Ciudades

¿Existe la ciudad ideal?

Son muchos los filósofos, arquitectos, políticos o artistas que se han atrevido a soñar con esas urbes utópicas en las que el ser humano pudiera encontrar no solo la felicidad, sino también la inspiración para realizarse.

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07
agosto
2020

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Ciudades como lugar en el que las personas sean felices: han sido muchos los filósofos, arquitectos, políticos y artistas que han condensado sus deseos y conocimientos para hacer esta premisa posible. Desde la República que ideara Platón –una ciudad geométricamente perfecta y políticamente impecable y organizada– hasta la Nueva Jerusalén de Hartmann Schedel –donde lo urbano se disponía entorno a lo sagrado: el templo–, pasando por Tomás Moro y su Utopía –una ciudad sin muros ni propiedad privada–, o la Ciudad del Sol de Campanella – fundada en la concordia y el amor–, hasta las Construcciones para una metrópoli moderna de Chiattone –una urbe vertical alumbrada en la pureza y resuelta por el desafío tecnológico–. Pero una de las propuestas más estimulantes fue la de los falansterios, ideada por el socialista utópico Fourier en el XVIII y basada en un sistema igualitario de carácter agrícola, en el que cada cual trabajaría de acuerdo con sus pasiones, libres de propiedad privada.

Cada falansterio alojaría a unas cuatrocientas familias, alrededor de mil ochocientas personas. El espacio central se dedicaría a funciones públicas (comedores, salas de estudio, asambleas) y una de las alas se destinaría a trabajos especializados (carpintería, cocinas, telares). Cuenta con jardines, teatro, iglesia, establos… Las casas serían colectivas para favorecer las relaciones afectivas. En la localidad francesa de Guisa se erigió uno de estos falansterios, denominado Familisterio, entre 1859 y 1876. Hubo también un intento de construir uno en España, cerca de Jerez de la Frontera, promovido por Joaquín Abreu. Pero fue en norteamérica donde se abrieron medio centenar de ellos, siendo el más importante el de North American Phalanx (Nueva Jersey), engullido por un incendio. En Argentina, encontramos la colonia Hugues, abierta en 1857, integrada por más de quinientos inmigrantes suizos, saboyanos y alemanes.

Contemporáneo de Fourier, fue Richard Owen, quien, al contraer matrimonio, se convirtió en copropietario de una fábrica escocesa en New Lanark. A su alrededor organizó una colonia industrial en la que el trabajo era la medida de todos los intercambios: se creó un mercado interno dentro del propio entramado productivo, en el que los trabajadores no solo fueran instrumentos de producción, sino consumidores de los bienes que producían. Los planes de Owen radicaban en alojar a unas mil doscientas personas en unas ochocientas hectáreas en una estructura con forma de cuadrilátero en la que los espacios verdes y la educación cobrasen especial importancia. En 1825, Owen inauguró su propio modelo de ciudad en el estado de Indiana (Estados Unidos), aunque también fracasó.

Muchos arquitectos se han inspirado en ciudades utópicas para diseñar sus planes urbanos

Más moderna es la Nueva Babilonia, ciudad ideada por el artista holandés Constant Nieuwenhuys, una urbe inspirada en el nomadismo y en la forma de vida de los gitanos. Trabajó casi veinte años en este proyecto, entre 1956 y 1974, que resultó ser un inmenso laberinto en el que es imposible perderse: solo abrir nuevos caminos que conecten con los ya existentes. En este modelo de ciudades, la propiedad de la tierra sería colectiva, el trabajo estaría realizado por robots y las personas podrían dedicar su tiempo a aquello que les hiciera sentirse realizados. En definitiva, nos hallamos ante una ciudad lúdica.

Más oníricas son las propuestas por Italo Calvino en su libro Ciudades Invisibles –epigrama, por cierto, del nombre del italiano–. En él encontramos una serie de urbes con nombre de mujer como, por ejemplo, la ciudad de Cloe. En esta, las personas no se conocen entre ellas, pero cuando se encuentran o cruzan, se imaginan cientos de cosas las unas sobre las otras –cómo serían sus caricias, sus deseos, sus miedos–, sin mediar palabra.

Pero estos intentos de imaginar la ciudad idea no fueron en vano. Arquitectos como Le Corbusier se inspiran en Fourier, por ejemplo, y en sus estructuras colectivas, sus instalaciones centralizadas, la circulación en la planta baja y cierta unidad de vivienda o ese espacio mínimo que ha de tener cada persona. El proyecto Cúpula sobre Manhattan que ideara Richard Buckminster en 1950 en un delicioso delirio obsesionado con mejorar la calidad ambiental; la Ciudad flotante de Paul Maymont, que dispone la ciudad de Tokio sobre espacios inimaginables; o la propuesta Plug-in-City, del grupo Archigram, que plantea la posibilidad de que la ciudad sea un organismo en constante estado de mutación… todos son algunos de los planes urbanos que recogen, de un modo u otro, algunos de esos sueños de quienes fueron en su momento tildados de ilusos.  Al fin y al cabo, a nadie se le escapa que las estructuras, la memoria, el deseo, los trueques, la calidad del paisaje, los nombres, los parajes escondidos y los modos de relacionarse son los ejes de los que depende que la ciudad sea más o menos habitable.

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