Opinión

Human’s music o lo que nos hace humanos

Hoy vivimos en la era de la degradación de la atención: no nos fijamos en las imágenes ni en los rostros que se cruzan en nuestro camino, ni tampoco en todos los grandes signos que nos muestra el planeta que habitamos.

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29
enero
2021

«En el principio era el Verbo, y el Verbo era Dios» (Juan I,1) || «Te recitaré poemas hasta que tu conciencia oscurecida se despierte poco a poco y pueda prestar atención» (Christine Lavant , Notas desde un manicominio).

Estas pasada navidades un amigo muy querido me invitó a su casa a ver el documental Human’s music, resumen del documental del mismo título Human’s (2015) del fotógrafo y cineasta Yann Arthus-Bertrand. El primero intercala series de rostros humanos y de paisajes naturales o transformados por la mano del hombre, de muy distintas partes del globo. Si el documental lo viera un extraterrestre le permitiría hacerse una idea cabal de lo diverso y a la vez homogéneo que es nuestro planeta y quienes lo habitamos.

En el documental aparecen rostros humanos, de personas de diferentes edades, sexo, cultura y condición. Todos ellos miran a la cámara y generan en quien los observa desde la pantalla una especial y personal relación. En realidad, se siente a su vez observado e interpelado por cada una de esas anónimas personas que hace escasos cinco años participaron en el proyecto artístico y antropológico dirigido por Yann Arthus-Bertrand. Series de imágenes personales que pasan en silencio ante la cámara, a la que miran fijamente, trasladando al observador a un estadio previo de la comunicación. La mirada de todas y cada una de las personas que aparecen en el documental tan solo durante unos segundos –unas claras y optimistas, otras oscuras y dolientes– permiten, a quien observa con detalle, imaginar la historia personal de todos ellos. Esas miradas, junto con las arrugas o señales que deja el tiempo en sus rostros, la sonrisa contenida o el rictus, el gesto adusto o relajado, te hablan de una historia personal única e irrepetible.

Junto con esa serie de imágenes personales se intercalan las imágenes de paisajes naturales y salvajes o transformados por la mano del hombre: cultivos o construcciones que, al igual que algunos de los rostros humanos, trazan arrugas sobre la superficie terrestre, procedentes del trabajo agrícola o minero; o las ocultan debajo del asfalto o de torres de oficinas de cristal donde humanos, cual abejas en un panal, trabajan ordenadamente bajo la luz eléctrica. Imágenes de nuestra huella sobre el planeta que, a pesar de las talas y cultivos, o del triunfo del asfalto sobre la tierra, desprenden una singular belleza.

El interés sobre la génesis del documental me hizo buscar en internet más información. En realidad, como decíamos antes, Human’s music es un extracto de Human’s, un documental de más de tres horas donde los hombres y mujeres que en el primero solo miraban a cámara cuentan su historia. Testimonios de personas de todo tipo, algunas inocentes y optimistas, otras resignadas por lo que la suerte les ha dado o quitado; y otras desoladas por la sinrazón de la guerra o del crimen, o por la experiencia del amor o de la compasión. Las imágenes de muy distintas partes del planeta intercaladas con esos testimonios personales hacen de la visualización del documental una experiencia especial que nos enfrenta a la individualidad de cada uno. Viéndolo con una mentalidad abierta y al margen de todo prejuicio, uno concluye que no hay más raza que la del homo sapiens. Cada persona tiene, si atiendes con detalle, una tez de un color singular, unos rasgos, unas señales, que hacen de cada rostro la imagen de un ser único e irrepetible, miembro de la gran familia humana; todos distintos y a la vez parecidos. Igualmente cada historia es singular y personal, pero no muy diferente a otras muchas; historias que nos confrontan con el bien o con el mal de que cada ser humano puede ser capaz.

«Viéndolo con una mentalidad abierta y al margen de todo prejuicio, uno concluye que no hay más raza que la del homo sapiens»

Ciertamente el documental completo ofrece mucha más información que el corto y mudo Human’s music –envuelto en la sugerente música de Armand Amar– pero personalmente me quedo con esta versión porque te invita a estar más atento, te incita a buscar en cada mirada, en cada rostro, en cada gesto adusto o en cada inocente sonrisa, la personal e individual historia que hay detrás de cada una de ellas. Antes de que el ser humano se comunicara por medio del lenguaje, nos comunicamos con signos, y las propias manos y la mirada servían para expresar necesidades, temores, sentimientos de amor u odio.

Quiso la fortuna que también estas Navidades leyera el libro de Irente Vallejo El infinito en un junco –premio nacional de ensayo 2020–, un libro sobre la historia de los libros, de la palabra como medio de comunicación por excelencia, como atributo humano artífice primordial del progreso de la humanidad. De la palabra, el logos –uno de los principales conceptos de la filosofía griega y de la religión cristiana– como base del mundo, de su orden y armonía.

Palabra e imagen, de algún modo enfrentados, me hicieron reflexionar sobre el tema. ¿Se trata de una disyuntiva o más bien de un complemento que además resulta hoy más necesario que nunca y solo exige de nosotros fijar la atención? Complementariedad y no disyuntiva porque la palabra no significa ruido, ni vacuidad. Al contrario, bien empleada es un tesoro –el logos que pone orden en el caos–, cuya riqueza, como bien describe Vallejo en el libro, nos ayuda a expresar y transmitir, de la manera más perfecta y profunda, y mejor que ningún otro medio, nuestro estado de ánimo, conocimientos, sentimientos, necesidades o ideas.

Sin embargo, hoy vivimos en lo que se podría denominar la degradación de la atención: ni nos fijamos en las imágenes ni en los rostros que se cruzan en nuestro camino, o con los que convivimos; ni nos fijamos en todos los grandes signos que nos muestra el planeta en el que vivimos; ni tampoco nos fijamos en las palabras, ni las utilizamos con cuidado siendo conscientes de su significado preciso. Vivimos muy deprisa, inmersos en el trajín diario, continuamente atentos a las pantallas de nuestros smartphones. Las redes sociales no impulsan a saltar de noticia en noticia de manera compulsiva, incapaces de leer dos líneas seguidas. El titular es toda la información.

En el mundo en el que vivimos, los medios tecnológicos nos exponen a una lucha dialéctica entre dos modos de vida: uno que ofrece la posibilidad –ignota hasta escasas fechas– de acceder al conocimiento a través de la imagen o la lectura de casi todo lo escrito y divulgado; y otro en que una utilización perversa de esos mismos medios merma nuestra capacidad de atención, conocimiento y capacidad crítica.

«La ausencia del hábito de la lectura dificulta la comprensión y facilita la ausencia de análisis y la capacidad crítica del mundo»

La ausencia del hábito de la lectura –cada vez más frecuente en nuestros días–dificulta la comprensión y facilita la ausencia de análisis y la capacidad crítica del mundo. Ordinariamente se pervierte el lenguaje, bien desposeyéndolo de su maravillosa capacidad expresiva, bien manipulando el significado de las palabras de manera más o menos grosera. Un ejemplo máximo de esa perversión lo tenemos en el lenguaje político, tan desprovisto de mesura y racionalidad, tan preñado de lugares comunes, frases hechas, a veces inocuas y a veces ofensivas. Tan lleno de adverbios y adjetivos y tan carente de sustantivos y verbos precisos.

En su libro LTI: La lengua del Tercer Reich, el filólogo e historiador Víctor Klemperer analizó la importancia del lenguaje como instrumento para imponer la ideología nazi. En ese libro, explica la forma en que la propaganda nazi utilizó el idioma como medio de manipulación política.

También después de la II Guerra Mundial, George Orwell escribió su novela 1984, que transcurre en un estado totalitario –más parecido a la China actual que a la Alemania de la época nazi– donde se crea un lenguaje propio, la Neolengua, cuyos principios se explican al final de la novela. Un lenguaje con muy pocas palabras, una versión simplificada del inglés que pretende sustituir a la viejalengua (Oldspeak) y, después de traducir toda la literatura, destruir los originales en viejalengua, para limitada la capacidad expresiva del lenguaje, limitar la capacidad de pensar.

Hoy también existen intentos de neolengua, de reorientar el pensamiento a una determinada forma de ver y entender la realidad. La lectura exige atención, y estar atentos es imprescindible para percatarnos de los problemas e intereses de los otros y para comunicar con acierto aquello que queremos transmitir. La atención a lo que sucede a nuestro alrededor nos hará percatarnos del grito silencioso del planeta que clama por sus fueros perdidos; y la atención a los otros, a lo que nos dicen y a lo que sin palabras nos gritan, nos hará más humanos. Así, más humanistas seremos si cultivamos el lenguaje como modo supremo de expresión.

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