Ecología política

El peso de las instituciones políticas es fundamental. Al igual que el estado de las distintas partes de un cuerpo, estas revelan la salud (o la ausencia de la misma) de un sistema democrático.

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30
noviembre
2021

Si fuéramos geranios del Albaicín o grullas del noroeste, nuestro hábitat sería solo la naturaleza. Pero somos seres sociales y nuestro hábitat inmediato es la ciudad, la polis. Por eso necesitamos cuidar nuestro ecosistema político. Una parte importante son las instituciones. Una de ellas es el Parlamento. El espectáculo que está dando el español me anima a tratar el tema. Nuestra tradición parlamentaria no es brillante. El 4 de julio de 1934, tras un incidente en que ‘se esgrimieron pistolas’ el Presidente del Congreso dijo: «No es lícito, señores diputados, que, en presencia de tantas contrariedades, de tantas miserias, de tantas amarguras, de tantas dificultades como tienen los españoles fuera de aquí, nosotros les ofrezcamos el ejemplo, no de nuestra abnegación y sacrificio, sino el bien lamentable de nuestras querellas y nuestros pugilatos personales». Palabras actuales. El objetivo del Panóptico es aprender de la Historia. Las instituciones pueden enfermar. Cuidar su salud  me parece un objetivo urgente.

Llamamos ‘institución’ a una regla duradera y transmisible de interacción social

Desde el Panóptico, voy a hacer zoom sobre la ciudad de Nogales. Está dividida por una alambrada. La parte sur pertenece al estado de Sonora, en México; la parte norte al Estado de Arizona, en Estados Unidos. La geografía es idéntica y ambas mitades comparten antepasados, pero las diferencias en renta, educación, seguridad o salud son enormes. ¿Cuál es el origen de esa situación? Acemoglu y Robinson contestan: las instituciones. No es, pues, un tema baladí. Hay numerosos casos semejantes. Basta comparar la Alemania occidental y oriental antes de la reunificación o Corea del Norte y Corea del Sur. Un ejemplo interesante para los españoles es la diferencia entre las instituciones que se establecieron en las ‘colonias extractivas’ (a las que se iba fundamentalmente a ganar dinero, como ocurrió en las de América Latina) y las ‘colonias de asentamiento’, en las que los migrantes iban para construir allí un Estado. A pesar de los siglos, esa diferencia continúa influyendo en la estructura política y económica de esas naciones. No es de extrañar que la economía haya mostrado gran interés por las instituciones y su influencia en el desarrollo. Hasta cuatro economistas –Ronald Coase, Douglas North, Oliver Williamson y Elinor Ostrom– han obtenido el Premio Nobel por sus contribuciones al estudio de las instituciones. El interés se amplía inevitablemente a las sociales y políticas.

instituciones

Llamamos ‘institución’ a una regla duradera y transmisible de interacción social. Etimológicamente significa ‘lo que está firmemente establecido’. El lenguaje, las costumbres o las normas son instituciones. Los juristas conocen las Institutiones iustiniani, la recopilación de normas jurídicas ordenada por el emperador Justiniano. Crear instituciones es una de las características del sapiens, una forma de regular la convivencia y hacer las conductas predecibles. Las instituciones que rigen la polis son instituciones políticas. En ocasiones se convierten en organizaciones formales, con su burocracia, legislación, presupuesto, archivos o edificios. El Estado, la Administración de justicia, el Parlamento o los partidos políticos lo son.

Elinor Ostrom, uno de los Nobel citados, estudió la relación de las instituciones y el ‘capital social’ en la gestión de los bienes comunes. Seguía en esto los trabajos de Robert Putnam de los que ya he hablado, porque creo que ‘capital social’ es una noción esencial para la comprensión de la vida de las sociedades. De él depende la calidad de las instituciones; recíprocamente, el funcionamiento de esas instituciones influye en el capital social. Es un círculo que conocían bien los antiguos. Encomendaban a los políticos la tarea de hacer buenos ciudadanos, los cuales, a su vez, se encargarían de que la polis estuviera en buenas manos. La desconfianza, el desinterés por ‘la cosa pública‘, la corrupción, la falta de vigencia de valores morales, la violencia, la falta de pensamiento crítico, reducen el capital social y afectan a la calidad política. Por su parte, la política puede fomentar esos comportamientos, y ayudar a degradar el capital social.

Como señaló Douglas North, otro de los Nobel mencionados, «el presente y el futuro están conectados al pasado por obra de la continuidad de las instituciones de una sociedad». Francis Fukuyama –en Origen del Orden político– explica por qué algunos países desarrollados lograron entrar en el siglo XXI con gobiernos relativamente eficaces y sin corrupción, mientras que otros continuaban asolados por el clientelismo. Acemoglu y Robinson, al preguntarse ¿Por qué fracasan las naciones?, estudian cómo las instituciones políticas cambian el devenir económico. Que Gran Bretaña sea más rica que Egipto, afirman, se debe a decisiones políticas que se tomaron en el siglo XVII, lo que nos enseña que la prosperidad o la miseria de dentro de un siglo pueden depender de decisiones que tomemos hoy.

North: «El presente y el futuro están conectados al pasado por obra de la continuidad de las instituciones de una sociedad»

Desde el Panóptico podemos completar esa afirmación volviendo al título de este holograma. Las instituciones forman parte del ‘nicho ecológico humano‘. Podemos mantenerlo limpio o sucio, salubre o insalubre. Me gustaría insistir en la trascendencia de este fenómeno. Si cambiamos las instituciones, podemos cambiar el modo de pensar, sentir y actuar de la gente. Es evidente que unas instituciones políticas corruptas fomentarán la aparición de ciudadanos que se corrompen para sobrevivir, y que unas instituciones violentas acabarán contagiando su violencia a la ciudadanía. Timothy Snyder, historiador que ha investigado sobre las tragedias europeas del siglo XX, advierte tanto en su obra El camino hacia la no libertad, como en Sobre la tiranía, que el deterioro de las instituciones democráticas está provocando el auge de las democracias no liberales. «Las instituciones democráticas no se defienden a sí mismas», explica. Al contrario, pueden corromperse desde dentro. Es la ciudadanía quien debe defenderlas.

Por esta razón me preocupa la crispación que se ha instalado en nuestro Parlamento. Desde el Panóptico veo situaciones parecidas. Ya he citado los sucesos del 4 de julio de 1934. En un episodio confuso, durante una gresca en el hemiciclo, Indalecio Prieto sacó una pistola, según dijo, «después de haber visto frente a mi otra ya fuera del bolsillo». Es posible que la violencia alimentada por Trump en Estados Unidos acabe extendiéndose. Si la gente se siente amenazada, procurará convertirse en una amenaza.

Arriesgándome a resultar pesado, llamo una vez más la atención sobre la importancia de cuidar nuestra ecología política, de proteger y mejorar nuestras instituciones. Quienes las degradan son grandes ‘contaminadores sociales’: las chimeneas polucionan el entorno físico, pero los comportamientos corruptos, los medios de comunicación desaprensivos, las redes y las fake news pueden polucionar el entorno social. Citaré una frase expresiva de Snyder: «La posverdad es el prefascismo».

Snyder: «La posverdad es el prefascismo»

De la misma manera que introducimos filtros para evitar la difusión de los contaminantes químicos, debemos introducirlos en política. Las elecciones son uno de ellos, pero el prestigio –o rechazo– popular, la crítica argumentada, la exigencia de rigor y exigencia y el chequeo de los datos, de los conceptos y de los argumentos, también lo son. Igualmente lo es la recuperación del ciudadano como actor político en un momento en que el poder de las redes disuelve su actividad, haciéndole pensar engañosamente que aumenta su libertad al permitirle hacer un like o colgar su foto, cuando en realidad la está limitando.

Todo esto puede concentrarse en un objetivo, comprensible en estos momentos de pandemia: fortalecer el sistema inmune de la sociedad. He dicho con frecuencia que España padece un «síndrome de inmunodeficiencia social» que defino como «la incapacidad de reconocer los agentes políticos patógenos y de producir los anticuerpos necesarios para desactivarlos».  En ello estamos.


Este contenido forma parte de un acuerdo de colaboración del blog ‘El Panóptico’, de José Antonio Marina, con la revista ‘Ethic’. Lea aquí el original.

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