Cultura

Cuando la naturaleza suena… y hasta baila

Los sonidos de la naturaleza se han colado en infinidad de obras a lo largo de la historia de forma más o menos sutil, y no solo en las piezas de música clásica: el rock, el pop, la electrónica y hasta la cumbia han encontrado en ellos un recurso que emplear en sus ‘temazos’. 

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22
agosto
2019

«¡Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido!», escribía el poeta Fray Luis de León en su Oda a la vida retirada allá por el siglo XVI. Aunque poco se pueda cuestionar la máxima de este asceta, a veces, buscando el silencio, es cuando encontramos el verdadero sonido del mundo. Escritores, pintores y músicos se han refugiado en la naturaleza para perseguir material e inspiración para sus obras. En el último caso, algunos artistas se han fijado tanto en cómo suena la Tierra que hasta se pueden reconocer sus ecos en las piezas musicales.

El rumor del viento entre las ramas de los árboles del bosque, el canto de los pájaros y demás fauna silvestre, el murmullo de las olas, la lluvia, los crujidos del suelo… Los sonidos de la naturaleza se han colado en infinidad de obras a lo largo de la historia de la música de forma más o menos sutil. Y no, no solamente lo han hecho en las reconocibles piezas de música clásica o en los temas instrumentales que pueblan las listas que más se escuchan para estudiar o como soniquete de fondo en las cafeterías más tranquilas. El rock, el pop, la electrónica y hasta la cumbia han encontrado en la imitación de la naturaleza un recurso que emplear en sus temazos. 

Pajaritos por aquí

Los sonidos de las aves han sido la música de la naturaleza desde los albores de la historia, así que no es de extrañar que sean uno de los recursos preferidos a la hora de imitar cómo suena la Tierra. Hace apenas unas semanas, Björk –una de las voces más carismáticas de los años noventa–, anunciaba la reedición de su álbum Utopía (2017). Algo que podría pasar desapercibido para aquellos no especialmente fans de la extravagante artista islandesa se convertía en noticia en los medios especializados. ¿El motivo? Esta edición especial irá acompañada de un set de flautas (catorce, una por cada canción) para llamar a los pájaros. No en vano, el disco alterna cantos de diversas aves con los sintetizadores y experimentos electrónicos que han caracterizado la música de Björk durante los últimos veinte años. Además de los reclamos, quienes decidan hacerse con este set –que estará a la venta el 1 de noviembre al ‘módico’ precio de 500 libras– también se llevarán una buena cantidad de material extra que incluye remixes, centenares de fotos de la artista y vídeo-tutoriales para llamar a los pájaros, por si solo con las flautas no fuera suficiente.

Pero las aves no son solamente recursos para experimentos más o menos transgresores como los de Björk o para imitar sus trinos y elaborar melodías pegadizas. Sus cantos han servido de inspiración para propuestas más bailables como las de Sushupe –nombre tras el que se encuentra la DJ peruana Úrsula Talavera, una de las revelaciones de la escena underground de Lima–, que ha basado en este tipo de sonidos su EP Taricaya (2017). En él mezcla la cumbia y la electrónica con sonidos tradicionales provenientes del folclore peruano. Se traduce en unos hipnóticos ritmos de la selva, como se puede escuchar en temas como Oropéndola o Amazónica, llenos de ritmo y colores musicales.

Experimentos ambientales y electrónicos

La música electrónica y experimental es, de hecho, una de las más aficionadas a incluir los sonidos de la naturaleza. Desde las propuestas vanguardistas de Mike Olfield a los de Jean-Michel Jarre, centenares de artistas han empleado sonidos de fenómenos meteorológicos y otros elementos del entorno para recrear atmósferas relajantes, asfixiantes o incluso evocar a lugares geográficos concretos, desde un bosque hasta el fondo del océano.

Por ejemplo –aunque alejados de la electrónica–, dos músicos islandeses, Sigur Rós y Ólafur Arnalds, se han valido en numerosas ocasiones de este tipo de recurso para transportar a sus seguidores hasta su pequeña isla volcánica y sumergirlos en su peculiar clima. Con propuestas artísticas muy diferentes, ambos han incluido referencias de la música tradicional de Islandia hasta crear piezas que logran transmitir a quien las escucha la impresionante riqueza natural del país del hielo infinito.

Tampoco es un secreto que la naturaleza ha sido una fuente de inspiración constante para Thom Yorke, que ha encontrado en el entorno natural un recurso para sus letras como para las bases de sus propuestas más experimentales. Además, el líder de Radiohead se ha posicionado como un activista por los derechos medioambientales que el año pasado lanzaba, junto a Greenpeace, un tema llamado Hands off the Antarctic para protestar por los efectos que el calentamiento global tienen en los polos.

En los trabajos de otras formaciones de música instrumental y experimental también se pueden reconocer sonidos que evocan a la naturaleza, en ocasiones de forma explícita y en otras más veladamente. Nombres como Caribou, Four Tet, God is and Astronaut, If These Trees Could Talk, MONO o Explosions in The Sky son algunos de los artistas y grupos que suman un buen número de títulos con inspiración y alusiones frecuentes a los sonidos de bosques y océanos.

Una naturaleza sinfónica

Aunque las propuestas experimentales basadas en la electrónica sean de las opciones más vanguardistas del momento, no son ni mucho menos las primeras en volver sus ojos a la naturaleza. Varios siglos atrás, los compositores que ahora englobamos en el cajón de sastre de la gigante etiqueta ‘música clásica’ ya emplearon sus instrumentos para recrear atmósferas más bucólicas llenas de montañas, ríos y un buen número de  animales del bosque.

Desde las piezas que componen Las cuatro estaciones de Vivaldi hasta la polémica La Consagración de la Primavera de Stravinski, pasando por la reconocible La mañana –utilizada hasta la saciedad en anuncios, escenas y vídeos hablando del campo– del poema sinfónico Peer Gynt de Edvard Grieg, por el descriptivo Moldava de Smetana o por Los murmullos del bosque de Wagner, centenares de músicos han plasmado en sus partituras los diferentes paisajes del mundo.

No obstante, además de describir con pericia el entorno de sus países o lugares preferidos, muchos de ellos dieron un paso más allá y se atrevieron a imitar a la naturaleza e incluso a contar historias con ellas. Para ello, los animales ocupan un lugar privilegiado dentro de las creaciones musicales más cultas. ¿Quién no intentó, en clase de música, distinguir a los personajes del cuento popular Pedro y el lobo en la magnífica composición de Prokófiev? ¿Y quién no recrea cómo desfilan los gallos, las tortugas, los elefantes o todo un festival de criaturas marinas en El carnaval de los animales de Camille Saint-Saëns –que, además, por si nuestra imaginación falla, pudimos ver ilustrado por Disney en la alabada Fantasía–? El Vuelo del moscardón de Rimsky-Korsákov, el Catálogo de pájaros de Oliver Messiaen… Las muestras del poder (y del talento) de los músicos para ponerle notas son casi tan infinitas como la propia naturaleza.

Del Blackbird de los Beatles –o de toda la granja que puede escucharse en su Good morning, Good morning– al Paseo por el parque de Los Planetas, sin olvidar las millones de referencias a los bosques, la naturaleza, el viento y la lluvia de los títulos de las canciones pop y rock, configurar una lista de temas inspirados por la naturaleza se antoja una tarea titánica e interminable. Eso sí, quien se lance a la aventura tendrá por delante la oportunidad única de aprender a ver la riqueza del planeta con sus ojos… y con sus oídos.

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