Opinión

La educación sostendrá el mundo

La universalización de la educación contribuiría a reducir las muertes relacionadas con desastres naturales, a incrementar la productividad agrícola a través de innovación ecológica y a formar a una ciudadanía consciente en ámbitos como el desperdicio de alimentos, la generación de residuos, el uso de la energía o los patrones de consumo.

Autor

Cristina Álvarez

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24
enero
2019

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Cristina Álvarez

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La palabra mito se define como «una narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico». Durante mucho tiempo, el cambio climático ha tenido un cierto halo de mito. En el imaginario colectivo aparecía como un proceso impreciso, difícil de entender y, sobre todo, conjugado en futuro. Algún día el Ártico se quedará sin hielo; algún día el calentamiento global será tan asfixiante que la humanidad morirá de hambre y de sed; algún día la sobreexplotación de los recursos será tan extrema que la distopía de Mad Max se convertirá en realidad. Pues bien, ese día ha llegado. El futuro ya está aquí.

Los efectos del cambio climático, un fenómeno global que no entiende de fronteras, ya son una realidad tangible que se materializa en ámbitos que van desde la pérdida de biodiversidad de los ecosistemas al incremento de los fenómenos meteorológicos extremos. De acuerdo con las estimaciones de Naciones Unidas, el 87% de los desastres naturales de la última década han estado provocados por el clima. Todo ello, más allá del desastre que supone desde el punto de vista estrictamente medioambiental, acarrea un elevadísimo coste humano. Por ejemplo, las llamadas «crisis climáticas de desarrollo lento» (sequías prolongadas, pérdida de fertilidad del suelo, escasez de agua) afectan directamente a nuestra capacidad para producir alimentos, y provocan también desplazamientos forzosos que, según las estimaciones más aceptadas, habrán afectado a 200 millones de personas en 2050. Otra de las consecuencias más visibles de este proceso de autodestrucción en el que estamos inmersos son las muertes prematuras por contaminación, que ascienden a que ascienden a 4,2 millones al año, según datos de la OMS.

Tampoco debemos olvidar que el cambio climático no nos afecta a todos por igual. Mientras somos las regiones consideradas «desarrolladas» quienes hemos contribuido y contribuimos en mayor medida a desencadenar este proceso, son los países y personas más pobres quienes más sufren sus consecuencias, lo cual puede llegar a traducirse en un importante retroceso en cuanto a la erradicación de la pobreza extrema. A pesar de los avances experimentados en los últimos quince años, se estima que, para 2030, el cambio climático podría llevar a la pobreza a 122 millones de personas. Esta cifra atroz nos da idea del complejo vínculo entre sostenibilidad medioambiental y sostenibilidad social, y nos enfrenta al urgente reto de desvincular el crecimiento económico y el desarrollo del consumo insaciable de recursos naturales.

Una educación de calidad constituye no solo un derecho humano, sino un mecanismo habilitador para el cumplimiento de todos los ODS

Ante un panorama tan desolador, quisiera ser portadora de una buena noticia: la solución está en nuestras manos. El cambio climático es consecuencia de la acción humana, y por lo tanto depende de nosotros y nosotras ponerle freno. Aún estamos a tiempo, y quizá seamos la última generación que puede hacerlo. En este sentido, la educación es la herramienta más potente para luchar contra el cambio climático, a corto y a largo plazo, más efectiva incluso que otras respuestas más tradicionales, como las inversiones en infraestructura. Educación y cambio climático tienen una relación de doble vía: por un lado, los efectos del segundo pueden llegar a ser devastadores para los sistemas educativos de los países más vulnerables, máxime si tenemos en cuenta que la educación suele ser una de las primeras actividades que se abandonan en caso de desastre. La otra cara de la moneda es que, tal y como reconoce la Agenda 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, una educación de calidad constituye no solo un derecho de todas las personas, sino un mecanismo habilitador e imprescindible para el cumplimiento del conjunto de la Agenda, y muy especialmente de los objetivos relacionados con la sostenibilidad medioambiental y social.

educación

En primer lugar, la educación puede contribuir a mejorar tanto la preparación ante los desastres como la adaptación a los efectos del cambio climático. Por ejemplo, la Unesco apunta a que la universalización de la educación secundaria para 2030 podría prevenir 200.000 muertes relacionadas con desastres naturales en los próximos veinte años. Asimismo, la educación puede contribuir a incrementar la productividad agrícola y aportar competencias sobre innovación ecológica, y existen estudios que demuestran que los agricultores y agricultoras con un mayor nivel educativo tienen una mayor capacidad de adaptación ante los efectos del cambio climático. Por otro lado, la educación permite formar a una ciudadanía consciente de las causas y consecuencias del cambio climático, así como dotarla de las competencias necesarias para buscar soluciones y modificar sus valores y comportamientos tanto a nivel individual como colectivo, en ámbitos como el desperdicio de alimentos (que alcanza a entre el 30% y el 40% de los alimentos producidos a nivel mundial, y es responsable un 8% del total anual de las emisiones de gases de efecto invernadero), la generación de residuos, el uso de la energía o los patrones de consumo, entre otros.

La universalización de la educación secundaria para 2030 podría prevenir 200.000 muertes relacionadas con desastres naturales

Así lo reconoce también el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), cuyo último informe destaca que «la educación (…) puede acelerar el alcance y la magnitud de los cambios necesarios para limitar el calentamiento global», además de señalar que «la puesta en marcha de las políticas necesarias para limitar el calentamiento global y para adaptarse a sus consecuencias depende, en gran medida, del grado de aceptación de la ciudadanía», que por lo tanto debe de ser verdaderamente consciente de la magnitud del reto al que nos enfrentamos.

Desde la Campaña Mundial por la Educación, estamos trabajando para visibilizar el papel fundamental que puede y debe desempeñar la educación ante este inmenso reto del que depende nuestra supervivencia; y seguiremos haciéndolo hasta que los sistemas educativos pasen de preparar a las personas para adaptarse a un modelo que ya ha demostrado ser insostenible a centrarse en formar ciudadanos y ciudadanas responsables y conscientes de que nuestro presente y nuestro futuro dependen de que cambiemos nuestro orden de prioridades y nuestra forma de vivir. Ante este desafío, queremos hacer nuestras las palabras de Emma Watson en su ya icónico discurso en las Naciones Unidas: «Si no soy yo, ¿quién? Y si no es ahora, ¿cuándo?».

Cristina Álvarez es coordinadora de la Campaña Mundial por la Educación en España, formada por Educo, Entreculturas y Plan Internacional España, y liderada por Ayuda en Acción

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