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Rafael Maldonado

«Muchas veces los libros son más reales que la propia realidad»

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29
mayo
2025

¿Qué papel juega la ficción en la manera en que recordamos nuestro pasado? ¿Cómo influyen los relatos heredados en la forma en que entendemos nuestra historia reciente? ¿Qué responsabilidad tiene la literatura a la hora de representar un conflicto como la Guerra Civil? Con estas preguntas de fondo, Rafael Maldonado (Málaga, 1981) publica ‘Bárbara Gunz’ (Confluencias, 2025), una novela que viaja entre la España de 1936 y la posguerra. Hablamos con el autor sobre su última obra, sobre las obsesiones que cruzan su obra y sobre por qué, a veces, los libros acaban siendo más reales que la propia realidad.


En Bárbara Gunz regresas a Majer, un territorio imaginado a la manera de Región o de Macondo que ya ha aparecido en otras de tus obras. ¿Cómo nació esta localidad en tu universo literario? ¿Por qué has decidido ubicar aquí tu última novela?

Bueno, yo creé Majer por algo que aprendí de Benet, que es notorio que es uno de mis maestros. Cuando uno crea un territorio puede desarrollar todo lo que tiene, la literatura que tiene, sin que nadie pueda decirte nada, ¿no? De esta forma, eres amo y señor del territorio y nadie te puede decir que esa montaña no existe. Y creé en el sur, porque Majer es un pueblo arquetípico del sur, del sur andaluz, en un juego de comparación con el sur de Estados Unidos, ya que otro de mis maestros es Faulkner. Al final yo creo que uno tiene que escribir de lo que realmente conoce, y yo conozco muy bien el sur andaluz, el sur agrario, el sur de olivares, de pueblos, de calor, de chicharras. Creo que lo conozco bastante bien y no creo que salga mucho de ahí en el desarrollo de toda mi obra de ficción. Entonces, claro, Bárbara Gunz tenía que estar ahí, aunque también he querido contar la historia de la Guerra Civil en Madrid.

«Cuando uno crea un territorio puede desarrollar toda la literatura que tiene sin que nadie pueda decir nada»

Como dices, Majer no es el único escenario de Bárbara Gunz, también nos encontramos, décadas después, con un Madrid en plena posguerra. Además, la novela da un último salto temporal, concretamente a 2004. ¿Qué te llevó a estructurar la novela de esta forma y cómo la propia estructura condicionó la escritura de la obra?

Esta novela empieza con un narrador en primera persona que es mi alter ego, un alter ego además que ya había usado en algún cuento anterior y en una novela llamada El Desaliento. Este alter ego es Guillermo Garcés de Aldana, que se parece mucho a mí, aunque es más mayor, más bien de la generación de mi padre. Pero muy parecido a mí, tiene una profesión parecida, él es médico en vez de farmacéutico y tiene una pasión tremenda por la literatura. Él es el que empieza contando la novela en primera persona diciendo que había vuelto a Majer a escribir la historia de una dama de la que ni siquiera sabía el nombre verdadero. Luego esta primera persona desaparece y doy una apariencia de novela clásica en la que no se sabe muy bien quién está contando la historia, pero de vez en cuando es Guillermo Garcés. Este álter ego vuelve a insistir en que es él quien está relatando lo que a él a su vez le han contado. La estructura es un poco compleja y se divide en dos partes, en dos estratos temporales, pero también hay un narrador que se mete y que recuerda que también puede ser un narrador no fiable. Con esta novela he querido hacer una reflexión también sobre el hecho en sí de la ficción, sobre la importancia que tiene la ficción en los seres humanos y cómo a veces esta ficción es tan necesaria que uno acaba como el personaje de Onetti en La vida breve, yéndose a vivir al territorio inventado de Santa María. Yo aquí hago un juego onettiano en ese aspecto al hablar del hecho en sí de la ficción: no solo cuento una novela que, en realidad, son dos novelas, sino que hay un tercer narrador que habla de lo que es la ficción y de cómo nos afecta la novela. Al final muchas veces los libros son más reales que la propia realidad.

Hablando de Guillermo Garcés de Aldana, tu alter ego. ¿Qué te aporta utilizar un alter ego y cómo ha evolucionado este personaje desde la primera vez que apareció en tus obras hasta Bárbara Gunz?

Yo soy muy pessoano. Podría decir que Guillermo Garcés más que mi alter ego es mi heterónimo. Aunque tampoco sé muy bien por qué comencé a usarlo, quizá por un prurito de pudor, por no hablar de mí, por no ponerme como personaje. Hablar de mí es algo que no me entusiasma, aunque me he dado cuenta de que en el fondo mi literatura tiene bastante siempre de autobiográfico, aunque es muy disimulado. Siempre me ha dado cosa que un personaje se llame Rafael Maldonado. Y, bueno, usar un alter ego es también un guiño a mis maestros. A Marlow de Conrad, por ejemplo. Conrad tampoco hablaba de él y hablaba de un capitán de la marina que se llamaba Marlow, pero era claramente él. No sé, es un recurso que me vino muy bien para El Desaliento, mi anterior novela, y que ahora he querido retomar, porque creo que no me gusta la estructura clásica de la novela, creo que está un poco deteriorada. A mí me interesa hacer otro tipo de cosas, una novela mucho más barroca o más lírica, que es mi estilo. Y creo que ahí usar un narrador que sea un alter ego funciona, funciona bien.

Como vemos, son varios los elementos (Majer, Guillermo Garcés de Aldana) los que se repiten en tu obra. Todos los escritores tienen sus obsesiones cíclicas, esos temas a los que vuelven una y otra vez en sus obras. ¿Cuáles son los tuyos?

Sí, claro que se repiten. Como guiño a mí mismo, que soy mi primer lector y el que más me debería importar, siempre trato de divertirme o de hacer cosas que a mí me entusiasman. Por eso he diseñado, entre comillas, este pueblo de Majer o unos personajes que además se van repitiendo en mis libros desde el 2015. Pero también es un guiño a quien me sigue desde el principio, para que vea que hay una continuidad, que esto no es una novela suelta, sino que esto es un proyecto a muy largo plazo. Mi ambición literaria es a largo plazo. Bergman decía que todo creador tiene que tener ciertas obsesiones, que son pocas: el amor, el dolor, la muerte y la búsqueda de Dios. Y yo añadiría aquí también a la mujer en sí. Aunque pueda parecer que el personaje principal es Mario Suz, realmente las protagonistas son cinco mujeres, cinco mujeres que orbitan, son como asteroides alrededor de este hombre, pero tienen una fuerza grande. Para mí, como hombre, ha sido un rato intentar que esas cinco mujeres, que son muy diferentes entre sí, estén bien representadas. Y sí, una de mis grandes obsesiones también es el hecho en sí de la complejidad femenina y de la riqueza de matices que tiene toda mujer.

«Una de mis grandes obsesiones es la complejidad femenina»

La Guerra Civil ha servido como telón de fondo para infinidad de novelas y películas. Podemos decir que se ha escrito (casi) de todo sobre ella. ¿Qué nuevo enfoque sobre la Guerra Civil crees que aporta tu novela?

Sí, la Guerra Civil está siempre presente también en mi literatura. He intentado preguntarme muchas veces por qué, por qué empecé con una novela sobre la Guerra Civil, por qué continúo tanto tiempo después con otra y otra. Yo creo que tiene mucho que ver con que es el acontecimiento más importante que ha habido en España desde el descubrimiento de América. No ha habido otro tan tremendo y tan determinante. A esto hay que añadirle mi pasión por la historia en general. Mis dos abuelos combatieron en la guerra, tengo muchas fotos de ellos en el frente, además los dos estuvieron en batallas diferentes, pero bastante cerca del frente, uno en Teruel y otro en Córdoba. Son muchas cosas las que me han hecho interesarme mucho por un conflicto que creo que todavía no está cerrado, y eso es también apasionante. Marañón decía que las guerras civiles suelen durar 100 años, así que todavía me quedan unos pocos para trabajar y darle vuelta a qué pudo pasar, qué pasó, quién estaba aquí, por qué… muchas cosas. Yo creo que no está todo cerrado ese relato. Y la guerra le da a un escritor mucho para imaginar, para pensar y para trabajar.

«Creo que el relato de la Guerra Civil no está todo cerrado»

A pesar de tener como telón de fondo la Guerra Civil, Bárbara Gunz está lejos de ser una novela histórica, sus pretensiones son otras. De hecho, es evidente que en tu escritura se presta mucha atención al estilo. ¿Cómo de importante es para ti el estilo frente a la trama?

Sí, por supuesto, el tema del estilo… no es que esté presente, es que tiene que ver con la importancia que yo le doy a la literatura. Dediqué un ensayo a Juan Benet, pero, realmente, Benet era la excusa. Se trataba de un ensayo sobre mis teorías literarias, mis propios ensayos literarios sobre el estilo, al que titulé Benet. La ambición y el estilo. Quería hablar de Benet, pero también quería hablar de mí como escritor y sobre lo que para mí es el estilo literario, que es una cosa fundamental. Sin él difícilmente se puede hacer literatura de calidad. Yo sé que mi estilo es lírico y barroco. Como decía Faulkner, un novelista se tiene que encargar de dos cosas fundamentales, que son la verdad y el corazón humano, y yo creo que ahí solo se puede llegar utilizando un estilo potente, un estilo poderoso y usando un lirismo, a veces más o menos disimulado. Pero esa intuición poética es con la única que se puede llegar a lo que a mí me gusta que lleguen los grandes novelistas. Otro de mis grandes referentes, Lobo Antunes, quizá para mí el mejor escritor vivo, dice que escribir es encender cerillas en el fondo del alma humana y preguntar si hay alguien ahí. Pues yo creo que con eso solo se consigue con un estilo potente.

Y hablando de referentes como Onetti, Benet, Faulkner o Lobo Antunes, ¿qué autores te han servido de guía durante el proceso de escritura de Bárbara Gunz?

Nunca soy rácano en el tema de mis referentes. Siempre cito a esos cinco, seis, siete, a los que leo y releo constantemente, que son los que han forjado mi mundo literario de alguna forma hasta conseguir mi voz propia. Me sigo apoyando en ellos como muleta. Yo soy lector gracias a Baroja, pero quizás soy escritor gracias a Benet. Uno me llevó a la lectura compulsiva y otro a la escritura, porque me di cuenta que Benet era el tipo de escritor que yo quería ser cuando empecé. No sabía muy bien qué era, incluso, lo de ser escritor. Creía que no era algo compatible con mi trabajo. Luego me di cuenta de que no, que se podía hacer una carrera literaria ambiciosísima como la de Benet sin dejar de ser toda su vida ingeniero del campismo. Él fue un modelo, un referente. Y luego, pues bueno, yo he hablado mucho de Onetti, al que incluso he editado y he prologado.  Onetti es uno de mis grandes escritores de cabecera. Proust, Thomas Bernhard, Conrad por supuesto… Yo creo que Conrad, de quien tengo una foto aquí delante mientras hablamos, está siempre presente. Cela también me gusta mucho, creo que está injustamente olvidado y denostado. De Cela he aprendido mucho y lo sigo leyendo lo bastante. No sé, podría estar mucho tiempo citando pero eso son mis principales referentes.

Tu formación y experiencia como farmacéutico, sin duda, influyen en tu escritura. ¿De qué manera tu profesión ha enriquecido la construcción de personajes como el doctor Mario Suz?

La relación de la sanidad y de la medicina con mis personajes es muy clara, ¿no? Porque yo como todo niño lector, con aspiraciones más humanistas, pensé hacer una carrera de letras. Pero bueno, al final en mi familia parece ser que hay una especie de maldición, por decirlo de alguna forma, por la que todos, al final, acabamos siendo médicos o farmacéuticos, sobre todo los primogénitos. Mis abuelos eran médicos farmacéuticos con líneas de ascendencia hasta el siglo XVIII. Sentía que no podía traicionar ese espíritu. Y bueno, al final hice una carrera buena y empecé a trabajar muy joven. Yo era un niño de familia acomodada que realmente supo cómo era la vida real cuando se enfrentó a su trabajo en un pueblo, cerca del dolor humano. Esa cercanía al dolor humano me hizo ser consciente de muchas cosas. Es como eso que dijo Flaubert sobre que los médicos y los farmacéuticos son los que ven a las personas por dentro porque están cerca del dolor. Los que estamos al lado de los que lo pasan mal podemos ver un poquito más allá. Cuando ya tuve 30 años me puse a escribir. Yo creo que para ser novelista hay que pasar de los 30 años. Quizás se pueda ser poeta con 21, pero para ser novelista hay que tener cierto conocimiento de la gente. Y a mí eso me lo han dado mis pacientes. Ojalá sepan algún día lo mucho que he aprendido de ellos.

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