Opinión

Cómo vencer la incertidumbre: cooperación frente a confrontación

Todos los problemas que hoy nos preocupan exigen para su resolución que los partidos políticos abandonen la estrategia de confrontación, que es vista por la ciudadanía como un problema que impide terminar con los otros.

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30
septiembre
2020

«No hay mejor prueba del progreso de la civilización que el progreso del poder de cooperación». [John Stuart Mill]

Vivimos momentos de incertidumbre. Preocupación y ansiedad creciente por la evolución de la covid–19 en este otoño que acabamos de estrenar, y preocupación por una crisis económica profunda, de la que no se sabe a ciencia cierta cuando remontaremos. Unido a ello, parece evidente que asistimos a un momento de cambio tecnológico que impondrá la pérdida de muchos puestos de trabajo. Esta tormenta perfecta es el caldo de cultivo adecuado para el surgimiento de líderes políticos carismáticos y demagógicos cuyas declaraciones y proclamas busquen mover sentimientos frentistas e inocular el miedo a los otros, con la única intención de captar votos.

Confianza significa, según el diccionario de la Real Academia «esperanza firme que se tiene de alguien o de algo». La felicidad y el bienestar están directamente relacionados con ella –un niño es feliz porque confía en sus padres– y sobre ella se entretejen las relaciones de amistad y de pareja; y en ella –que hace referencia etimológicamente a la fides, la fe– se funda también la religión. Es la base del comercio y del crédito, y también, la confianza en los representantes públicos y en el sistema de gobierno constituye la base de una democracia sana.

¿Por qué confiamos en los demás?

La confianza tiene que ver con la generosidad, con la competencia , con la integridad y la confiabilidad sobre una conducta futura. En determinadas relaciones, como las paterno-filiales, de pareja o de amistad, la confianza tiene un elemento preponderante de entrega generosa de aquél en quien se confía; en las relaciones comerciales o profesionales prima, sin embargo, más que la generosidad, la competencia, la capacidad que tiene el otro en quien confiamos de hacer lo que se espera de él. En todos los casos, su núcleo no es otro que el de la integridad, que se predica de aquel que se comporta con rectitud y coherencia.

Al menos en España existe, según múltiples encuestas, confianza en la familia –núcleo social que ha servido de sostén de muchos durante la última crisis– y también en muchos profesionales, como ha puesto de manifiesto el aplauso unánime de la población, en los momentos, hasta ahora, más duros de la covid, al comportamieno íntegro de sanitarios y empleados de servicios de bomberos, policías, supermercados, etc. Todas esas personas se han percibido como competentes, generosos e íntegros, al poner el bien de los demás por encima de sus propias necesidades arriesgando su propia salud y hasta su vida.

«El núcleo de la confianza no es otro que el de la integridad»

Según el Barómetro especial del CIS de julio de 2020, los principales problemas que actualmente existen en España, después del paro (34,6), los problemas de índole económico (29,3), el coronavirus (28,4) y la sanidad (15,7), son: la falta de acuerdos y la situación de inestabilidad política (13,8), el gobierno y la gestión del coronavirus (12,9), la política (12.2), los problemas políticos en general (10,1) y lo que hacen los partidos políticos (7,7); todo ello por delante de la poca concienciación ciudadana (7,6), los problemas relacionados con la calidad del empleo (4,7), la educación (4,3), los problemas de índole social (4,0), la corrupción y el fraude ( 3,6), el sistema económico y productivo actual (2,2), la inmigración (1,9), el funcionamiento de los servicios públicos (1,8), los problemas derivados del confinamiento (1,7), por no hablar de otras cuestiones: los extremismos políticos (1,4); la división de la ciudadanía y la confrontación social (1,4); los problemas relacionados con la juventud (1,1); la falta de inversión en industrias e I+D (1,1); la falta de información (1,0); la inseguridad ciudadana (1,0); la vivienda (0,8); por no hablar de la independencia de Cataluña (1,0); la administración de justicia (0,5); la monarquía (0,5); las pensiones, (0,4); incluso la violencia de género (0,4) o los problemas medioambientales (0,7), entre otros.

Resulta muy ilustrativo que cuestiones puestas en el candelero por los partidos políticos o la opinión publicada –la monarquía, la violencia de género, la actitud de la oposición, el extremismo de algunos partidos políticos, la confrontación social, la vivienda, la inmigración, la inseguridad ciudadana o la independencia de Cataluña– no sean percibidas por la población como los principales y más acuciantes problemas. También es llamativo que otras cuestiones sobre las que los expertos llaman la atención y exigen cambios urgentes, como ocurre con los problemas medioambientales o las pensiones, tampoco sean vistas como un problema a corto plazo por la población que, sin embargo, sí percibe como un problema acuciante el comportamiento frentista de las formaciones políticas y la inestabilidad política.

Poniendo en relación unos problemas con otros, estaremos de acuerdo en que tanto los problemas que generan mayor incertidumbre y consecuentemente más insatisfacción y falta de bienestar –el empleo; los problemas de índole económico y la salud pública)– como otros temas de evidente trascendencia –la educación, los problemas sociales, la corrupción y el fraude, la inmigración, el funcionamiento de los servicios públicos, la vivienda los problemas medioambientales, la administración de justicia, las pensiones– exigen para su resolución que los partidos políticos abandonen la estrategia de confrontación, que es vista por la ciudadanía como un problema que impide terminar con los otros.

¿Qué mueve la estrategia de la confrontación?

Según una encuesta de Ipsos de hace un año, ocho de cada diez españoles consideraban que los principales líderes políticos parecen mirar más por su propio interés que por el de la sociedad a la que dicen servir. Otra de las conclusiones de la encuesta era que ninguno de los cinco principales líderes políticos inspiraba confianza. Así se extrae de las respuestas a la siguiente pregunta «¿le pediría usted consejo a un político?» ya que, para la mayoría de los encuestados, la respuesta es no, en todos los casos. Ni a Casado (71%) ni a Abascal (70%), ni tampoco a Sánchez (65%), o a Iglesias, con un 64% de respuestas negativas.

Debería bastar la percepción que los ciudadanos tenemos mayoritariamente de los políticos –y la consideración mayoritaria de que la confrontación es actualmente uno de los principales problemas a resolver– para que los propios líderes dejasen de lado su posiciones frentistas y se pusieran seriamente a trabajar de manera conjunta en dar soluciones a los problemas reales de los ciudadanos. Precisamente ese objetivo, y no otro, es lo que debería inspirar la actuación política, lo que habría de ser el primer mandamiento en cualquier código ético de un partido politico y la primera exigencia de la integridad pública.

«Debería bastar la percepción que los ciudadanos tenemos de los políticos para que ellos mismos se pusieran a trabajar»

Llama especialmente la atención que los políticos no se sientan avergonzados por el hecho de que, siendo elegidos por los ciudadanos para resolver los principales problemas del país, sean vistos por ellos no ya como una solución imperfecta, sino como un problema añadido para su resolución. La integridad es uno de los pilares fundamentales de las estructuras políticas, económicas y sociales y, por lo tanto, es esencial para el bienestar, así como para la prosperidad de los individuos y de las sociedades en su conjunto.

Un comportamiento íntegro de los actores políticos influye positivamente en la percepción que los ciudadanos tienen de la sociedad y fortalece la confianza de los mismos en las instituciones. Si la ciudadanía percibe a la clase política como una casta es porque, lejos de procurar generosamente el bien común y actuar íntegramente, se mueve por su propio interés.

La OCDE encabeza un nuevo enfoque de la integridad pública del que es ejemplo el documento Percepciones conductuales para la integridad pública. Ese informe es la primera revisión exhaustiva de diferentes ramas de las ciencias del comportamiento para identificar enseñanzas prácticas beneficiosas para las políticas de integridad. Responde a cuestiones sobre cómo se infunde la confianza o por qué las personas pierden confianza en la integridad de alguien.

El informe pone en evidencia que elevar el punto de referencia moral induce a las personas a comparar sus propias acciones con estándares internos más elevados; que un recordatorio moral suele ser suficiente para inducir a la reflexión ética y que, desde el punto de vista de la sociabilidad humana, los comportamientos íntegros no se adoptan de manera aislada, sino como parte de la interacción social. Un comportamiento íntegro se puede entender como un acto de reciprocidad indirecta, llevado a cabo con la confianza de que los demás harán lo mismo y la creencia de que la integridad beneficia a todos.

Desde este punto de vista, los partidos políticos deberían incluir en sus códigos éticos tanto una referencia a la búsqueda del bien común como una exigencia del comportamiento íntegro de sus miembros. Asimismo, la idea de que la defensa de su ideario con convicción y coherencia, nunca puede ser óbice para dejar de trabajar conjuntamente en la consecución de un objetivo común.

Cooperación frente a confrontación

«Si piensas en la política de forma maniquea, entonces el acuerdo es un pecado», escribe Jonathan Haidt en La mente de los justos. Haid, psicólogo social y profesor de liderazgo ético en la Universidad de Nueva York, ha estudiado el comportamiento de la clase política estadounidense desde la década de 1990 y concluye que esta se ha vuelto cada vez más maniquea y que ese maniqueísmo ha conllevado un aumento de la acritud y una disminución de la capacidad de encontrar soluciones en común.

El problema, entiende Haidt, no se limita a los políticos. «La tecnología y el cambio en los patrones residenciales nos han permitido a cada uno de nosotros aislarnos dentro de burbujas de individuos con ideas afines. En 1976, solo el 2% de los estadounidenses vivían en condados donde se producían victorias electorales rotundas – en que republicanos o demócratas ganaran por más de un 20%- . En 2008, el 48 % de los estadounidenses vivía en un condado de este tipo», subraya.

populismo incertidumbre

Haid ha constatado, igualmente, las cada vez más infrecuentes relaciones de amistad entre políticos de distintos partidos, cada vez más encerrados en su propio entorno, y recomienda cambiar esta dinámica, asegurando que «si puedes tener al menos una interacción amistosa con un miembro de otro grupo, te resultará mucho más fácil escuchar lo que está diciendo y quizás ver un tema controvertido bajo otra perspectiva».

Las conclusiones de Haid no son ni mucho menos aplicables exclusivamente a los estadounidenses y sus políticos. A poco que observemos el panorama español, habremos de convenir que las mismas son, hoy más que nunca, extrapolables a la situación que vive nuestro país, polarizado como no lo había estado en muchos años –desde luego, como nunca después del advenimiento de la democracia del 78–.

Lo peor de todo es que la situación que exponemos se retroalimenta. Los partidos políticos adoptan un discurso cada vez más frentista; los barrios en las grandes ciudades están cada vez más polarizados y, cada vez más, los ciudadanos, que reciben información exclusivamente de determinados medios afines a la ideología en la que se incardinan –y a esto ayudan especialmente los algoritmos de las redes sociales–, son más herméticos a la hora de abrir sus mentes a otras posturas y más incapaces de aceptar las soluciones de otros para resolver los problemas. En definitiva, el resultado es que las personas, con independencia de su formación, son cada vez más intransigentes y tienen menos capacidad crítica para juzgar al correligionario o ver la realidad desde otro punto de vista.

El profesor de Derecho de la Universidad de Yale, Dan M. Kahan, conocido por su teoría de la cognición cultural –que trata de comprender   cómo los valores dan forma al conflicto político y promover estrategias deliberativas efectivas para resolver los problemas reales partiendo de datos empíricos– ha estudiado el fenómeno, poniendo de manifiesto que, si bien el nivel educativo puede tener un efecto positivo en la comprensión de un tema controvertido, tal efecto desaparece cuando el tema en cuestión es objeto de una polémica partidista. Es decir, se juzga y se toma partido emocionalmente o por la necesidad del reconocimiento de nuestro grupo antes que guiados por la razón.

«Es imprescindible crear lazos con aquellos que pertenecen a otros grupos ideológicos distintos»

Para vencer estos modelos de comportamiento, es imprescindible crear lazos con aquellos que pertenecen a otros grupos ideológicos distintos. Compartir otras actividades o hacer lazos de amistad con personas con ideas políticas contrarias a las nuestras ayuda a respetar primero y a escuchar después a esas personas, sobre todo cuando expresen sus ideas políticas o propongan, desde su ideario, soluciones, para la resolución de cualquier problema.

Recientes estudios, como los sondeos basados en grupos de deliberación pública realizados por el neurocientífico Joaquín Navajas, demuestran que cuando se reúne a un grupo de personas para deliberar los participantes suelen salir de la experiencia mejor informados y adoptando posiciones más complejas y matizadas.

De manera análoga, si miramos al entorno de la política municipal, sobre todo en núcleos de población pequeños, comprobaremos que en los pueblos hay más interacción entre los políticos de distintos partidos, más proximidad al margen de las ideologías y más colaboración, lo que se traduce en que son capaces de adoptar decisiones conjuntas en beneficio de la comunidad y que los ciudadanos están mucho más satisfechos con su conducta que con la de los líderes nacionales.

Incluso tenemos ejemplos sobresalientes de colaboración institucional, como la Organización Nacional de Trasplantes (ONT). Fundada en 1989 y dependiente del Ministerio de Sanidad, tras su creación, España pasó de 14 donantes por millón de población a 39,7 donantes por millón en 2015, pasando de estar en la parte media-baja de los índices de donación en Europa a ser el líder mundial. ​¿Nadie se ha preguntado el porqué del funcionamiento exitoso de ese organismo público en el que colaboran administraciones de diferente signo político?

En el discurso que pronunció en junio de 2013 con motivo de la toma de posesión como miembro de la Real Academia Nacional de Medicina, el que fuera director de la ONT desde su fundación hasta 2017, el doctor Rafael Matesanz describió los factores clave del sistema español de trasplantes: un Sistema Nacional de Salud con una gran calidad técnica y profesional; una red de coordinadores intrahospitalarios perfectamente entrenados para lograr que aflore la generosidad de los ciudadanos; una oficina de coordinación central, la ONT; un gran esfuerzo en la formación de profesionales; una financiación adecuada de todo el sistema; y la vocación de mejora continua, que lleva a la revisión permanente de todo el proceso de donación y trasplante.

«Las personas, con independencia de su formación, son cada vez más intransigentes»

Durante una entrevista en 2014 para Executive excellence, además del esfuerzo de gestión, Matesanz destacó la capacidad de la ONT para dialogar, en su mismo lenguaje, con todos los agentes implicados en el sistema. «Hablamos al Ministerio y a las comunidades autónomas como Administración, pero hablamos a los hospitales como profesionales. Hay que tener en cuenta que esto funciona porque somos autoridad sanitaria, pero podemos hablar a un médico de tú a tú. Otro aspecto importante es que, siendo un organismo muy pequeño, hemos conseguido ser una franquicia en toda España, y hacer que un médico de Madrid, de Sevilla o de Barcelona se sienta parte de la ONT», explicaba.

«Nosotros –señalaba Matesanz- somos un perfecto ejemplo de organización horizontal. No tenemos capacidad de mando sobre el personal de los hospitales; de hecho, la ONT propiamente dicha es un organismo autónomo, una subdirección general con una plantilla inferior a 40 personas, pero nuestra misión es sacar lo mejor de todo el sistema. No somos un macroorganismo, y creo que precisamente esto nos ha ayudado, pues cuanto más pequeños más ágiles. Algunos países han desarrollado grandes organismos, de los que dependen cirujanos, equipos extractores, etc., y al final eso conlleva más problemas que soluciones».

El liderazgo o la gestión profesionalizada hacen referencia a la competencia. Junto con ellas, la generosidad de los donantes es un elemento esencial para el éxito del sistema; y la capacidad de diálogo, la organización horizontal y la motivación para que todos se sientan involucrados son ideas que demuestran el comportamiento íntegro de todos los partícipes, ratificado por la inexistencia de cualquier intento partidario de atribución del éxito del organismo.

En definitiva, la ONT es un buen ejemplo del que deberían tomar nota nuestros políticos a nivel nacional para resolver los problemas reales –no pequeños– a los que nos enfrentamos. Si en el ámbito de la política municipal de muchos pueblos o en este organismo se ha conseguido, ¿por qué no instar a los políticos nacionales a que analicen las enseñanzas de esos modelos y las apliquen a su quehacer? Quizás así los ciudadanos empezásemos a ver a los políticos nacionales no como un problema, sino como facilitadores de la solución.

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