Sociedad

Apostar por la innovación social en tiempos de COVID

Desde Ashoka defienden que, ahora más que nunca, innovar socialmente deber ser parte de la construcción de una nueva y mejor normalidad en España.

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20
octubre
2020

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Se ha escrito mucho sobre cómo innovar en tiempos de escasez, cómo transformar una crisis en una oportunidad y cómo reinventarse ante la recesión global causada por la pandemia de la COVID-19. La experiencia de Ashoka acompañando a emprendedores sociales desde hace más de 40 años nos ha enseñado que hay tres elementos fundamentales en toda innovación: las herramientas, el contexto, y la mentalidad. Mientras que las herramientas para innovar socialmente en estos momentos son más accesibles que nunca –y en el contexto de crisis hace que sea casi obligatorio acudir a ellas–, la mentalidad innovadora es el elemento fundamental para que toda innovación genere impacto social a gran escala y sea sostenible en el tiempo.

Pero ¿a qué nos referimos con innovación social? Se trata de cualquier nueva solución a un problema social que es más efectiva, eficiente, sostenible o justa que las actuales soluciones y que genera valor para toda la sociedad, más que únicamente para individuos concretos. Con esto en mente, proponemos siete claves sobre por qué la innovación social debe ser parte de la construcción de una nueva y mejor normalidad en España.

1. Nos encontramos en un punto de inflexión único

Esta crisis ha evidenciado la importancia de renovar muchos de los sistemas que están al borde del colapso. Estamos ante una revolución sistémica, donde debemos (re)imaginarlo todo, desde los sistemas de salud, nuestra relación con las fuentes de información, los sistemas migratorios o la protección del clima. Nos encontramos ante un contexto de incertidumbre en el que surgen nuevas oportunidades para el cambio y donde las transformaciones más profundas se hacen posibles.

2. No es nada nuevo

La innovación, por definición, es constante y lo ha sido siempre. Aunque parezca contradictorio, no estamos hablando de nada nuevo. Llevamos innovando desde la invención de la rueda. Tampoco es nueva la intención de cada persona de tener un propósito, un papel positivo en el mundo y ser partícipe de los cambios a mejor. Muchas corrientes religiosas y civiles han promovido una actitud colaborativa, proactiva y del bien común. Pero la oportunidad ahora es que este propósito, el ser agente de cambio positivo, sea lo normal, lo que se enseña en las escuelas desde los cuatro años, como si fuera leer y escribir, y lo que hacemos de forma natural como sociedad.

3. Existe una desigualdad oculta

Despedimos 2019 con el informe del Observatorio Social de “La Caixa” que constataba que España era el país de la Unión Europea cuyos índices de desigualdad habían aumentado más en los últimos diez años. Y la situación no parece que vaya a mejorar, si tenemos en cuenta que la pobreza relativa en nuestro país está previsto que aumente hasta alcanzar al 23,1% de la población. ¿Es justo pedir a estas personas que sean agentes de cambio? ¿Cómo priorizar «ser partícipes del bien común» cuando nos cuesta llegar a fin de mes o no tenemos acceso a derechos básicos? Estamos viendo una desigualdad oculta que se suma a aquellas más estructurales, como pueden ser la de género, la racial o la económica, y que determina quién tiene la oportunidad y herramientas para descubrir y ejercer su potencial para mejorar su entorno y quién no. El emprendimiento y la innovación social siguen siendo un privilegio en manos de muy pocos y, si bien existen maravillosos programas que premian la excelencia en este campo, ¿qué ocurre con el trabajo previo de despertar el potencial de todos? Es ahí donde yace la innovación social más disruptiva.

4. Somos más conscientes que nunca del impacto de nuestras acciones

46 millones de personas han tenido que arrimarse, en mayor o menor medida, para frenar esta pandemia de la mejor manera posible. La COVID-19 nos ha permitido entender el impacto de nuestras acciones en el mundo, sumándonos a una ola de solidaridad colectiva. Estamos ante una nueva oportunidad de establecer esta consciencia colectiva adquirida a la fuerza, en un proceso identitario donde las personas puedan descubrir su poder para cambiar el mundo y lo utilicen.

5. Podemos juntar las ganas y las canas

El derribo de las barreras físicas que nos ha proporcionado la tecnología –y, en cierta medida, esta crisis sanitaria– nos permite dar más voz a los jóvenes. Las Gretas y las Malalas son solo la punta visible del iceberg de un movimiento imparable que nos habla de las inquietudes y el gran potencial de los jóvenes. Pero hay miles, anónimos, que están dispuestos a trabajar en la reconstrucción de la sociedad, redefiniendo su rol. Juntar sus ganas con las canas de los adultos, su experiencia e influencia, es clave para un cambio más duradero. De esta y otras claves para activar a una generación de jóvenes hablamos aquí.

6. La responsabilidad empresarial

Según un reciente informe elaborado por Capgemini sobre la opinión de los consumidores respecto al papel de las corporaciones en la sociedad, un 69% espera que las empresas contribuyan socialmente y el 74% opina que podrían hacer más de lo que están haciendo en la actualidad. Los consumidores ya no solo preguntan a la empresa qué producto venden, sino también qué problemas ayudan a solucionar. Además, otro informe publicado por Collaborabrands revela que el 74% de consumidores afirma dar prioridad a aquellas marcas que han contribuido a paliar la crisis generada por la COVID-19. Sin embargo, la crisis también ha generado una pérdida de confianza que hay que volver a reforzar: ahora, el 59% confía menos en las marcas. El contexto y el momento son óptimos para replantear también el rol de las empresas.

7. El cambio sistémico

Muchas veces, el corto plazo y la falta de recursos nos invitan a ofrecer soluciones tirita ante los retos sociales. Pero la innovación social solo es revolucionaria cuando es sistémica, es decir, cuando logra un cambio de mentalidad y es intersectorial. El cambio sistémico utiliza un enfoque de impacto indirecto –réplicas, coaliciones, movimientos…– para cambiar las causas raíz y dinámicas subyacentes de un problema con el fin de que el sistema produzca por sí mismo un resultado mejorado. El impacto de la innovación social sistémica tiene un efecto multiplicador al producir un cambio estructural y sostenido en el tiempo. A pesar de la urgencia social y medioambiental, las soluciones que impulsamos deben buscar la sostenibilidad y escalabilidad a largo plazo.

Estamos ante la emergencia de otro virus: el de la apatía y, pese a estar más conectados que nunca, la desconexión de los desafíos que nos interpelan. Tenemos las herramientas. El contexto es propicio. Nos falta consolidar una mentalidad solucionadora, empática y colaborativa para no volver a la vieja normalidad. ¿Qué pasaría si cambiar el mundo fuera un derecho y una obligación moral? ¿Y si aprendiéramos a hacerlo todos desde la infancia, en casa y en la escuela? ¿Y si todos tomáramos la iniciativa para mejorar lo que no funciona?


Alexandra Mitjans es directora de Ashoka España.

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