Medio Ambiente

La última generación que puede salvar el planeta

Ni son unos pasotas ni unos juerguistas: miles de jóvenes han logrado que las reclamaciones climáticas que los tecnócratas llevaban años debatiendo en cumbres y despachos aterricen en la calle. Los nuevos activistas ‘verdes’ vacían las aulas cada semana para lanzar un mensaje claro a quien corresponda: ellos no harán sus deberes hasta que los políticos escuchen a los científicos y hagan los suyos.

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Carla Lucena
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06
agosto
2019

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Carla Lucena

¿Qué te llevarías a una isla desierta? ¿Dónde te ves dentro de cincuenta años? ¿Qué elegirías si te concedieran tres deseos? Y… ¿cambiaría tu respuesta a estas tres preguntas si supieras que, a lo mejor, el planeta en el que vivirás no será habitable? Quizá, si ya superas cierta edad, la última cuestión puedes ignorarla. Pero posiblemente tus hijos no lo hacen. Cuando, en 2015, Naciones Unidas marcó sus Objetivos de Desarrollo Sostenible, los quince años que daban de plazo para cumplirlos parece que permitían posponer los compromisos sociales y medioambientales como quien araña cinco o diez minutos más al despertador. Con la diferencia de que la alarma de la Tierra hace mucho más tiempo que comenzó a sonar.

«En el año 2030 yo tendré 26 años. Mi hermana pequeña, Beata, tendrá 23. Igual que muchos de vuestros hijos o nietos. Nos han dicho que es una edad genial en la que tienes toda la vida por delante. Pero no estoy segura de que vaya a ser tan genial para nosotras». Esa fue una de las frases contundentes que Greta Thunberg lanzó en abril en el Parlamento británico. Meses antes, había hecho lo mismo en un discurso inaudito que pronunció sin el más mínimo titubeo ante algunos de los hombres más poderosos del mundo en la COP24, una descafeinada cumbre climática que sembró más dudas de las que resolvió. «Muchos de vosotros parecéis estar preocupados por ver cómo perdemos un tiempo de clase muy valioso, pero os aseguro que volveremos al instituto en cuanto empecéis a escuchar a la ciencia y nos deis un futuro. ¿Os parece mucho pedir?».

La apariencia de adolescente dulce y angelical de Greta se evaporaba por momentos cuando, con cada palabra, se lanzaba como un rottweiler furioso al cuello de los líderes políticos de Occidente para exigirles que tomaran medidas y dejasen de jugar con el futuro del planeta. Con apenas dieciséis años, la joven sueca se ha convertido en mecha y llamarada del movimiento Jóvenes por el Clima, al que ya se han sumado miles de estudiantes de todo el mundo. Con la huelga Fridays For Future, llevan meses sin ir a clase los viernes para reclamar que los gobernantes escuchen los consejos de los científicos y actúen contra el calentamiento global. Es sencillo: ellos dejan de hacer sus deberes hasta que los políticos hagan los suyos.

Alejandro Martínez (JxC): «El cambio climático debería haber sido el centro de los debates si verdaderamente hubiese voluntad política de actuar»

«Creo que es lo mejor que le ha pasado a la lucha contra el cambio climático en los últimos años. Que nazca de la percepción real de los jóvenes, que ven que su futuro está amenazado –no ya a nivel económico o social, sino climático–, hace que sea un movimiento especialmente comprometido: saben que, sin planeta, no hay futuro. Por eso dudo que desaparezca en el tiempo, porque ellos mismos son conscientes de que se están jugando su propia capacidad de sobrevivir», analiza Juantxo López de Uralde, veterano activista medioambiental y diputado y fundador de Equo. «En los últimos años hemos convertido el asunto climático en una discusión demasiado técnica, llena de siglas y en una jerga que no entiende nadie. Ellos no lo hacen: sus mensajes son tan simples y efectivos como decir que la Tierra está en peligro y que salvarla pasa por combatir el calentamiento global y las emisiones. Saben que es algo que va más allá de las siglas, de los partidos y de las ONG. Traen pura pelea en la calle y eso aporta una movilización que hacía mucha falta a la causa», concluye.

Durante los últimos meses, miles de jóvenes se han sumado a la iniciativa de Greta. Como un virus, esa conciencia climática se ha ido propagando desde Suecia a Bélgica, de Alemania a Gran Bretaña, de Italia a Estados Unidos. También ha llegado a España. Aunque su repercusión, a priori, no parece haber alcanzado las dimensiones de sus compañeros del norte del continente, las manifestaciones en nuestro país cada vez son más multitudinarias, sobre todo tras el punto de inflexión marcado por la huelga climática global del pasado 15 de marzo: más de medio centenar de ciudades se sumaron a la convocatoria de unas manifestaciones que, solo en Madrid, reunieron a 4.500 estudiantes según los organismos oficiales –o a más del doble si hacemos caso a las cifras manejadas por los organizadores–. Aunque no era tarea fácil, han logrado que sus mensajes sobre la emergencia climática, pese a su escandalosa ausencia en los debates electorales, se hayan colado en la agenda de medios y partidos.

Juantxo López de Uralde (Equo): «Es lo mejor que le ha pasado al movimiento ecologista en los últimos años»

«Vamos a sentarnos cada viernes delante del Congreso hasta que veamos que se toman las medidas que consideramos razonables con respecto a la crisis climática, que sean reales y que se deberían estar tomando ya, porque cada vez tenemos menos tiempo. Sin embargo, soy optimista y creo que podemos conseguirlo porque, desde que empezamos a movilizarnos, vemos cómo ya se habla de crisis climática y no de cambio climático, y eso es un avance importante en la forma de ver las cosas», reclama Irene Rubiera, una de las portavoces de Juventud por el Clima en la capital. La joven incide especialmente en uno de los aspectos que también han resaltado como colectivo desde sus inicios: su vocación de movimiento transversal y estrictamente apartidista.

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Fotografía: Pablo Ibáñez – Arainfo

«Cómo van a relacionarse con los partidos es uno de los principales retos que tienen por delante. Este tipo de movimientos, en general, suelen ser muy reacios a reunirse con líderes, ministros o concejales por miedo a que los relacionen con ellos o los politicen. ¿Pero cómo les pides a ellos que te hagan caso si no te sientas con ellos a contarles lo que quieres? Es algo que pasa siempre, y de alguna manera hay que mantener una relación sana con la política, tan cercana como distante: ni negarse a hablar ni convertirse en las juventudes de un partido de color determinado. Si son hábiles, encontrarán un equilibrio que los haga fuertes», explica Cristina Monge, politóloga y asesora ejecutiva de Ecodes.

Irene Rubiera (JxC): «Vamos a sentarnos cada viernes delante del Congreso hasta que se tomen las medidas que consideramos razonables»

Esa es precisamente una cuestión que aún están tratando en asamblea, ya que, en sus inicios, decidieron aparcarla en vista de los meses electoralmente convulsos que se avecinaban para que ninguna de las formaciones se aprovechase del movimiento. «En estas últimas elecciones se ha visto cómo algunos partidos han hecho guiños al ecologismo, pero ha sido un mero intento de lavar su imagen con elementos verdes. No han planteado medidas que supongan verdaderos cambios o que indiquen que van a encarar un problema que supone repensar nuestra sociedad por completo: cómo consumimos, cómo vivimos e incluso nuestros sueños y aspiraciones. Sabemos que nos encontramos entre el 10% más rico de la población, que es el responsable del 49% de las emisiones de CO₂. Si queremos revertirlo, tenemos que dejar de usar combustibles fósiles y no podemos hacerlo si nuestra economía depende de ello. Este debería haber sido el centro de las discusiones políticas si verdaderamente hubiese voluntad de hacer cambios. Sin embargo, basta el ejemplo de los recientes debates electorales: apenas un par de menciones que, juntándolas, no llegan a los quince segundos», apunta Alejandro Martínez, otro de los portavoces de Juventud por el Clima.

Pese a esa inacción política que denuncian y a las incógnitas sobre hacia dónde se dirigirán como organización, los jóvenes han conseguido movilizar a sectores de la sociedad que, antes de su irrupción en escena, permanecían –al menos, aparentemente– al margen de la lucha climática. Tras las manifestaciones estudiantiles, han comenzado a brotar otros colectivos paralelos, como los formados por madres o profesores. «Queremos acompañar a los jóvenes y ser la voz de nuestros hijos pequeños que aún no la tienen. Preocuparnos por el mundo que les vamos a dejar es una nueva dimensión de los cuidados que, tradicionalmente, hemos realizado las mujeres. Mucha gente no es consciente de las enfermedades y problemas de salud que trae consigo el cambio climático, como las bronquiolitis que afectan a los bebés y que está demostrado que tienen que ver con la contaminación. Es algo que tiene que pasar a estar en el centro de nuestra forma de vivir, de consumir, de entender la movilidad y nuestras propias relaciones», reclama Yetta Aguado desde Madres por el Clima, un colectivo que ya aglutina a centenares de personas repartidas por toda España y que visibilizan la causa en colegios, parques y a través de los grupos de WhatsApp.

Cristina Monge (Ecodes): «Si son hábiles en su relación con los políticos, encontrarán un equilibrio que los haga fuertes»

Esas mismas redes que utilizan los adultos para difundir mensajes, consejos y retos para reducir sus impactos ambientales son las que usan ellos para organizarse. Algo que, como movimiento, es una de las primeras veces que ocurre: todos son jóvenes, hablan inglés, no tienen miedo a salir de su país porque la mayoría lo han hecho ya y están permanentemente conectados con sus compañeros del resto de Europa. «Tenemos que tomar decisiones sobre cómo continuar y hacernos oír, pero es una emergencia global: es necesario hacer presión a todos los Gobiernos, porque uno solo no puede solucionar el problema. Estamos ante la mayor crisis a la que se va a enfrentar la humanidad y actuar requiere de una colaboración internacional sin precedentes. Es importante coordinarnos y que se vea que en todo el mundo reclamamos lo mismo: que los políticos escuchen a los científicos y tomen medidas. Nosotros ya lo estamos haciendo, ellos no», reclama Martínez.

«Somos una generación que ha crecido con el cambio climático presente. Llevamos leyendo sobre él desde los libros de texto de Primaria. Pero, aunque estemos concienciados, no podemos afrontar el problema solos si el resto de la sociedad no lo está. Yo acabo de cumplir veinte años: soy una cría que estudia Derecho y que, aunque me haya informado sobre este tema, no tengo ni idea de lo que estoy hablando ni de lo que hay que hacer. Los científicos sí lo saben, y conocen qué medidas tomar. Ni mis amigos ni yo tendríamos que estar haciendo esto. Pero, si yo debo cumplir con mis obligaciones, ¿por qué los políticos no cumplen con las suyas y escuchan a los expertos?», zanja Rubiera.

Qué pasará tras el verano o qué quedará del movimiento cuando comience el nuevo curso es algo que solo el tiempo dirá. Sin embargo, todos parecen tener claro que han iniciado una carrera de fondo con la dificultad añadida de que tienen que hacerla a contrarreloj, como quien enfrenta una maratón a ritmo de esprint. Jóvenes e idealistas, su compromiso con el planeta ya ha comenzado a extenderse como un virus. Su mero nacimiento quizá sea ya síntoma de que algo ha hecho clic en la conciencia social. El tiempo se agota, pero, como decía Galeano, actuar sobre la realidad y cambiarla –aunque sea un poquito– es la única forma de probar que la realidad es transformable.

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