Opinión
La Europa actual y qué camino seguir
La Unión Europea está inmersa en una crisis —económica, social, política, de valores y, ahora, sanitaria— que no hace más que poner de manifiesto unas debilidades estructurales existentes desde hace más de una década. En ‘Reescribir las reglas de la economía europea’ (Antoni Bosch), el premio nobel Joseph Stiglitz propone una serie de pautas para reactivar la economía del continente.
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Si los fundadores de la Unión Europea sondearan hoy en día su continente, seguramente quedarían maravillados ante la amplitud y la profundidad de su iniciativa. La UE puede reivindicar con razón su importante papel a la hora de conseguir que los últimos setenta años hayan sido diferentes de los de la primera mitad del siglo XX, caracterizada por dos guerras mundiales calientes y una fría. En sus primeras décadas, la integración europea ayudó a crear un nivel de bienestar y prosperidad material sin precedentes para la gente en general. Los europeos vivían una vida más cómoda, sana y grata que en ninguna otra época de su historia. Y en cuanto a los países que se integraron procedentes de la Europa central y oriental y el Báltico, la Unión Europea apuntaló la satisfactoria transición de estos desde el comunismo y la dictadura a la economía de mercado y la democracia.
Sin embargo, desde el cataclismo financiero y la crisis del euro de 2008, la economía europea no ha tenido un buen desempeño prácticamente en ningún aspecto. Incluso cuando la renta ha aumentado, amplias franjas de la sociedad han seguido sufriendo. Para los ciudadanos europeos han disminuido las oportunidades de alcanzar niveles razonables de empleo, seguridad, educación y jubilación, en algunos países de manera brusca. La desigualdad, una fuerza oscura que Europa había mantenido a raya durante décadas, es ahora una característica socioeconómica primordial en la mayoría de los países europeos.
Esta desigualdad, combinada con la inseguridad económica, ha acabado siendo forraje para la desazón política. En algunos sitios, ciertos partidos declaradamente nacionalistas y euroescépticos han ganado terreno promoviendo respuestas electorales radicales de una intolerancia manifiesta, y han evocado recuerdos históricos inquietantes. Los inmigrantes, aunque provengan de otros países europeos, y las presuntas intromisiones de la UE se consideran una amenaza, no solo para el sentido de identidad de algunos ciudadanos y el control de su propio destino, sino también para su bienestar económico. El referéndum del brexit es el ejemplo por excelencia, pero de ningún modo hemos de pasar por alto similares tensiones políticas en otros lugares de Europa.
«Ciertos partidos declaradamente nacionalistas y euroescépticos han ganado terreno promoviendo respuestas electorales radicales de una tolerancia manifiesta»
Si se trata de estar a la altura de las aspiraciones de sus fundadores, el proyecto de integración europea exige un compromiso político con una renovación completa de su política social y económica. Por suerte, los valores europeos -el reconocimiento de la dignidad humana básica, el respeto por el principio de legalidad y los derechos humanos, la solidaridad social, y una perspectiva equilibrada del papel del mercado, el Estado y la sociedad civil- procuran los referentes de una nueva visión. En la actualidad, estos valores han llegado a ser aún más importantes, pues están cuestionados por extremistas de derecha a ambos lados del Atlántico. Hoy en día, el imperativo moral es permitir que los postulados fundadores de Europa inspiren los cambios necesarios para revocar la situación actual.
En alemán, die Wirtscha –«la economía»– se refiere tanto a la economía en un sentido amplio, abstracto, como al «sector privado», un concepto más limitado que muy a menudo ha impulsado la economía europea, sin contar otros factores, durante los últimos veinte años. Este libro aborda la primera connotación. A tal fin, pregunta cómo podemos construir un sistema social y económico que mejore el bienestar de los ciudadanos corrientes y garantice un equilibrio entre todos los segmentos sociales: lo público, lo privado (incluyendo las empresas grandes y pequeñas) y la sociedad civil. También plantea cómo podemos asegurar que la prosperidad sea sostenible en todas sus dimensiones –económica, política, social y medioambiental– para que las generaciones futuras puedan participar de sus beneficios.
Para lograr este objetivo siempre hemos de recordar que la economía no es un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar un fin -mejorar las condiciones de vida y el bienestar de la gente de un país de tal manera que no se cause perjuicio alguno a la gente de fuera del país-. Recalcamos, una y otra vez, que el aumento del PIB no supone necesariamente más bienestar, sobre todo cuando analizamos diferentes sectores de la población. Una economía de mercado cuyo crecimiento beneficia solo a un número pequeño de personas, a la vez que excluye de sus frutos a la mayoría, no tiene argumentos económicos ni morales aceptables. La triste verdad es que, en este siglo, Europa no está funcionando bien.
Este es un fragmento de ‘Reescribir las reglas de la economía europea‘ (Antoni Bosch), por Joseph Stiglitz.
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