Cultura

¿Fuimos ilustrados alguna vez?

Aunque la Ilustración llegó tarde a España y solo caló en una minoría culta provocó grandes transformaciones sociales gracias al esfuerzo de un puñado de bizarros ilustrados.

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12
agosto
2020

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«Conocimiento de las cosas que proviene del discurso natural que distingue a los hombres de los brutos». Con estas palabras definía el Diccionario de Autoridades –emisario escrito de la Real Academia Española– el concepto de Ilustración, ese ciclón cultural que atravesó Europa desde el siglo XVII hasta principios del XIX y que, en pocas palabras, se sustentaba en que el conocimiento es la única senda que realmente conduce a la felicidad.

La Ilustración colocó a la razón en el centro de todo, desplazó a Dios como explicación última e instauró una visión mecanicista de la naturaleza que quedó liberada de la visión mágica con la que había sido contemplada hasta entonces. También impulsó el enciclopedismo y, dada su confianza en la capacidad humana de transformar y dominar el entorno, reforzó la idea del progreso. En definitiva, la Ilustración se considera el primer eslabón hacia la modernidad, en la que participaron pensadores como Locke, Newton, Diderot, Rousseau, Voltaire, Montesquieu o Kant. Sin embargo, aunque la Ilustración impregnó a todo el continente no lo hizo, ni de lejos, de manera homogénea.

¿Qué ocurrió en España? Para empezar, que la Ilustración llegó con retraso. A diferencia de nuestros vecinos europeos, los ilustrados españoles no dejaron de ser una minoría –burgueses, nobles y un puñado de clérigos-, eso sí, influyente y activa, y con una característica específica: su fuerte defensa del catolicismo. Y es que entre sus filas no había ni un agnóstico, deísta o ateo.
Podría decirse que tuvimos una Ilustración asintomática: ningún manual canónico sobre este periodo de la historia recoge siquiera un escueto apéndice del caso de España. Únicamente se conoce que cuando las Luces se prendían por Europa, en nuestro país reinaba Fernando VII.

La ilustración en España estuvo marcada por una fuerte defensa del catolicismo

El gran impulso ilustrado llegó con Carlos III, a finales del siglo XVIII, ya que con la llegada de los aires de renovación (siempre que no cuestionaran el Antiguo Régimen) se crearon la Reales Sociedades Económicas del País, las Academias (de la Lengua, Medicina, Historia, Bellas Artes de San Fernando), el Jardín Botánico (proyectado por Sabatini y Villanueva) y el Gabinete de Historia Natural. Se construyeron también instituciones de enseñanza secundaria (como el Real Estudio de San Isidro) y superior (el Colegio de Cirugía o la Escuela de Ingenieros de Caminos), y obras como el Canal de Castilla de Antonio de Ullua y el canal Imperial de Aragón de Ramón de Pignatelli.

A grandes rasgos, se podría decir que la actitud ilustrada de un buen puñado de españoles poderosos desembocó en la reforma de los estudios universitarios, la profesionalización de los primarios, la racionalización de la Hacienda pública, además de en la creación de un Ejército permanente. Asimismo, según resume el historiador Antonio Domínguez Ortiz en su ensayo Carlos III y la España de la Ilustración, se consiguió cierta liberalización de la economía y el recorte de la jurisdicción eclesiástica, que desde 1740 apenas promulgó sentencias de muerte.

Ilustrados bizarros en España

Sin lugar a dudas, Benito Jerónimo Feijoo, conocido como Padre Feijoo, fue uno de los grandes innovadores en el terreno de las letras: escogió el género del opúsculo impertinente y publicó su obra por entregas bajo el membrete de discursos. Sin embargo, su mayor contribución fue la reforma universitaria que introdujo un nuevo método de estudio que cambiaba la enseñanza a golpe de dictado por el uso de libros de texto. Esto permitió, no solo ahorrar tiempo en el estudio, sino también ampliar los conocimientos impartidos, establecer cribas para que solo estudiasen quienes quisieran hacerlo y tuvieran aptitudes para ello, e introducir en las aulas nuevas asignaturas como Física, Astronomía, Botánica e Historia Natural.

La transformación provocada por la ilustración fue transversal y salió de las aulas para llegar también al campo. En este ámbito destaca la labor del economista Pedro Rodríguez de Campomanes que, a través de su cargo en el ministerio, apostó por la agricultura como fuente de crecimiento económico. Para ello convenció al monarca para que concediese subsidios a aquellas zonas agrícolas más desfavorecidas. Y no solo eso: intentó, sin éxito, entregar a los agricultores no propietarios las tierras de la Iglesia sin cultivar. Además, fue un ferviente defensor del despotismo ilustrado y, a la vez que promovió el comercio y la industria, también favoreció la expulsión de los jesuitas y la desamortización de sus bienes.

Del campo habló precisamente uno de ilustrados más conocidos en nuestro país: Gaspar Melchor de Jovellanos, quien en su Informe sobre la Ley Agraria abogó por liberalizar el suelo. Además de dejar un valioso legado literario, Melchor de Jovellanos puso en marcha el Banco de san Carlos, que luego sentaría las bases del Banco de España.

En el mundo de la ciencia, el marino y científico Jorge Juan y Santacilia se ganó el reconocimiento internacional cuando, tras medir el meridiano terrestre, demostró que la Tierra estaba achatada por los polos. Pero su espíritu ilustrado lo llevó también a reformar el modelo naval español, promover la cartografía a nivel internacional y redactar la única obra española de mecánica racional, el Examen marítimo.

Jorge Juan, Celestino Mutis, Josefa Amar o Francisco de Goya fueron algunos de los ilustrados más célebres

Y si Jorge Juan embarcó su saber, el gaditano y sacerdote Celestino Mutis -aquel que aparecía timbrado en los billetes rojos de dos mil pesetas- lo amarró a tierra: elaboró el herbario más generoso de cuantos tuvimos, con cerca de veinte mil plantas herborizadas y más de seis mil ilustraciones.

Si acaso hubiese que hacer un ranking, la gloria, siempre tan disputada, quizá se la llevase el alicantino Francisco Javier Balmis, médico militar encargado de la expedición que llevó la vacuna contra la viruela a las entonces posesiones españolas de América y Filipinas. O, quizá, el oro fuese para los hermanos Juan José y Fausto Elhuyar, a quienes el mundo les debe el descubrimiento del wolframio, indispensable para las bombillas de incandescencia y utilizado actualmente para trabajos de soldadura, en maquinarias industriales y reactores nucleares.

Hubo otros ilustres, con sus méritos aclamados: Jerónimo de Ustáriz, que escribió Theórica y Práctica de Comercio y Marina, Pablo Olavide, a quien Voltaire califica como «el español que sabe pensar», el poeta y jurista Juan Meléndez Valdés, el escritor José Caldalso, el científico Antonio José de Cavanilles, la intelectual Josefa Amar o el pintor Francisco de Goya.
Con retrospectiva tuvimos una modesta y breve modernidad. La Revolución Francesa, con la que culminó la Ilustración, replegó los nuevos aires de cambio en un país como el nuestro, ya reacio de partida, y acabó por apagar la luz.

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