Economía

¿Y si hablamos (otra vez) de la renta básica universal?

¿Es la renta básica universal una propuesta justa? ¿Y necesaria? Realmente, ¿se trata de una buena herramienta para acabar con la pobreza? ¿Salen todos ganando?

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04
octubre
2017

Finlandia ha sido la última en desarrollar un programa experimental para analizar los efectos de la renta básica universal. Desde el 1 de enero de 2017, la institución de la Seguridad Social Kela transfiere 560 euros mensuales a 2.000 personas desempleadas con edades comprendidas entre los 25 y los 58 años. Una prueba piloto que se extenderá durante dos años.

Los primeros resultados tras estos ocho meses parecen positivos. Por el momento, la cuantía (relativamente pequeña) no ha desincentivado la búsqueda de trabajo y muchas de las personas receptoras de la prestación y que pasan por situaciones complejas han visto sus niveles de estrés reducidos. «La idea es darles una seguridad financiera para que puedan librar sus metas sin preocuparse por el tiempo, por el dinero y por las necesidades básicas», explica Marjukka Turunen, directora de gestión de cambios de Kela, apelando a la razón de ser de la renta básica universal.

Se la resume en tres letras, RBU, si bien es un concepto enormemente complejo, que traspasa fronteras geográficas e ideológicas y que da cabida a todo tipo de matices. No es una propuesta, ni mucho menos, reciente; lleva más de cuatro décadas sobre la mesa. Pero el siglo XXI ha acelerado los acontecimientos: la destrucción de la clase media, el aumento de las desigualdades sociales y la automatización del empleo urgen hacer un diagnóstico completo sobre el funcionamiento de nuestro modelo de bienestar.

Emilio Ontiveros: «El problema no es tanto de la distribución de la riqueza como de la redistribución de la renta»

Desde Canadá a las grandes ciudades asiáticas, desde Estados Unidos al Viejo Continente, cada vez más expertos están abordando las ventajas e inconvenientes de esta medida de asignación monetaria incondicional a toda la población. Incondicional, así es: recibida con el único requisito de existir como miembro de la ciudadanía. Sin discriminación por origen, etnia, nivel de ingresos o contexto sociofamiliar. No es de extrañar que su simple planteamiento levante resistencias a todos los niveles: económico, político, filosófico y moral. ¿Es justa la propuesta de la RBU? ¿Y necesaria? Realmente, ¿se trata de una buena herramienta para acabar con la pobreza? ¿Salen todos ganando?

«La premisa de la que hay que partir es que, con independencia de la automatización que viene, el problema no es tanto de la distribución de la riqueza como de la redistribución de la renta», explica a Ethic Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales. «Debería ser una prioridad básica de todos los gobiernos considerar la política fiscal para que cumpla sus efectos redistributivos. Las secuelas de una distribución regresiva ya las vemos», sostiene.

Una reforma fiscal profunda

La implantación de una renta básica universal exige, al fin y al cabo, una redefinición amplia de la política económica, esto es, debe ir acompañada de otras medidas de índole fiscal. Así lo reconoce la OCDE en un estudio reciente, en el que dibuja cuatro posibles escenarios de futuro en Reino Unido, Italia, Finlandia y Francia, y saca una conclusión común a todos ellos: «Sin más impuestos, una renta básica sin impacto en el presupuesto estaría muy lejos de erradicar la pobreza, y una renta básica que alcanzase el umbral de la pobreza sería muy cara». Es decir, tendría un efecto muy negativo entre las capas más bajas de la sociedad, si bien pudiese beneficiar a las familias con ingresos medios.

Manuel Alejandro Hidalgo, doctor en Economía en la Universidad Pompeu Fabra, también incide en este punto: «Desde hace ya un tiempo, se ha venido observando que el peso de las rentas salariales en el total del valor añadido bruto –algo así como el volumen total de las rentas repartidas por la actividad económica– ha menguado». El experto advierte de la necesidad de definir todo el sistema impositivo y propone establecer un crédito fiscal. «Esa sería la medida más quirúrgica, la que iría a la raíz de los problemas. Lo demás sería matar moscas a cañonazos».

«No es de justicia extender esa renta a todos, también a los que tenemos rentas suficientes. Hay que revisar la condicionalidad, no creo que la renta básica deba llevar la coletilla de universal. La renta básica no debería marginar la consideración de otros mecanismos de compensación», opina Ontiveros. «Está claro que el debate se debe plantear, pero independientemente de la oleada de robotización del empleo. Vincular exclusivamente los mecanismos de redistribución de la renta a la mecanización del empleo no es suficiente», continúa.

José Antonio Pérez: «La renta básica no es una ayuda sino un ingreso, que es muy distinto»

El analista José Antonio (Cive) Pérez, por su parte, respalda la universalidad de la renta básica en su libro Renta Básica Universal. La peor de las soluciones a excepción de las demás. «Las ayudas y subsidios actuales están sujetos a condiciones, es decir, primero tienen que definirte o demostrar que eres pobre, algo que hoy no debería ser necesario porque supone una indignidad y esconde el requisito de desnudarse ante la administración. Además, al tratarse de ayudas condicionadas, se confiere un poder o dominio a la Administración sobre el ciudadano. Automáticamente surge la sospecha de este me está engañando, e incluso se podría prestar a que le engañara. Si ponemos una fuente pública en la Gran Vía, podrá beber quien quiera sin condiciones, y ese sería el principio de la incondicionalidad. La renta básica no es una ayuda sino un ingreso, que es muy distinto. Una ayuda supone que alguien está imposibilitado para hacer algo y necesita ser ayudado, mientras que la RBU es un ingreso, una renta a los ciudadanos», argumenta.

Por muchas pruebas piloto que se hayan llevado a cabo (en casos muy limitados), ningún país la ha implantado a escala nacional ni según los planteamientos exactos que esgrimen sus defensores. La financiación es la pregunta del millón, y el punto de mayor desencuentro entre expertos. Según los cálculos recogidos por el servicio de estudios del BBVA, la renta básica universal tendría un coste neto anual de 187.870 millones de euros, el equivalente al 17,5% del PIB español.

El aumento de presión fiscal necesario para financiar este coste tendría un impacto «muy significativo» en el empleo y el PIB a largo plazo, advierten desde el BBVA. «La renta básica universal tiene ventajas, pero también costes muy elevados, lo que da lugar a un dilema entre generosidad y presión fiscal», concluye el servicio de estudios de la entidad que apunta que en España el estado del bienestar «todavía tiene muchos márgenes de mejora gradual».

Ontiveros insiste: «Además de discutir sobre la condicionalidad y sobre su compatibilidad con políticas sociales, hay que abordar discusiones derivadas que tienen que ver con la financiación. ¿Cómo sería: finalista o a través de impuestos? Es cuestión de analizarlo. Podría ser una financiación a través de presupuestos o de impuestos específicos, una imposición diferencial a determinado tipo de empresas… Habría que estudiar el contexto».

«Quizás cuando la renta básica se implante en toda Europa, nosotros empezaremos a hablar de ello», denuncia Cive Pérez. «Es hora de que surjan voces valientes, capaces de salir de la zona de confort ideológica y declarar algunas verdades ante la opinión pública. Una de ellas es que el empleo, tal como lo hemos conocido en las sociedades desarrolladas, no volverá a desempeñar el mismo papel que tuvo hasta hace una década, ya que caminamos hacia un modelo de sociedad donde sólo habrá empleo de calidad para el 20% de la población».

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