los pies. A día de hoy, a pesar de los ‘macarras de la moral’ a los que se refería Serrat, la película sigue siendo reconocida como una obra maestra. Casi cuarenta años después de la película hecha por Kubrick, sin embargo, el estreno del remake dirigido por Adrian Lyne no consiguió distribución; de nuevo, la moral: tan solo una sala de Nueva York y otra de los Ángeles se atrevieron a distribuir el filme.
Nabokov, que para aquella nueva versión ya había muerto en Suiza, a la orilla del lago Leman, defendió hasta la extenuación a su personaje, a su juicio tan incomprendido: «Lolita no es una niña perversa. Es una pobre niña. Lolita, la nínfula, no existe fuera de la obsesión que destruye a Humbert, y este es un aspecto esencial de un libro singular que ha sido falseado por una popularidad artificiosa».
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