Siglo XXI
La gran burbuja demográfica
La presión demográfica nos obliga a mirar hacia la transformación de los sistemas si queremos evitar que la competencia feroz defina a la humanidad del futuro.
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La historia del desarrollo humano está llena de burbujas, como la «tulipomanía» en la Holanda del siglo XVII, o la fiebre del ferrocarril en el XIX británico. Nuestro siglo, ni corto ni perezoso, nos ha dejado dos visibles cicatrices solamente en su primera década: el boom de internet en 2001 y la burbuja inmobiliaria en 2008. Otras veces, sin embargo, los vaticinios más agoreros nunca llegan a producirse. En 1798, Thomas Malthus sembró el pánico al predecir que la civilización colapsaría ante el crecimiento exponencial de su población. Siglos más tarde, comprobamos con alivio que, lejos de seguir un patrón lineal, el ingenio humano –y la generosidad de nuestro medio natural– fue capaz de incrementar exponencialmente la productividad agrícola. Hoy el precio del arroz es, por ejemplo, un 86% inferior en términos reales que en la fecha de la muerte de Malthus (pese a que Malthus murió en 1834, los datos de los precios agrícolas comprenden el periodo 1850-2015. Rogamos permitan esta licencia temporal).
Pero de todo se aprende. De burbujas y malos augurios podemos extraer dos aprendizajes fundamentales que pueden servir para inspirar nuestro contexto actual. En el plano positivo, el fiasco del Malthus nos muestra que la creatividad y la innovación son capaces de superar los retos más adversos. En el lado menos bueno, constatamos que las burbujas son el reflejo de una tendencia natural del ser humano. Extrapolar a la perpetuidad los éxitos pasados, restando importancia a los desequilibrios que tiene por delante.
Esto último puede estar ocurriendo cuando afrontamos el reto demográfico. Pongamos algunos datos encima de la mesa. En la actualidad, la economía mundial está consumiendo el equivalente a 1,75 planetas, teniendo en cuenta su capacidad regenerativa. Como es lógico, consumir una fracción de planeta sería perfectamente sostenible. También lo sería, como nos enseña la teoría del crédito, consumir más de un planeta hoy, a cambio de restituirlo mañana en las mismas condiciones. Sin embargo, la tasa de consumo de recursos tiene pocos visos de sostenibilidad.
«La competencia por el uso del suelo será feroz, por no olvidar las consecuencias sociales y geopolíticas del influjo de los desplazados climáticos»
Por un lado, a lo largo de esta década vamos a triplicar el volumen de población que se encuentra en el estatus de clase media en el mundo. Solo la región de Asia-Pacífico aportará a más más de 3.000 millones de nuevos «privilegiados». En China, la renta per cápita ya ha pasado de 1.767 a 8.254 dólares en lo que va de siglo. ¡Imagínense qué alegría gastarían si tuvieran 6.500 euros más en el bolsillo!
El segundo factor es el crecimiento de la población a nivel global. Mientras que en la vieja Europa la población se contrae, África la triplicará en la primera mitad de siglo, y las Americas y Asia crecerán en torno al 40%. Por otro lado, la presión demográfica irá en aumento a medida que el diferencial entre regiones prósperas y disfuncionales incremente, disparando las desigualdades. Este proceso se verá agravado por la pérdida de medios de vida en diversas regiones a medida que el clima se altere, generando una nueva categoría de migrante: el desplazado climático.
Estas tres tendencias demográficas son un cóctel explosivo. El boom de la demanda de recursos se produce al tiempo que las consecuencias climáticas hacen que el milagro posmalthusiano sea difícilmente repetible. Una mayor volatilidad en los patrones meteorológicos y la subida de las temperaturas impactarán en la productividad agrícola. La competencia por el uso del suelo, donde la producción de alimentos tendrá que competir con el espacio para las ciudades, la industria y la reforestación –necesaria para drenar CO2– será feroz. Por no olvidar las consecuencias sociales y geopolíticas del influjo de cientos de millones de desplazados.
Todos estos retos requieren de una respuesta coordinada del sector público y privado. El World Business Council for Sustainable Development ofrecía una respuesta. La llamada visión 2050, recientemente revisada, que bajo el lema de «más de 9.000 millones de personas viviendo bien dentro de los límites planetarios» propone una hoja de ruta basada en la transformación de sistemas. Resolver los desequilibrios en energía, ciudades, desigualdades, naturaleza y economía circular, es la gran oportunidad de volver a invalidar la tragedia maltusiana. De lo contrario, 9.740 millones de habitantes serán recordados como la «Gran Burbuja».
Jaime Silos es director de Desarrollo Corporativo y director del clúster de Transparencia, Buen Gobierno e Integridad de Forética.
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