Economía

La generación de la doble crisis (y el doble desengaño)

Los millennials se enfrentan a un nuevo contexto de crisis económica en un terreno laboral que, sistemáticamente, penaliza al novato con precariedad, facilidad de reemplazo y despidos baratos.

Ilustración

Dzana Serdarevic
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17
marzo
2021

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Dzana Serdarevic

Los millennials vuelven a estar debajo del foco. Esta vez debido a la publicación de un estudio elaborado por la EsadecPol y la Friedrich Naumann Foundation for Freedom, que describe a esta generación nacida entre 1985 y 1995 como la única de la historia reciente que ha vivido de lleno, y en el momento álgido de su vida laboral, dos grandes crisis económicas: la de 2008 y la de 2020. 

Es la generación de la doble crisis, y se enfrenta a una paradoja: ser la mejor preparada y más digitalizada de la historia, y la que más difícil lo tiene para acceder –y mantenerse– en un mercado de trabajo que, en un principio, parecía diseñado a medida por y para ella.

No hablamos de un fenómeno nuevo. Los jóvenes son, habitualmente, uno de los colectivos que más sufren las consecuencias de las crisis. Llegan tarde a un mercado de trabajo en el que el novato siempre es penalizado con precariedad, facilidad de reemplazo y un despido más barato que el de los trabajadores veteranos, lo que le hace especialmente vulnerable cuando se avecina una recesión en el horizonte. Sucedió con los JASP –la generación mejor preparada de los noventa–, ocurrió de nuevo tras la crisis de Lehman Brothers con los actuales millennials… y vuelve con la recesión pandémica.

La supuesta pasarela de oportunidades se está quebrando

Este dos por uno deja muy tocada a una generación para la que llueve sobre mojado en el terreno laboral. El estudio mencionado al inicio, que se centra en la situación de los países del sur de Europa –España, Portugal e Italia–, detalla que las brechas socioeconómicas se agrandan entre aquellos miembros de la generación post-crisis sin estudios superiores, y alerta de la amenaza real de un progresivo deterioro institucional como un producto del desencanto y la falta de confianza en el sistema. 

Y es que el contrato social en el que se fundamentan las sociedades avanzadas, ese que establece que el cumplimiento de las normas de convivencia por parte de los ciudadanos se premia con prosperidad y seguridad, está en duda. La supuesta pasarela de oportunidades, por medio de la cual las nuevas generaciones ingresan en la rueda de la vida ciudadana y preparan el terreno a las siguientes, se está quebrando sin que los sistemas económicos convencionales encuentren forma de reparar esas grietas.

La ruptura del pacto trae consigo consecuencias políticas que toman forma de polarización, haciendo surgir nuevos partidos más allá de los márgenes de la moderación. Una inestabilidad creciente que no ayuda a reconducir la situación. ¿Cómo escapar de ese círculo vicioso? En el estudio, los autores proponen cuatro ejes para cerrar esas brechas que alejan a las generaciones más jóvenes del ideal de sociedad cohesionada y equitativa:

  • Un mercado laboral no dualizado, flexi-seguro y centrado en la construcción de capital humano. Debe proporcionar políticas de empleo efectivas, apostar por el life-long learning e igualar los niveles de protección contra el despido, de manera que la flexibilidad no recaiga, casi exclusivamente, en los perfiles poco cualificados y contratos de menor antigüedad.
  • Garantizar la posibilidad de formar una familia. A través medidas dirigidas a potenciar la conciliación, como poder acceder a escuelas infantiles asequibles.
  • Un sistema de protección social sostenible. Con pensiones aseguradas y una política de gasto eficiente ajustada a las necesidades de la ciudadanía.
  • Un estado del bienestar orientado a igualar oportunidades. Con paquetes de medidas que incluyan educación en habilidades, viviendas accesibles, bajas parentales y mayor flexibilización de horarios.

Atravesar una crisis laboral grave en los años en los que se construyen los cimientos de la carrera profesional es duro. Atravesar dos, es demasiado. Y también un trago de doble lectura. Por un lado, supone una vacunación ante la incertidumbre que creará una generación resiliente, preparada para casi todo. Pero, por otro, deja a muchas personas en peligro de exclusión social, expulsadas de una fiesta a la que el sistema les hizo creer que estaban invitadas.

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