Lo que el calentamiento global (y el fuego) depara a España
La comunidad científica hace ya tiempo que advierte que las consecuencias del cambio climático podrían llegar a ser especialmente catastróficas para nuestro país. Solo el aumento de las temperaturas causará un gran número de muertes en las próximas décadas.
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El poeta y escritor Dante Alighieri concibió, sin saberlo, su obra renacentista como un parcial retrato de nuestro futuro más inmediato. Salvando las distancias, La divina comedia podría, aún hoy, aportarnos la imaginería necesaria para construir la representación simbólica de los terribles efectos que podría llegar a tener el calentamiento global. Un aumento de las temperaturas cuyos efectos ya son perfectamente perceptibles. Basta pensar en las intensas y repetidas olas de calor de los últimos años o en los incendios que asolan nuestro país (y otros puntos del globo) cada verano. Y lo peor podría estar por llegar.
Según el último informe sobre el estado global del clima elaborado por la Organización Meteorológica Mundial, la última década es ya la más cálida que se ha registrado en la historia. Este aumento global de la temperatura –que, en comparación con niveles preindustriales, ha crecido hasta ahora en 1,2º centígrados– es una de las causas principales del sufrimiento de algunas de las peores calamidades meteorológicas, ya que «ha contribuido a sufrir eventos climáticos más frecuentes y severos». Las consecuencias de este impacto constante se vuelven cada vez más evidentes: según The Lancet, las muertes relacionadas con el calor y sus efectos en España cuentan con la cifra de 3.669 personas entre 1998 y 2012. Además, para el periodo comprendido entre 2035 y 2064 este número podría escalar –dentro del peor escenario posible– hasta los 14.531 fallecimientos anuales.
El futuro parece deparar la posibilidad real de sufrir una temperatura de 48º en Córdoba
Fernando Valladares, investigador del CSIC, considera «altamente probable» la posibilidad de terminar percibiendo como habitual un calor que, hoy, consideramos extremo. Esta posibilidad, al fin y al cabo, se vuelve realista incluso en uno de los escenarios intermedios resultantes del cambio climático; es decir, en una situación en la que la temperatura se mantenga entre los 1,5º y los 2º en relación a los niveles preindustriales. El futuro, así, parece deparar la posibilidad real de sufrir una temperatura de 48º en Córdoba, cifra hoy propia de países como Irak. Según investigaciones recientes, no solo es esperable la intensidad –que, tal como se prevé, puede llegar a aumentar en un 104% hasta el año 2050– del calor, sino también su duración: hemos de prepararnos para sufrir olas de calor con una duración dos veces superior a las actuales.
«Ya estamos viendo no solo olas de calor, sino calor en épocas inusuales de otoño e invierno, así como temperaturas mínimas que no bajan de noche», explica Valladares. Y advierte: «Los impactos en la biodiversidad y en los ecosistemas –continúa– son múltiples. Por un lado, las especies más móviles van migrando hacia el norte y subiendo en altura por las montañas. Por otro lado, muchos procesos ecológicos están mediados por la temperatura y el calentamiento los está alterando. Al final, toda la red de interacciones se va alterada, aunque no todas las especies de flora y fauna respondan igual al calentamiento». A ello se suma, tal como señala el experto, que la vida en la ciudad y el consiguiente alejamiento de la naturaleza «lleva a muchos a pensar que los efectos sobre la biodiversidad tienen poca relevancia en sus vidas».
Se trata, sin embargo, de una idea profundamente equivocada. Los cambios en la biodiversidad llevan a la erosión de determinadas especies que son clave –aunque a simple vista no lo parezcan– para nuestra supervivencia como especie. En los ecosistemas acuáticos, donde la acidificación del océano y los cambios en las corrientes marinas modifican la distribución de las especies, se observa con facilidad la nueva distribución de animales. Ello no solo conlleva que algunos peces escapen de sus áreas, sino que otras especies invasoras ocupen su lugar. Algunas como el mejillón cebra, que ya ha colonizado el Ebro, pueden incluso llegar a modificar las características físico-químicas del agua, lo que, a su vez, afecta a la flora y fauna de la zona. Una cuestión que no solo es de calado moral, sino también social: afecta a la alimentación de la zona y a la economía local mediante los graves daños causados a la pesca. Si atendemos a los informes realizados por Greenpeace, el potencial máximo de capturas podría disminuir hasta en un 12% para el año 2050.
Tampoco es esta una cuestión que afecte únicamente al ámbito marino. De hecho, según señalan desde Greenpeace, el 70% de los principales cultivos en España depende de la polinización de insectos como las abejas, que ven descender constantemente sus poblaciones debido al aumento de temperaturas, el uso de pesticidas nocivos o la llegada de especies invasores. Algo similar ocurre con la ganadería, ya que se prevé que los cambios de las estaciones meteorológicas terminen por modificar una vegetación que, al fin y al cabo, es el alimento de la ganadería extensiva. Las aves, a su vez, acabarían por cambiar también sus patrones migratorios. Otro de los peligros amenazantes de esta crisis global es la proliferación de enfermedades que no se consideran propias de España. Es el caso de aquellas transmitidas por nuevas especies invasoras como los mosquitos tigre, capaces de transmitir el virus zika o el dengue.
Valladares: «Nosotros seremos los primeros en peligrar si desaparecen más especies y los ecosistemas terminan por volverse disfuncionales»
«En cualquiera de los escenarios de cambio climático, desde los más favorables a los más extremos, la conservación de la fauna y la flora es un requisito esencial para poder mantener las condiciones de la biosfera –la capa de la vida en la que estamos inmersos– en el estrecho rango de valores que requiere el Homo sapiens», señala Valladares. Y añade: «Nosotros seremos los primeros en peligrar si desaparecen más especies y los ecosistemas terminan por volverse disfuncionales».
Una situación que revela lo entrelazada que está el sistema natural: al modificar un solo factor, los demás caen uno detrás de otro, como una siniestra sucesión de fichas de dominó que puede terminar con la vida tal como la conocemos. Así lo apuntó ya el historiador Philipp Blom en su ensayo sobre la Pequeña Edad de Hielo surgida en Europa entre los años 1500 y 1700, El motín de la naturaleza. «Apenas somos conscientes de que, como todos los organismos, debemos adaptarnos a nuestro entorno natural y que, en el curso de esa adaptación, tendrán lugar otras transformaciones que afectarán a todos los ámbitos de nuestra vida y nuestro pensamiento», escribía. Así, nuestra inacción se antoja grotescamente irresponsable. Tal como explica el ensayista, «reaccionamos al cambio climático casi con la misma poca eficiencia de nuestros antepasados, quienes no lo entendían: de manera caótica e improvisada».
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