Sociedad

«Decir que vivimos peor que nuestros padres no significa que queramos volver a los 80»

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04
enero
2024

Raquel C. Pico (Santiago de Compostela, 1984) es periodista especializada en cultura y sociedad. Acaba de publicar en Galicia su tercer libro, el ensayo ‘Millennials, unha xeración entre dúas crises’, en el que analiza cómo es esta generación que está llegando a los 40 años. Nos cuenta cómo la historia de la precariedad ‘millennial’ nos puede servir de advertencia de cara al futuro. 


 ¿Quiénes somos exactamente los millennials?

Durante toda la década pasada las firmas de análisis estuvieron haciendo estudios sobre cómo y quiénes eran los millennials, y pusieron unas fronteras en los años de nacimiento, que se han ido moviendo. Yo me quedé con los años entre 1981 y 1995 porque eran los más habituales para las horquillas temporales.

¿Por qué decidiste escribir un libro sobre esta generación? ¿Tiene algo que la haga más interesante que otras?

Fue una mezcla entre que es mi propia generación y también el hecho de que es la generación que se ha visto más afectada por las diferentes crisis económicas que ha habido en el siglo XXI. Es cierto que una crisis económica afecta a todo el mundo, pero, además, para los millennials las crisis llegaron en momentos clave de su vida, por lo que marcaron todas sus decisiones vitales y fueron retrasando su entrada a la vida adulta. La crisis de 2008 fue justo cuando la generación estaba empezando a entrar en el mercado laboral, por lo que los millennials comenzaron ya con mucha precariedad su andadura laboral (malas condiciones, becarios eternos, etc.). Después cuando parecía que se veía la luz al final del túnel, llegó la pandemia y la crisis económica después del coronavirus y los volvió a llevar al punto de partida. El problema era que ahora ya no tenían 23 años, tenían muchos más y estaban en ese momento de la vida en el que es «ahora o nunca» para determinadas cosas. Además llegaron a esta segunda crisis peor preparados, porque las otras generaciones habían tenido unos años previos en los que pudieron ahorrar, asegurarse una vivienda, algo que ellos no pudieron hacer.

Durante años, oímos hablar largo y tendido sobre la generación millennial, y en general, en términos no muy elogiosos. Se nos ha descrito como flojos, irresponsables, individualistas, quejicas, sin ambición… ¿Son adjetivos que siempre se les ponen a las generaciones más jóvenes o hay algo de verdad en eso?

La verdad es que es curioso, porque justo mi anterior libro es sobre las mujeres en los años 20, las mujeres modernas, entonces busqué noticias en prensa sobre la juventud de los años 20 del siglo XX y me llamaba muchísimo la atención que justamente las trataban un poco de millennials, se acusaba a la juventud de 1920 de no tener interés por la política, de prestar atención solo a asuntos frívolos, de no ser responsables… En realidad no es nada nuevo ver así a la gente joven.

«Al romperse el ascensor social, nuestra situación es más inestable»

En tu libro señalas que aunque muchos aún relacionan la palabra millennial con joven, lo cierto es que algunos rondamos ya los 40 años. ¿Se ha actualizado la visión que se tiene de nosotros?

No, para nada. De hecho, siempre digo también que los millennial son como la generación que está atrapada en una eterna juventud y es porque al final se sigue hablando de los millennials como sinónimo de «los jóvenes». También porque nuestras vidas se identifican con la idea de juventud… Porque esa es otra cuestión: ¿qué es ser exactamente una persona adulta? En el siglo XXI ser adulto se ha hecho algo mucho más diverso, las opciones de vida son más variadas y eso, claro está, es positivo. El caso es que tú puedes vivir tu vida como quieras, pero efectivamente en la generación millennial algunos estamos cumpliendo 40 años, y seguimos atrapados en la juventud aunque no queramos, y eso tiene unas consecuencias. En el libro hablo de un reportaje que fue viral el año pasado de The Guardian sobre cómo se le estaba «pasando el arroz» a la gente de la generación que quería tener hijos, y no podía permitírselo, algo que ya Noemí López Trujillo había apuntado en su libro El vientre vacío anteriormente. Al final se te están cerrando ventanas de cosas que a lo mejor querías hacer y no puedes por la precariedad en la que te encuentras. Es decir, que sea una generación con una juventud eterna tiene más consecuencias que simplemente ser eternamente jóvenes.

También haces hincapié en que, más allá de las guerras generacionales, los datos económicos son incontestables. ¿Por qué somos nosotros, especialmente, «una generación entre dos crisis» si las crisis afectan a todas las generaciones?

Es sobre todo por la pérdida de poder adquisitivo. Hay varios estudios que comparan lo que estarías ganando con tu formación y carrera profesional, pongamos a los 30 años, pero habiendo nacido en los 60, los 70, etcétera, y lo que pasa con los millennials es que los salarios son comparativamente más bajos, pero también lo que puedes hacer con esos salarios es más escaso. Y además está el hecho de que se ha roto el ascensor social. Hay muchísimos estudios sobre esto: cada vez es más difícil subir en la franja de ingresos y esto es especialmente sangrante cuando partes de la clase obrera. Creímos esa trampa que nos vendieron de que si ibas a la universidad y estudiabas lograrías un trabajo con mejores condiciones que los de nuestros padres, con trabajos blue collar, y eso ya no es cierto.

Un tema que siempre genera polémica: ¿vivimos o no vivimos peor que nuestros padres?

Hice esta pregunta también a los millennials con los que hablé para mi libro y me llamó muchísimo la atención que la gente que defendía que esto no era cierto tenía una respuesta ultravisceral. Puedo entenderlo, porque si piensas en que tu abuela vivió una posguerra dices: «¿Cómo va a ser verdad esto de que de que vivimos peor que nuestros padres?». Pero lo que dicen las cifras estadísticas es que sí, porque al romperse el ascensor social, perderse la capacidad de poder adquisitivo, aumentar la precariedad del mercado laboral… nuestra situación es más inestable. Además hay que tener en cuenta que en la segunda mitad del siglo XX había una premisa de base en la sociedad que era que los hijos siempre van a vivir mejor que los padres, que la sociedad siempre iba avanzando hacia mejor y al llegar a principios del siglo XXI esa premisa dejó de funcionar. Así que, aunque nos pueda parecer emocionalmente imposible aceptar que vivimos peor que las generaciones anteriores, es verdad.

«Aunque nos pueda parecer emocionalmente imposible aceptar que vivimos peor que las generaciones anteriores, es verdad»

A nivel económico….

A nivel económico, por supuesto, porque si hablas de las relaciones interpersonales, ¿cómo no vamos a vivir mejor que nuestros padres, si en los años 70 las mujeres todavía no podían abrirse una cartilla de ahorros a su nombre? ¿Si las personas LGTB no tenían derechos? Y decir que vivimos peor que nuestros padres tampoco quiere decir que queramos volver a vivir como en los años 80. Porque a veces cuando se hace esa comparativa, se idealiza un poco el pasado y también era una época dura, por no hablar de que hubo una epidemia de droga…

En tu libro se pinta un panorama algo desolador: trabajos precarios, dificultades para llegar a fin de mes e incluso independizarse, alquileres en subida continua, fatiga constante… ¿Hay solución para la generación millennial?

Yo creo que lo interesante de todo esto, de cómo a los millennials nos afecta la crisis, va más allá de la experiencia generacional o de lo que nos pueda pasar a nosotros, es que nos invita a preguntarnos cómo queremos afrontar el futuro, en qué momento estamos y qué hemos hecho mal, porque toda esta situación no proviene de la nada, tiene que ver también con la crisis del Estado del bienestar. Entonces puede ser una oportunidad para reflexionar sobre nuestro pasado reciente y qué es lo que queremos no volver a repetir.

¿Cuál es el «lado bueno» de ser millennial?

La parte social. Hay temas que ahora que ya no se plantean en cuestiones de derechos e igualdad que son las grandes conquistas que ha habido en estos años. En la generación millennial lo hemos vivido en primera persona y por supuesto damos gracias de que ese también sea nuestro contexto.

Detrás de los millennials llega la Generación Z, y puede dar la sensación de que llegan más preparados para la vida contemporánea: más preocupados por la salud mental, menos dispuestos a arrastrarse por un trabajo…  ¿Por qué los millennials no hemos sabido defender mejor nuestros derechos?

Muchas de las cosas que ahora los zetas están viendo y diciendo «no», nosotros las vivimos como algo nuevo que estaba empezando, entonces éramos más inocentes, y ellos ya cuentan con toda nuestra experiencia adquirida. También creo que la gran diferencia está en que las millennial crecimos en una época de optimismo, porque en los 90 se pensaba y se repetía que todo iba estupendamente y eso te crea un estado mental de expectativas hacia el futuro. En el libro menciono que Amélie fue el gran icono de los primeros años millennial pues esa película encapsula la visión naif, esperanzadora, que al final nunca fue así porque en la propia película hay ya un montón de miserias que hoy interpretaríamos como red flags. Nosotros no pudimos reaccionar antes porque fuimos aprendiendo y porque nos costó un poco perder esa inocencia y los zeta ya han crecido durante la crisis económica.

Uno de los capítulos se dedica a «la cuestión de internet». Precisamente los millennials somos la generación puente que nació en un mundo analógico pero creció en uno cada vez más conectado. ¿Cómo nos cambió la vida internet y cómo nos afecta estar hiperconectados?

Al principio yo creo que éramos muy optimistas, internet iba a hacer la vida muchísimo mejor para todo el mundo, creíamos inocentemente que allí cualquiera podía conseguir cualquier cosa…Pero también fuimos la generación que empezó a trabajar en internet y a vivir en este mundo hiperconectado, a ver cómo las líneas se difuminaban entre lo que era tu vida privada y tu vida profesional, lo cual nos llevó a tener un montón de estrés. Además, estábamos empezando nuestra carrera profesional en un contexto de crisis económica, las condiciones de trabajo que nos ofrecían eran muchísimo peores que las que tenían los compañeros con más antigüedad. Así que surgió esa idea de que tenías que estar siempre dándolo todo en tu trabajo y también la de que si trabajas en algo que te gusta, no estás trabajando. Tu trabajo se convirtió en tu identidad personal y nos ha llevado años darnos cuenta de que no es así y de que la tecnología tiene una cara B. Ahora hay leyes de desconexión digital en casi toda Europa y que tengan que existir esas leyes me parece bastante paradigmático del tiempo en el que vivimos; y la generación millennial fue la que comenzó a sufrir más esa imposibilidad de desconectar porque, además, nos estaban machacando todo el rato con la marca personal o la necesidad de presencia digital para poder encontrar un buen trabajo, mientras todo era superprecario y como vivíamos en este terror de no encontrar empleo aceptabas cosas que la gente de más edad no podía imaginar.

También llama la atención el contraste entre la visión de los millennials como eternos posadolescentes sin responsabilidades ni ambiciones, y nuestra obsesión con, por ejemplo, la productividad. ¿Qué nos ha llevado a encarnar ambas figuras?

En el libro cito a un ensayista estadounidense que dice que quién va a ser más productivo que un millennial al que toda su vida lo han educado para que su identidad sea su trabajo y para estar intentando siempre sacar su máximo potencial. Esto es algo que quizá van a notar incluso más los niños que están creciendo ahora, que parece que tienen que hablar 20.000 idiomas, saber 100.000 cosas, y no pueden ser mediocres. Además, volvemos otra vez a lo mismo: cuando estás en medio de una crisis económica tan brutal como la del 2008 claro que tienes que ser productivo porque en tu empresa no paran de decirte que no hay dinero, que están en problemas económicos, y entonces ahí estás tú de becaria ganando 300 euros y haciendo millones de horas buscando cumplir esa eterna promesa de que esa productividad algún día se verá recompensada. Pero pasaron los años y todo ese tiempo que trabajaste un montón por nada, pues efectivamente no te ha servido para nada y yo creo que eso es algo que también nos ha llevado un tiempo entender.

«Toda esta situación no proviene de la nada, tiene que ver también con la crisis del Estado del bienestar»

Por un lado, en el libro se presentan muchos datos que evidencian nuestra imposibilidad de cumplir metas «típicas» de la edad adulta como comprar un piso o tener hijos. Pero también señalas que esas no tienen por qué ser las metas de los millennials, ni que, que no lo sean debe ser justificación para no darle importancia a no poder cumplirlas. ¿Crees que los cambios en algunos de nuestros objetivos vitales se han visto influenciados por esa imposibilidad?

Es una pregunta muy interesante porque ahí hay todo un tema para abordar. Es cierto que las metas de lo que se considera ser adulto se asentaron a mediados del siglo XX como un atajo para determinar cuándo dejas de ser un adolescente: comprar un coche, tener un trabajo, tener hijos, casarse, etcétera. Y ahora la idea es que si eres adulto y quieres tener hijos, estupendo, y si eres adulto y no quieres tener hijos, estupendo también. Pero la cuestión es qué pasa cuando quieres tener hijos, pero el contexto económico en el que estás no te permite tenerlos. Ahora, nuestros caminos vitales se han convertido en muchísimo más diversos, ¿pero qué papel ha tenido la crisis en esto? Yo creo que para responder a eso necesitamos la perspectiva que nos dará el tiempo. Una de las millennials entrevistadas me decía que ella siempre creyó que no quería tener hijos, pero que en los últimos años había estado reflexionando que en realidad a lo mejor no era que no quisiese tener hijos, es que nunca se lo planteó porque no se los hubiese podido permitir.

¿Puede que se haya aprovechado también el que muchos no se sienten identificados con los objetivos vitales clásicos para tratar de desdramatizar nuestras reivindicaciones?

No sé si de forma consciente, pero siempre se dice «si quieres hijos tenlos», y cuando las millennials dicen que no pueden permitírselo, se insinúa que es porque no quieren renunciar a equis (que, además, es que no deberías tener que renunciar a eso para poder ser padre o madre). Pero lo que dicen las estadísticas es que tener hijos requiere un cierto contexto que no existe. Yo también me pregunto a veces si esto se aprovecha para justo lo contrario, para decir que todos estos cambios han sido terribles porque la gente no hace estas cosas de la edad adulta. Pero todas las opciones de vida son válidas y eso es lo bueno de la generación millennial.

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