Economía

¿Hasta dónde es posible desmaterializar la economía?

Vivimos en un planeta finito donde los recursos son cada vez más escasos. Entre todas las teorías económicas que se plantean cómo sobrevivirá en él la especie, dos de ellas intentan acoplarse, aunque partan de puntos antagónicos. Si la desmaterialización se basa en la más estricta linealidad y busca reducir el uso de recursos, ¿cómo encajarla dentro de la economía circular, elevada como mantra de la sostenibilidad?

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Carla Lucena
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24
junio
2020

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Carla Lucena

El diamante es, según la geología, el material más duro que existe. El único capaz de rayar todos los materiales del mundo. Pero, si se desengarza de un anillo y cae al suelo, lo más probable es que se haga pedazos. Con la economía –al menos tal y como la hemos concebido hoy–, pasa algo parecido: es capaz de mantener a flote a miles de millones de personas con un cierto bienestar, pero ante una amenaza cotidiana en origen –como un agente infeccioso que, desde la lejana China, pone en jaque al mundo entero–, el capitalismo trastabilla, y su solidez se vuelve preocupantemente porosa.

Todos los organismos internacionales, desde el FMI hasta el Banco Mundial pasando por la OCDE, reconocen ya sin velos que el coronavirus es un disparo a la línea de flotación del crecimiento. La FED ha bajado los tipos de interés en Estados Unidos y el FMI los mantiene, pero inyecta más dinero. El Banco Central Europeo está reunido de urgencia en el momento en el que se escriben estas líneas, y sus soluciones, suficientes o no, ya serán de sobra conocidas cuando se imprima esta revista. Ningún economista consultado para este artículo tiene una fe absoluta en que las medidas de los grandes organismos internacionales vayan a evitar una debacle similar a la crisis de 2008. O peor. La economía es la única ciencia incapaz de anticiparse al desastre. Como dicen los expertos del reconocido instituto austriaco Mises Wire, «la economía no mide ni predice: explica». Y hoy, lo que explica es que si una empresa en España depende de los recursos de un país en vías de desarrollo situado en la otra punta del mundo y un virus microscópico empuja a cerrar las fronteras, las pérdidas serán difícilmente compensables.

La que vivimos hoy es una situación que pone en evidencia la fragilidad del modelo en el que nos sustentamos, basado en un crecimiento reducido a tres letras: PIB. Dice Kate Raworth, autora de La economía rosquilla, que esta variable está obsoleta. Porque el producto interior bruto «no mide correctamente los indicadores del bienestar social».

Antonio María Turiel: «Una economía desmaterializada sería realmente sostenible si llega a producir cosas de la nada, lo cual es imposible»

Este panorama es el que ha impedido que fructifique con todas sus consecuencias una corriente de pensamiento que dio sus primeros pasos en los hoy lejanos años setenta: la desmaterialización de la economía. Si bien entonces la idea de la reducción de recursos en la producción atendía a la sostenibilidad del propio sistema, hoy cada vez más voces recurren a ella como vía para la de todo el planeta y la de quienes lo habitamos. El catedrático de Harvard y filósofo Steve Pinker la menciona en su ensayo superventas En defensa de la ilustración, un libro que, lúcidamente, pone en evidencia el declive del mundo y, al mismo tiempo, plantea las soluciones para enderezarlo.

Pero, ¿qué implica la desmaterialización? Estrictamente, se trata de emplear menos insumos en la producción. O, dicho de otra forma más sencilla, utilizar menos recursos para fabricar cosas. Esto se puede aplicar en el propio proceso productivo –lo que hoy llamamos eficiencia– o, indirectamente, ofertando servicios en lugar de propiedad, o por medio del ecodiseño. Y todo ello bajo un denominador común: el avance tecnológico. Por ejemplo, que usted lea este artículo en la pantalla de su ordenador en vez de impreso en la revista de papel –por más que este sea reciclado–, sería un caso claro de desmaterialización.

La conciencia de que vivimos en un mundo finito tiene más fuerza hoy que nunca, y el cambio de discurso de muchos grandes expertos y pensadores es una muestra de ello. El prestigioso economista estadounidense Jeffrey Sachs, que en su día asesoró a una recién disgregada Unión Soviética para aplicar políticas netamente liberales enfocadas al puro crecimiento –basadas en una privatización salvaje de las empresas y una desregulación total de precios–, defiende hoy medidas mucho más intervencionistas y de corte social como consejero de Naciones Unidas para los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Creador, hace décadas, de teorías que planteaban la economía como algo puramente lineal en la que «todo lo que se consume se transforma en algo sin valor alguno», en una entrevista concedida a Ethic se desdecía sin tapujos: «Debemos usar energía sostenible como la solar, la hidroeléctrica o la eólica, que también permite a la economía superar y poner orden en la antigua entropía en la que vivíamos. Por eso, hoy es tan importante la economía circular».

Ese es el mantra, precisamente, en el que se basa ahora la sostenibilidad del planeta. El gran problema es que esta circularidad se contrapone con la teoría de la desmaterialización, que se basa en la más estricta linealidad. Nació como una solución a los recursos finitos del planeta, pero con un objetivo final: salvar la economía. El planeta era algo coyuntural, casi herramental. Un dador de medios para producir más y, supuestamente, proporcionarnos más felicidad. No estaban tan presentes la escasez de recursos y su hermano el cambio climático, ni tan próximas como hoy sus fatales consecuencias, esas que le hacen temblar las piernas al sector financiero, aunque aún se estén tomando pocas medidas al respecto. El Estudio Global de Inversión 2019 de la gestora Schroders apunta que casi dos tercios de los inversores globales cree que el cambio climático impactará en los activos donde han puesto su dinero, pero apenas un 16% invierte en productos sostenibles –un 14% en el caso de España–. La rentabilidad inmediata sigue siendo, casi medio siglo después, la máxima prioridad. Esa que alimenta al insaciable PIB en nuestros estrechos ciclos económicos de apenas cinco años.

Un planeta en equilibrio

Al encaje de las teorías desmaterializadoras se añade otro problema. La paradoja de Jevons, que aguó la fiesta de sus defensores hace casi medio siglo, está hoy más presente que nunca, y la economía ecológica la blande para mostrar su escepticismo: según el economista y filósofo británico –hoy, sin duda, un visionario–, la introducción de tecnologías que conlleven una mayor eficiencia de energía y uso de materiales puede provocar un efecto rebote: se reducen los costes, se aumenta el consumo y se eleva, por tanto, el gasto total de recursos. De nuevo, se destapa la fragilidad de una economía basada en su propio crecimiento.

La mayoría de quienes defienden la desmaterialización la miden respecto al tamaño del PIB: si este aumenta a un ritmo mayor que el de los recursos empleados, se puede considerar que un país está desmaterializando su economía. Pero el desgaste del planeta sigue siendo el mismo, e incluso mayor.

Juan Infante Amate: «Nuestro reto no es que el crecimiento económico vaya más rápido que el impacto ambiental, sino reducir lo segundo»

«El concepto varía según dónde se trate. En un contexto de economía más convencional, hablamos de la desmaterialización relativa, o sea, la caída de recursos por PIB producido. Esto implica una cosa distinta que si vamos a la economía ecológica o la economía social, que se centra en la desmaterialización fuerte, una caída total de recursos, sin que esté sujeto a ninguna variable», explica Juan Infante Amate, autor del estudio La desmaterialización de la economía mundial a debate. Consumo de recursos y crecimiento económico. Y sigue: «La motivación de la primera se basa en que el crecimiento económico se produzca de manera sostenible. Los segundos, directamente, entienden que toda la economía depende del medio ambiente, y viceversa. Que no se pueden disociar». Lo aclara con una cita: «Joan Martínez Alier, economista ecológico, decía que es como si vinculáramos a los enfermos de sida a la evolución del PIB. No tendría sentido. Nuestro reto no es que el crecimiento económico vaya más rápido que el impacto ambiental, sino reducir lo segundo».

El experto pone también el foco en el análisis que puede hacerse en el plano internacional. «Hoy es tramposo decir que grandes economías como Alemania, Canadá o Estados Unidos están logrando una des- materialización, mientras que los países en vías de desarrollo se están rematerializando. Porque estos últimos siguen consumiendo muchas menos toneladas, solo se acercan a una normalización de su sistema económico. Que Alemania se desmaterialice porque ha consumido un 1% no es una buena noticia. Su estándar de consumo sigue siendo insosteniblemente alto», apunta. Una tendencia que podría hacerse extensible más allá de lo que suceda en el gigante alemán. «Los países del primer mundo deslocalizan la producción a otros más pobres y solo se quedan con los sectores limpios, como el de servicios o el financiero. Es un balance injusto que no puede contemplar una desmaterialización real», concluye.

Líneas, círculos, espirales

La pregunta, a estas alturas, es clara: incluso si tomamos la desmaterialización fuerte, la que no depende del PIB para evaluarse, ¿es compatible, en su linealidad, con la economía circular? Hay quienes cogen algunos tramos de esa línea y los insertan en el círculo. Como la alemana Sylvia Lorek, del Instituto de Investigación Europa Sostenible, ferviente defensora de esa parte de la desmaterialización que lleva el concepto a la práctica en su sentido más literal. En su manifiesto 30 Visiones de la sostenibilidad, aboga por «sustituir los objetos por servicios». Algo que puede ir mucho más allá del carsharing y que está impulsando la era digital con aplicaciones de móvil que nos dejan infinidad de posibilidades a un clic de distancia, desde disfrutar de una casa temporalmente en cualquier parte del mundo hasta que nos laven la ropa una vez a la semana. Bajo ese sistema, imaginen la de lavadoras, con todas sus piezas contaminantes, que nos evitaríamos.

finanzas

«Son dos caminos hacia la sostenibilidad», dice Antonio María Turiel, científico titular del CSIC que preside el Oil Crash Observatory, una asociación dedicada a la divulgación de los problemas relacionados con los recursos naturales. Pero, aunque pueda parecer lo contrario, su afirmación dista mucho de ser un arranque de optimismo: «En la economía circular hay una degradación lógica de los materiales y los procesos, un aumento de la entropía, de modo que nunca podrá ser una economía puramente circular, sino en espiral. La idea es que sea lo más cerrada posible, lo más cercana a un círculo, pero los planes que se están discutiendo ahora en la Comisión Europea sobre este tema contemplan espirales bastante más abiertas de lo que deberían». Respecto a la desmaterialización, reconoce que algunas partes de esa corriente, como la eficiencia, pueden aprovecharse, aunque se muestra escéptico. «La desmaterialización se da en una economía lineal –esto es, entran materiales, se producen bienes, se generan residuos y se tiran– y busca reducir la huella de materiales y energía. Ir disminuyendo indefinidamente lo que consume una economía. Una economía desmaterializada sería realmente sostenible si se llega a producir cosas de la nada, lo cual es imposible», advierte.

Desde su posición de científico, aporta un hecho demoledor: ni la economía circular ni la desmaterialización se pueden llevar a sus últimas consecuencias si nos atenemos a la pura física. Pero abre una puerta esperanzadora: «En el caso de la circular, que podría valerse en par- te de la desmaterialización, implica un estado estacionario. El reto es prolongar los ciclos lo más posible. Por ejemplo, 10.000 años».

El retorno de Jevons

Esto tiene mucho que ver con otra corriente, tan añeja como la desmaterializadora, que cada vez rescatan más reputados expertos: el decrecimiento. «Los agentes económicos no quieren hablar de eso, pero cada vez veo más claro que la solución sería salirse del sistema capitalista», dice Turiel, que cree que es «un sistema inflacionario que necesita el crecimiento por definición». «Esto no pasa necesariamente por ir a un sistema comunista, como alertan muchos detractores del decrecimiento, porque también está orientado a la producción, así que tiene el mismo problema. Hay que buscar otro sistema. Decrecionista, de estado estacionario… que no tiene por qué conllevar, como muchos critican, la abolición de la propiedad privada, sino cambiar los objetivos de sociedad», aclara. Y zanja: «Porque en un sistema capitalista, no crecimiento es igual a crisis».

Tras esto, ante nosotros emerge de nuevo la paradoja de Jevons, gran enemiga de la desmaterialización. «La innovación tecnológica, mal llevada, desplaza capital humano, trabajadores, y crea problemas de subconsumo o sobreproducción, que es lo mismo», apunta Rodolfo Rieznik, de Economistas sin Fronteras. «Hay derroche de materiales, el capital que no rinde busca acumularse en formas bastardas de lucro: el capital financiero en detrimento del productivo. Así estamos en este bucle de crisis que tiende a transformar la economía productiva en financiera, a derrochar materiales y destruir la sostenibilidad», explica.

Ángel Pérez Rubio: «Tenemos que empezar a plantearnos otros indicadores de desarrollo humano»

«Si optamos por desmaterializar, en el sistema entrará menos y aprovecharemos más. Pero siempre tienen que entrar recursos. Para un círculo realmente cerrado, tiremos de la corriente que tiremos, la población mundial tendría que dejar de crecer, deberían estabilizarse los flujos de entradas y salidas económicas, no podría haber subidas y bajadas de precios… es una utopía», incide en este sentido José Vicente López Álvarez, director del Máster de Economía Circular de la Universidad Politécnica de Madrid. El experto, para perseguir ese horizonte, propone un remedio: «Siempre gastaremos recursos, pero si logramos dejar de crecer y que el impacto de extracción sea menor, podremos regenerar mejor las consecuencias de esas ex- tracciones para que quede todo lo más parecido a como estaba».

En definitiva: desmaterializar la economía no debería restringirse a usar menos recursos para garantizar su crecimiento, sino para que el planeta mantenga su statu quo el mayor tiempo posible. Tanto, que incluso supere a la pervivencia de la propia humanidad. De momento, estamos errando el tiro: el European Enviromental Bureau defiende ya el desacople necesario del crecimiento económico y el uso de recursos, y advierte de que no se está dando de forma continuada ni a los niveles que debería.

«El PIB cada vez es más cuestionado como indicador de bienestar social», dice José Ángel Pérez Rubio, presidente de la Fundación de Ecología y Desarrollo (Ecodes), que pone un ejemplo de una desmaterialización mal llevada: «Los aviones son más eficientes en el uso de combustible que nunca. Y eso ha abaratado costes. Pero el resultado es que la gente vuela mucho más, incluso en trayectos absurdamente cortos. Al final, el uso de combustible se ha disparado». Y remata: «Queda claro que el crecimiento global no es sinónimo de sostenibilidad. Ni necesariamente nos hará felices. Y, desde luego, no salvará al planeta. Tenemos que empezar a plantearnos otros indicadores de desarrollo humano».

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