Cultura

El placer de la nostalgia o por qué el vinilo arrasa en la era digital

Los vinilos representan casi un 4% de las ventas totales de la industria. Ante el reinado de la prisa y del ‘modo aleatorio’, sus devotos defienden el formato como una rebeldía nostálgica que exige poner atención plena al ritual de escucha y disfrute de la música: una canción nunca podrá ser interrumpida por el sonido de una notificación.

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26
febrero
2020

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Hace apenas dos años, las ventas de reproducción de música en streaming –con aplicaciones como Spotify, Deezer o Apple Music– superó por primera vez a las físicas y a las descargas. Por menos de lo que cuesta un décimo de lotería, por ejemplo, cualquiera puede escuchar millones de canciones de forma ilimitada. Entre los que se maravillan ante las posibilidad de tener tal cantidad de contenidos a su disposición en la palma de la mano y los que lo consideran una suerte de bulimia musical, los datos apuntan que también vuelven los clásicos y, en paralelo al auge de este tipo de aplicaciones, ha ido la resurrección del vinilo. El anatema: un soporte analógico, con un límite de temas y sin posibilidad de saltarse ninguno a golpe de mando a distancia.

Hoy, este soporte representa ya el 3,7% de las ventas totales de la industria –o, lo que es lo mismo, unos ingresos de más de seiscientos millones de dólares–, razón por la que las grandes discográficas están apostando por resucitarlo. De hecho, veinte años después de echar el cierre, Sony decidió reabrir su oficina de grabación en este formato debido a la tendencia al alza que indicaban los análisis de mercado. Se trata además de unas cifras escurridizas, ya que a nadie se le escapa que existe un intercambio al margen de las cifras oficiales y que se produce en innumerables puntos de venta tradicionales, ferias para melómanos, mercadillos populares y todo tipo de tiendas vintage. Mientras Estados Unidos, Reino Unido y Alemania son los países donde la vuelta del vinilo ha sido más notable, en España se vendieron oficialmente setecientas mil copias solo el año pasado, según datos de la Federación Internacional de la Industria Fonográfica.

Que el vinilo se abra paso en plena era tecnológica de las reproducciones infinitas en modo aleatorio puede parecer, de primeras, una paradoja. Sin embargo, sus más fieles defensores explican que elegir este formato tiene mucho que ver con una cuestión de fondo relacionada con que los discos se tocan, se sienten, tienen entidad frente a lo etéreo e invisible que sucede al darle al play en el teléfono o el ordenador. Encender el tocadiscos tiene una parte de ritual en el que intervienen el sentido del tacto y del oído: el roce de la aguja en el surco despierta un territorio simbólico difícil de explicar, al que uno se entrega sin reservas, como cuando contempla una imagen en blanco y negro.

Veinte años después de bajar la persiana, Sony decidió reabrir su oficina de grabación en vinilo debido a la tendencia al alza del mercado

Por ejemplo, para conmemorar su quincuagésimo aniversario, en 2017 se reeditó unos de los discos más vendidos de la historia musical el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de los Beatles. Solo en Estados Unidos se compraron más de setenta mil copias. El poder estético y el gancho de la multitudinaria fotografía que preside el LP también fue un reclamo para los coleccionistas, aunque es algo que no solamente sucede con los icónicos músicos de Liverpool: las portadas brindan la oportunidad de tener una pequeña obra de arte en la estantería de casa, más grande y sin el armazón plástico de los CDs. Artistas como Warhol, Basquiat, Dalí o Ceesepe son algunos artistas contemporáneos que pusieron su arte al servicio de la música. Incluso Nazario, nuestro dibujante de cómic bizarro, a quien Lou Reed le robó un un dibujo para su vinilo Take no prisioners. Y, entre ellos, miles de pintores y fotógrafos de nombres no tan conocidos que han firmado portadas tan icónicas como las de Deep Purple, Iron Maiden o Joy Division, que se han convertido en verdaderos referentes artísticos de la cultura popular.

Que el vinilo suene mejor que el soporte digital es harina de otro costal. Depende de la calidad del máster, del equipo en el que se escuche, del estado de conservación del propio disco… Es cierto que, al contrario que el CD o el sonido digital, el surco físico registra absolutamente toda la información sonora del acontecimiento musical y que excede la respuesta en frecuencia de un CD, lo que le permite reproducir frecuencias que nuestro oído no distingue pero sí percibe. Eso sí, frente a la escucha de música en un dispositivo digital, el vinilo nunca será interrumpido por el sonido de notificación alguna, una garantía de paz que, para muchos, ya supone un valor añadido con el que es difícil competir.

Dejando a un lado el debate sobre sus posibilidades sonoras, es cierto que también hay algo de moda en este revival, y algo de nostalgia por el ritual que exige. Aunque quizá la opción de la aguja tenga que ver, además, con un concepto de vivir más despacio, sin prisas. En un tiempo en el que todo es velocidad y nos exigimos vivir sin pausas, no podemos sentarnos a escuchar un disco si disponemos de diez minutos. El vinilo requiere atención y escucha. Requiere tiempo. Y cierta actitud melancólica que repare la fugacidad de un presente que se escapa, tan lábil y tan líquido, como diría Bauman.

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