Sociedad

«Hablar del suicidio es fundamental para compartir el dolor»

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Jan Dreer
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26
abril
2022

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Jan Dreer

Durante muchos siglos, el suicidio se consideró un pecado mortal o el indicio de una enfermedad mental, una visión que cambia durante el siglo XX cuando surge una nueva cultura del morir. Durante su carrera, el filósofo y científico Thomas Macho (Viena, 1952) se ha especializado precisamente en el estudio del culto a los muertos, la concepción del tiempo por parte del ser humano y, también,  el suicidio. Con su último libro, ‘Arrebatar la vida. El suicidio en la modernidad’ (Herder) causó sensación y debate a partes iguales en Europa. Sus páginas ponían sobre la mesa (de nuevo) dos cuestiones que siguen siendo tabú en nuestro tiempo: el suicidio y la eutanasia.


Subraya que el suicidio sigue siendo un tabú para las sociedades. ¿Por qué es necesario hablar del suicidio y de la eutanasia en la actualidad?

La cuestión del suicidio es un leitmotiv de la modernidad. La secularización, la ilustración y la alfabetización han favorecido procesos de despenalización, desmoralización y, más recientemente, despatologización del suicidio. Hoy en día el suicidio se entiende cada vez más como un derecho humano, ya no como un crimen, un pecado grave o solo un efecto de la enfermedad mental. En la actualidad, es un tabú porque todavía resulta difícil hablar de ello, pero podemos –es más, debemos– aprender a hablar sobre él por un lado, para compartir el dolor y, por otro, para poder hacer nuestros propios arreglos. Las razones para el suicidio son muchas pero, ciertamente, el envejecimiento de las sociedades ricas del llamado primer mundo juega un papel significativo: la esperanza de vida ha aumentado enormemente desde hace casi cien años y no estamos acostumbrados a, quizá, pasar décadas jubilados, a veces solos. Un motivo plausible que surge de esta situación es, simplemente, la soledad.

Y los organismos gubernamentales, ¿son transparentes con el asunto?

Se ha ampliado el seguimiento de los suicidios. En muchos de los Estados más ricos se financian instalaciones para la prevención del suicidio y la intervención en crisis, se difunden pautas de cobertura en los medios de comunicación y los lugares destacados de suicidio (los puentes, por ejemplo) están equipados con señales de advertencia. Por supuesto, todavía es necesario actuar en ciertos contextos, como en los albergues para refugiados o en las cárceles.

¿Está al alcance de los poderes públicos frenar este problema?

Las posibles causas del aumento de las cifras de suicidios como, por ejemplo, formas de desigualdad social, sin duda pueden ser abordadas por las autoridades. Sin embargo, aún no se dispone de cifras de suicidios más recientes que puedan documentar la influencia de la pandemia del coronavirus o las medidas de las cuarentenas, sin ir más lejos.

«El envejecimiento de las sociedades ricas y el aumento de la esperanza de vida juega un papel significativo en el suicidio»

León Tolstói ya advirtió a finales del siglo XIX, en su ensayo El reino de Dios está en vosotros, que en Europa Occidental se producían alrededor de 60.000 suicidios anuales. Sin embargo, es a partir de 1948 cuando comienza a tomarse en serio este problema social. Hoy los suicidios y los problemas de salud mental parecen aumentar.

Precisamente en ese ensayo Tolstói escribió: «La gente se asombra de que cada año haya 60.000 casos de suicidio en Europa, y esos son solo los casos reconocidos y registrados, excluyendo Rusia y Turquía; pero más bien debería sorprenderse de que sean tan pocos». Y relaciona esta cifra con su argumento contra la guerra. A juzgar por la cantidad de publicaciones en el siglo XIX, no se puede decir que el suicidio no se tomara en serio. Sin embargo, no fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial cuando se establecieron instituciones de prevención del suicidio e intervención en crisis. Hoy, las cifras de suicidios son significativamente más altas que las cifras de muertes por guerra y violencia. Sin embargo, no hablaría de una pandemia: las pandemias las desencadenan los patógenos, y los suicidios en su mayoría no son contagiosos, como ya señaló Émile Durkheim.

Hablar de suicidio es, inevitablemente, hacerlo también de la ética que encierra este acto y las motivaciones que lo han producido. ¿Cuál es el papel que la religión, o su ausencia, poseen a la hora de propagar o reducir el suicidio?

Sabemos muy poco sobre las cifras concretas de suicidio en tiempos premodernos. En verdad, la Ilustración y la secularización han contribuido a una mayor concienciación sobre los suicidios y a un mayor respeto por esta última decisión de las personas. Tolstói todavía creía que los suicidios dependían de la creencia colectiva en Dios. Pero incluso él sabía de los suicidios implícitos se cometían en forma de guerras, demasiado a menudo en nombre de Dios.

También existe una influencia abismal entre culturas. Por ejemplo, en culturas orientales como la japonesa, donde existe un destacado problema social con esta causa de fallecimiento, ha existido desde siempre como una forma de causarse la muerte con honor. Este pensamiento también lo encontramos en la cultura clásica griega y latina en Europa, en especial entre los grupos de poder. ¿Su percepción como un problema es más cultural o moral?

La moralidad es un elemento de las culturas y solo hay unos pocos principios morales a los que se les puede atribuir validez transcultural, por así decirlo. Por ejemplo, la regla de oro. En su libro El Código de Honor, publicado en el año 2010, el filósofo anglo-ghanés Kwame Anthony Appiah argumenta que las revoluciones morales se desencadenan más a menudo por una moralidad de honor y vergüenza que por una moralidad de culpa.

También Freud señalaba a principios del siglo XX la carencia moral del suicidio. Decía que «no se debe olvidar que el suicidio no es sino una salida, una acción, un desenlace de conflictos psíquicos, y lo que corresponde explicar es el carácter del acto y de qué modo el suicida pone fin a la resistencia contra el acto suicida». ¿Qué explica el carácter y el modo del individuo que decide suicidarse?

No puedo compartir la opinión de que Sigmund Freud rechazó el suicidio por motivos morales. Él mismo eligió el suicidio durante su exilio en Londres ante el dolor severo y atroz de su cáncer, y se sabe que su médico y amigo Max Schur ayudó activamente en su muerte. Freud desarrolló su teoría de la pulsión de muerte a partir de 1920 –el esfuerzo interno que busca el cese de las tensiones del organismo acaecidas en la vida, a través de los impulsos de auto-destrucción y agresión, una teoría controvertida dentro de la comunidad psicoanalítica. Pero Karl Menninger, por ejemplo, en su libro El hombre contra sí mismo (publicado en 1938) presentó y discutió su validez con amplia evidencia. La decisión de suicidarse no puede atribuirse a rasgos individuales. La variedad de posibles contextos y motivos son siempre relevantes.

«Los estudios recientes demuestran que los suicidios por imitación a novelas o películas no son lo común»

En su libro nombra el caso de Laura Lafargue, hija de Karl Marx, quien se suicidó por amor junto con su pareja en 1911. ¿Qué papel juegan los sentimientos y su gestión en este problema social?

El amor de una pareja que envejece junta, ese deseo de no sobrevivir el uno al otro ha motivado numerosos suicidios dobles en las últimas décadas. Pienso, por ejemplo, en la conmovedora carta de amor de André Gorz a su esposa Dorine, gravemente enferma, pero también en la película Amor, de Michael Haneke, que ganó la Palma de Oro en Cannes en 2012. Por cierto, el sentimiento y la racionalidad no entran en conflicto aquí.

En Arrebatar la vida también se sumerge en una particularidad de este fenómeno: la voluntad de morir. En países como España se han aprobado recientemente leyes que han permitido la legalización de la eutanasia. ¿Qué conlleva elegir «morir dignamente»?

Siempre he apoyado y saludado las iniciativas y decisiones más recientes para liberalizar la eutanasia en España, Alemania e Italia. Esta posición es compartida, por cierto, por la mayoría de la población de estos países. Aunque todavía se están discutiendo las regulaciones del marco legal para garantizar la protección contra posibles abusos.

Existe un temor a la «llamada» del suicidio desde la publicación de la obra de Goethe, Las penas del joven Werther. ¿Por qué se dice que nos atrae el acto ajeno, especialmente el de este calibre?

El debate sobre el efecto Werther y, más recientemente, su contrapartida positiva, el efecto Papageno, continúa. Sin embargo, estudios recientes enfatizan que los suicidios de imitación basados ​​en modelos ficticios (novelas, películas, videojuegos) son raros, tal vez en contraste con el posible efecto de modelo de los suicidios de celebridades. Por lo tanto, se puede afirmar que la gente distingue claramente entre ficción y realidad.

¿Juegan un papel fundamental en el suicidio las características actuales del sistema económico?

La suposición de que el capitalismo tardío, con su estimulación de la competencia, la rivalidad y el creciente temor al fracaso, puede contribuir al aumento del número de suicidios es plausible. No obstante, no podría hablar de que tenga un papel clave.

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