El centenario de Rosalind Franklin y el efecto ‘Matilda’
El trabajo de esta química británica fue clave para determinar la estructura del ADN, un descubrimiento merecedor de un Premio Nobel. Sin embargo, sus aportaciones fueron largo tiempo olvidadas.
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El pasado sábado 25 de julio se cumplieron 100 años del nacimiento de la científica Rosalind Franklin. La casa de la moneda de Reino Unido lanza una de 50 peniques para conmemorar su famosa Fotografía 51, una evidencia que fue trascendental para identificar la estructura del ADN. Esta fotografía está rodeada de controversia y del denominado efecto Matilda. A lo largo de la historia muchas científicas han visto cómo sus trabajos se atribuían a hombres o eran invisibilizadas en los grandes descubrimientos. El nombre de este efecto tiene su origen en el efecto Mateo, que recibe su nombre por el apóstol en cuyo Evangelio aparece la parábola de los talentos: «Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene». (Mateo 25: 14-30).
El sociólogo Robert King Merton tomó las palabras de Mateo para hacer referencia a la concentración de mejores puestos de trabajo, financiación y premios en manos de aquellos investigadores que ya han alcanzado reconocimiento. Es decir, que hacen sombra sobre todo lo que tienen a su alrededor y se comen la luz del resto como si de agujeros negros se tratara. Fue muy curioso que el propio Merton sirviera de ejemplo del efecto Mateo: el concepto lo desarrolló junto a Harriet Zuckerman, pero sospechosamente el nombre de esta última no apareció en el artículo donde se publicó. Años más tarde se casó con ella y reconoció la coautoría.
Rossiter cambió el nombre a efecto Matilda para recordar que las mujeres somos más proclives a sufrirlo
Aquí es cuando entra en juego la historiadora Margaret Rossiter, que cambió el nombre de Mateo a Matilda (en homenaje a la activista Matilda J. Gage) para recordar que las mujeres somos más proclives a sufrirlo. No hay más que ver estudios como el de los Institutos Canadienses de Investigación en Salud, Are gender gaps due to evaluations of the applicant or the science?, que muestra cómo las investigadoras reciben menos financiación y becas a modo de pescadilla que se muerde la cola. Si consigues más dinero, atraes más talento, lo que te lleva a conseguir más dinero.
¿Qué tiene esto que ver con nuestra protagonista? Rosalind Franklin es un ejemplo de libro del efecto Matilda. Participó en el descubrimiento de la estructura del ADN en 1953, pero Francis Crick y James Watson solo la citaban en el último párrafo de su artículo en Nature con su propuesta de estructura para el ADN: «Hemos sido estimulados por el conocimiento de la naturaleza general de resultados experimentales no publicados y las ideas de Wilkins, Franklin y sus colaboradores».
De hecho, hay todo un culebrón tras esta historia porque Nature publicó tres artículos bajo el único título de Estructura molecular de los ácidos nucleicos. El primero, firmado por Crick y Watson, es la estrella de la revelación del descubrimiento científico, la estructura del ADN. El segundo es de Maurice Wilkins. El tercero, de Rosalind Franklin.
Y aquí es donde viene la polémica: Wilkins, a espaldas de Franklin, le había enseñado a Watson las fotos decisivas que esta había obtenido (la famosa Fotografía 51) y cuyos resultados aún no había publicado. Esa era la pieza esencial del rompecabezas que les faltaba a Watson y Crick. Aún así, todo quedó en un escueto agradecimiento a pie de página.
Franklin fue una investigadora incansable que hizo importantes avances en la ciencia del carbón y el carbono
Esto solo es una pequeña parte del legado de Franklin. Fue una investigadora incansable que hizo importantes avances en la ciencia del carbón y el carbono, y se convirtió en experta en el estudio de virus que causan enfermedades en plantas y seres humanos.
En 1956 le diagnosticaron cáncer de ovario y falleció dos años después con tan solo 37 años. Tras su muerte, sus colaboradores Aaron Klug y John Finch publicaron la estructura del poliovirus, dedicando el artículo a su memoria. Klug sería galardonado con el premio Nobel de Química de 1982 por su trabajo para dilucidar la estructura de los virus.
Watson, Crick y Wilkins también recibieron el premio Nobel en 1962 (este nunca es entregado de manera póstuma y no puede ser recibido por más de tres personas), pero no se dignaron a darle la visibilidad que merecía. Tuvieron que pasar varios años para que reconocieran la importante aportación de Franklin a través de las imágenes tomadas con la técnica de difracción de rayos X.
Como vemos, fue cediendo (y a veces le arrebataron) su luz y visibilidad para que otros recibieran el reconocimiento. El tiempo se ha encargado de devolverle el foco y gracias a la máxima de que el avance científico reposa en hombros de gigantes, muchos investigadores hoy en día pueden usar herramientas como la secuenciación de ADN y la cristalografía de rayos X para investigar virus como el SARS-CoV-2.
En el centro de la lápida de Rosalind Franklin, en el cementerio judío Willesden de Londres, está la palabra científica, seguida de la frase: «Su investigación y descubrimientos sobre virus siguen siendo de beneficio duradero para la humanidad». Gracias por tanto.
Lorena Fernández Álvarez, directora de Identidad Digital, Universidad de Deusto. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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