Siglo XXI

Inteligencia art(e)ficial

Aunque la ciencia ficción nos haya intentado convencer de lo contrario, la tecnología todavía tiene algunos límites: por mucho que la inteligencia artificial se cuele hasta en los más íntimos rincones de nuestra vida, la complejidad del proceso creativo hace del arte uno de los últimos reductos exclusivos para la mente humana… al menos de momento.

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01
julio
2020

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«Imagina que eres un explorador llegado a la Tierra del espacio exterior. Desconoces por completo el planeta, pero empiezas a observar a los humanos –sus costumbres y rituales y, sobre todo, sus mitos– con la esperanza de encontrar un patrón en su comportamiento. Pronto te das cuenta de que en todas las lenguas existe una palabra cuyo significado se te escapa. Cada sociedad la interpreta de una manera diferente, pero en todas se encuentra a medio camino entre los mitos y la ciencia: arte». Según el profesor y crítico artístico Thierry de Duve, los alienígenas podrían entender casi todo de nuestra especie, pero este concepto les dejaría perplejos. En su libro Kant after Duchamp, el belga lo sitúa como el lugar donde se encuentran y entienden la creatividad y la ciencia: la expresión artística es una extremidad humana tan necesaria como el saber científico, dos partes de un mismo todo que, en demasiadas ocasiones, se ven forzadas a vivir separadas, sin llegar a coincidir en el tiempo. Aunque eso es solo una apariencia y una no puede existir sin la otra. Al fin y al cabo, el largo camino hasta llegar a cada nuevo descubrimiento científico o avance tecnológico no puede recorrerse sin creatividad.

La agencia espacial estadounidense (NASA) aúna en grupos mixtos a científicos, humanistas y artistas que trabajan juntos para imaginar cómo será ese Marte en el que aterrizarán sus róveres. Google también combina programación, inteligencia artificial (IA) y humanismo en su carrera por liderar la revolución digital y crear, por ejemplo, grandes museos en línea a los que acceder sin necesidad de viajar por medio mundo. «El arte es la única disciplina que verdaderamente se adelanta, es vanguardista, visionaria y realmente rompe las estructuras que conocemos. Te permite imaginar y encontrar soluciones, por eso, hace 500 años Da Vinci la explotó a la hora de inventar. Ahora no podemos hacer nada que no sea fusionarla con la neurociencia o con la inteligencia artificial para seguir explorando los límites de nuestra creatividad». La periodista cultural argentina Mercedes Ezquiaga se muestra convencida de que esta última nos abre nuevos caminos que explorar, razón que le llevó a escribir Será del arte el futuro, el primer libro en español coescrito con una tecnología que une literatura e inteligencia artificial.

Si el arte es la constante que une a las civilizaciones que han pasado por la historia, la inteligencia artificial se ha convertido en la próxima obsesión humana. Kai-Fu Lee, en Superpotencias de la inteligencia artificial, nos alerta de que, por desgracia, es inútil intentar entender el mañana de la IA: «Todos estamos llenos de preguntas sin respuesta, tratando de asomarnos al futuro con una mezcla de asombro infantil y preocupación de adulto. Nadie tiene una bola de cristal que pueda revelarnos las respuestas».

Pablo Gervás: «Debemos entender cómo funcionan los procesos creativos para mejorarlos en las personas»

Mientras para algunos se trata de un futuro esperanzador, para otros es más bien apocalíptico. La compositora canadiense Gimes, neurocientífica de formación, advertía a finales del año pasado en el podcast de la MTV Mindscape que estamos viviendo los últimos años del arte hecho por humanos: «En cuanto la inteligencia artificial general (AGI) esté más desarrollada, será capaz de crear mucho mejor que nosotros». Sin embargo, la mayoría de los científicos y artistas que exploran este campo aseguran que el futuro distópico del que habla la canadiense nunca llegará a suceder. Yves Bergquist, de la Universidad del Sur de California, asegura que nos encontramos a años luz de esa realidad alternativa. «La gente que imagina un mañana así no sabe de lo que habla. La inteligencia artificial nunca será lo suficientemente inteligente como para crear de manera tan compleja como el cerebro humano», explica tras años explorando e implementando este tipo de tecnología en la industria del cine. Lo que sí puede hacer, asegura, es guiar a los guionistas de Hollywood a la hora de escribir, por ejemplo, recomendando patrones o analizando los gustos de la audiencia para dar vida a personajes más complejos y cercanos a la gente.

Como Bergquist o Ezquiaga, cientos de creadores intentan ir más allá del prisma de la ciencia ficción e imaginar qué nos deparará un concepto aparentemente futurista que, en realidad, no lo es tanto. Músicos, escritores, compositores, pintores, escultores, coreógrafos y cineastas llevan décadas utilizando la tecnología de la que se disponía en uno u otro momento histórico para crear. Marnie Benney, comisaria de arte y cofundadora de AIArtists.org, la primera comunidad internacional de artistas que utilizan la inteligencia artificial en sus obras, explica que el patrón es simple. «Los creadores están utilizando el aprendizaje automático dentro de la IA como una técnica más para explorar su propia creatividad y a la humanidad en general. Antes había que dominar la resina o el trazado con pincel, ahora toca explorar la inteligencia artificial como medio de creación», afirma.

Hoy utilizamos la tecnología, los datos y los algoritmos para prácticamente todo, incluso para crear, al igual que Rembrandt usaba los pinceles. En el campo de la música, un compositor puede utilizarla para llevar su propia capacidad de improvisación al límite más extremo. Es el caso del británico Reeps One, que se vale de una inteligencia artificial que le imita para ahondar en su técnica de beatboxing. «Es una forma de potenciar la creatividad y la inspiración, porque te obliga a mantener un diálogo con algo que se parece a ti, pero que no siempre responde como tú lo harías», cuenta. Benney, por su parte, utiliza este ejemplo para ilustrar la forma en que los artistas pueden colaborar con la inteligencia artificial para explorar y desafíar su propia capacidad creativa, para plantear nuevas formas de ver (y entender) el mundo.

La autoría del arte ¿artificial?

Este uso de la tecnología al servicio del arte había pasado desapercibido hasta que, en 2018, un comprador anónimo lo puso sobre la mesa en una de las pujas de Christie’s. El cuadro Retrato de Edmond de Belamy, creado por el colectivo francés Obvious, batió récords mundiales al convertirse en la primera obra generada por inteligencia artificial en ser subastada. Se vendió por 435.500 dólares, pero, independientemente de su precio, ¿puede un algoritmo atribuirse la autoría de una obra? Marta Suárez-Mansilla, vicepresidenta de la Asociación de Derecho del Arte (ADA), explica que, hasta el momento, ninguna ley de propiedad intelectual contempla la autoría de ningún ente no humano. Por mucho que una computadora –o, incluso, un robot– haya creado un pro- ducto, «no deja de ser resultado de una programación y de una alimentación, una selección de imágenes hecha conscientemente por una o varias personas que han decidido crear esa obra», como recuerda la abogada. Por eso, puntualiza, en sí misma, la inteligencia artificial no debería suponer un problema de autoría: siempre habrá un ser humano detrás. En el caso del Belamy, lo que hay es un colectivo artístico; y en otros casos, un equipo de programadores. «Cuando hablamos de estas nuevas modalidades de cocreación tenemos que fijarnos en lo que ya existe, por ejemplo, en el cine, donde se entiende que una obra tiene varios creadores y no pertenece solo a los productores, ni al director, ni a los guionistas», explica Suárez-Mansilla.

Yves Bergquist: «La IA nunca será lo suficientemente inteligente como para crear de manera tan compleja como el cerebro humano»

Ni androides que intentan recrear las emociones humanas, ni máquinas en las que se despierta una conciencia superior y dominan a la humanidad, ni tecnología capaz de crear como una persona. La inteligencia artificial lleva entre nosotros desde hace décadas, pero convivimos con ella sin apenas darnos cuenta. Cuando en 1997, Larry Page y Sergey Brin desarrollaron el motor de búsqueda de Google estaban creando, ni más ni menos, inteligencia artificial. Ahora, más de veinte años después, no sería más que informática avanzada. Pablo Gervás Gómez-Navarro, catedrático de Creatividad Computacional de la Universidad Complutense de Madrid, usa ese ejemplo para despertar a todos aquellos que sueñan con un mundo repleto de robots superinteligentes y recordarles que la tecnología solo es capaz de hacer aquellas tareas para las que la programamos.

«Hay una tendencia a confundir el concepto que vemos en la ciencia ficción y la disciplina científica. La IA consiste en hacer programas informáticos capaces de llevar a cabo tareas que se parecen a algunas de las cosas que hace la mente humana. Hablamos de software como el Photoshop o el Word, pero si la sacas de ahí no sabe hacer nada», explica. Para tranquilizar a los que se alarman por el avance de la tecnología, el experto pone el foco en cómo funciona el mercado: «Solo se programa para realizar acciones que generan una compensación económica, y replicar los sentimientos humanos, por el momento, no la tiene. Lo que pasa con el arte es que nos interesa entender cómo funcionan los procesos creativos para poder mejorarlos en las personas».

De la misma manera que sigue habiendo compositores que usan lápiz, papel y su instrumento, los habrá que apuesten por la inteligencia artificial. Antes de la irrupción del coronavirus en escena, la revolución tecnológica ya lo estaba cambiando todo y, pese a la pandemia, todo apunta a que la transformación seguirá su curso. Durante estos días difíciles, la creación y el arte son una oportunidad y una vía de escape ante el precipicio de incertidumbre que se abre ante nuestros pies. Tal vez, como pronosticaran los R.E.M. hace décadas, sea el fin del mundo tal y como lo conocemos, pero ¿quién ha dicho que no podamos sacarle, al menos, partido creativo?

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