35 años de la caída del muro de Berlín
La caída del muro de Berlín en 1989 supuso el fin del comunismo en Europa y el asentamiento total del capitalismo, un proceso cuyas consecuencias seguimos viviendo hoy en día en el viejo continente.
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Han pasado ya 35 años de la caída del muro de Berlín, un acontecimiento de enorme relevancia histórica. Este hecho simboliza la caída del telón de acero y, de alguna manera, el fin de la Guerra Fría y la derrota definitiva del comunismo frente al capitalismo. El telón de acero o cortina de hierro representaba la división enfrentada entre la Europa Occidental (el bloque capitalista) y la Europa Oriental (el bloque comunista), que se vio reforzada tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Expresaba, además, el antagonismo entre dos sistemas militares contrapuestos: la Organización del Tratado del Atlántico Norte (1949), del oeste, y el Pacto de Varsovia (1955), del este. Con la caída definitiva del comunismo, fueron derrotadas también muchas ilusiones y la fe en la instauración de los sistemas económicos y políticos pronosticados por el marxismo, algo que ha tenido diversas consecuencias.
Se cree, por una parte, que la socialdemocracia, tan poderosa políticamente en el Occidente de los años ochenta, ha ido perdiendo fuelle en favor de las políticas neoliberales. Y todo ello gracias a la caída del bloque comunista. Mientras este amenazó la integridad del modelo capitalista, las concesiones del bloque liberal a las clases menos pudientes (y, en general, a la mayoría) fueron mayores. Un ejemplo de esto lo tenemos en los llamados «treinta gloriosos años» (1945–1975), un periodo económicamente boyante para Occidente también conocido como la edad de oro del capitalismo. Esta época fue dominada por el signo del keynesianismo, paradigma económico que enfatiza el intervencionismo estatal.
Hay quien se queja de los impuestos a pagar hoy en día, pero resulta curioso que durante los años cincuenta, en la era de la paranoia capitalista frente a la «amenaza roja», en Estados Unidos las grandes fortunas pagaban muchos más impuestos que en la actualidad, en una época de gran desarrollo y bienestar económico. Hay una anécdota que lo ilustra. A Orson Welles le gustaba contar cómo, en una ocasión, varios miembros del Comité de Actividades Antiestadounidenses le hicieron una visita en su oficina, allá por los años cuarenta. Al preguntarle si era comunista, él respondió pidiendo a su interlocutor que definiese exactamente a qué se refería con la palabra «comunismo». Cuando el visitante respondió, sin saber muy bien de qué iba la cosa, que «el comunista es aquel que entrega su dinero al gobierno», Welles le contestó que, en ese caso, él debía ser comunista en un 87 por 100, puesto que ese era el porcentaje de su salario que pagaba en impuestos. El 13 por 100 restante de su persona era del todo capitalista. Vemos, pues, cómo la «amenaza comunista» podía servir como acicate o motivo para el cuidado de la ciudadanía. Tras la caída del muro, esa amenaza dejó de existir y, a pesar de muchas mejoras en el nivel vida, la desigualdad entre ricos y pobres ha ido creciendo exponencialmente desde entonces. Hoy sabemos que el 99% de la población mundial posee menos riqueza que el 1% más pudiente de la población del planeta, o que 3.600 millones de personas en el mundo poseían, en 2015, igual riqueza que 62 personas ricas.
El desengaño frente a las políticas comunistas ha representado un factor a la hora de comprender el cinismo creciente entre la población occidental
Por otro lado, la caída del muro ha tenido efectos psicológicos evidentes. Según el filósofo Peter Sloterdijk en su obra Crítica de la razón cínica, el desengaño frente a las políticas comunistas ha representado un factor a la hora de comprender el cinismo creciente entre la población occidental. Aunque él hablaba a principios de los años ochenta, este cinismo no ha hecho sino incrementarse. Cuando los grandes ideales de convivencia, libertad y no explotación del hombre por el hombre se vienen abajo, solo queda una vida a ras de tierra, cuasireptiliana, en la que los intereses materiales e inmediatos cobran particular relevancia. Esto, a su vez, representa el germen del neopuritanismo actual en el que el principio moral parece recuperar un espacio central en el discurso público.
En la sociedad del capitalismo tardío ya no parece haber grandes valores y códigos en relación con un trato digno entre personas
En la sociedad del capitalismo tardío ya no parece haber grandes valores y códigos en relación con un trato digno entre personas (dada la deshumanización provocada por las nuevas tecnologías), y eso conduce a una sobrecompensación artificial del sentimiento moral. La ciudadanía trata de convencerse de su bondad (de la cual, a la hora de la verdad, carece, dado su utilitarismo feroz) a través de discursos morales exacerbados y puritanos. Hoy hay, en gran medida, una carencia de ilusiones, una muerte del amor (tanto fraternal como sentimental), unos elevadísimos niveles de neurosis entre la población urbana, y un egoísmo y narcisismo extremos, algo ya vaticinado por Christopher Lasch en su Cultura del narcisismo, de 1979. Nuestras sociedades actuales son extraordinariamente cínicas en la práctica, aunque no lo sean en sus discursos colectivos y mediáticos.
Así pues, podemos observar por medio de estos epifenómenos de la caída del muro en 1989 los efectos mediatos e inmediatos que algunos acontecimientos históricos tienen sobre nuestras vidas, a corto o a largo plazo.
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