Opinión

¿El mejor de los mundos posibles?

Muchos defienden que, a pesar de los vaivenes que zarandean el mundo con especial incidencia en los últimos años, vivimos mejor que antes. ¿Tiene fundamento esta afirmación?

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30
octubre
2018

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«El mejor de los mundos posibles» es una expresión simplista del complejo Ensayo sobre la teodicea de 1710, del filósofo Leibniz. Voltaire se lanzó contra ella y la matizó en Candide, novela en la que le hace decir al personaje Pangloss que «todo va de la mejor manera, en el mejor de los mundos posibles». En la actualidad, se está produciendo un renovado esfuerzo por impulsar un nuevo optimismo, armado de datos, y también de una cierta filosofía.

Tras la Guerra Fría y en el auge de la globalización, los optimistas volvieron a aparecer. Pero el terrorismo yihadista que detonó el 11 de septiembre de 2001 y la crisis económica y financiera los barrieron: en 2015, según el Pew Research Center, el doble de gente en Europa pensaba que, en términos financieros, sus hijos vivirían peor que ellos. Porque, en la percepción para el optimismo o el pesimismo, cuentan, más incluso que los avances del pasado –hoy la gran mayoría de los españoles tiene una mejor vida, si bien no más poder, que Felipe II–, las expectativas de futuro. El ser humano está más programado neuronalmente para mirar hacia delante que hacia atrás.

Un referente de este nuevo rebrote de optimismo es el científico cognitivo Steven Pinker, que publicó en 2011 un libro muy documentado y de gran interés, Los ángeles que llevamos dentro: el declive de la violencia y sus implicaciones. Demostraba, con datos, que el mundo no había sido nunca menos violento.

«Los cocientes de inteligencia han crecido globalmente tres puntos en una década»

Ya no se trata simplemente de que el mundo sea más seguro, menos violento, más próspero, sino de muchos otros aspectos que dan cuenta de hasta dónde ha llegado la humanidad y de que las cosas pueden aún mejorar mucho. Desde la esperanza de vida al nacer (en el mundo ha pasado de 30 años cuando alumbró la Ilustración a 71 en la actualidad, y, en España –añadimos–, en el último siglo, de 41 a 83 años), a la salud o a una sobrepoblación que se está frenando.

Los cocientes de inteligencia han crecido globalmente tres puntos en una década. El número de usuarios de móviles ha superado los 5.000 millones en un mundo de 7.600 millones de habitantes. Naturalmente que queda mucho por recorrer, y la perentoriedad de cumplir los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU para 2030 lo prueba. Pinker establece 15 medidas para el avance del bienestar humano, y las documenta. No rehúye la idea de que el ser humano esté destruyendo la Tierra y de que, por tanto, el progreso no es sostenible. Piensa que se buscarán y se encontrarán soluciones.

Para Pinker, «la razón no es negociable», lo que no significa que los seres humanos sean perfectamente racionales. Quizá peque de exceso de utilitarismo y de positivismo. En su último libro, valora más esta crítica, y por lo que esta aboga: que la razón, la ciencia y el humanismo generan progreso y que este es real, aunque no inexorable. Sigue rechazando de plano el fatalismo. Ya sea para la convivencia entre seres humanos o de estos con las nuevas máquinas.

Pinker ve algunos elementos que van en contra de la Ilustración, esencialmente la fe religiosa, la idea de que las personas son «células reemplazables de un superorganismo» (el colectivismo y el comunitarismo), lo que llama el «movimiento verde romántico, pues subordina los intereses humanos a una entidad trascendente», el enfoque del «declive» de la civilización, y un movimiento contra la ciencia por ir contra algunos de los elementos anteriores. Ahí están también los populismos, el auge de los autoritarismos, el calentamiento global, el regreso de la cuestión nuclear.

«Dijo Mario Benedetti que ‘un pesimista es un optimista bien informado’. Pinker se lo disputaría, con datos»

El sentido general de la Ilustración ha decaído. Es muy positivo que Pinker lo recupere, aunque no todo acabe teniendo solución como pretende el autor, que ve que algunos problemas se resolverán por sí mismos. Sin embargo, a veces el ser humano genera, por su acción (u omisión), problemas tan complejos que luego no sabe resolverlos. Muchas críticas a su nuevo libro coinciden en que sigue viendo la botella medio llena, no medio vacía.

Si Pinker destaca el acercamiento global entre sociedades en términos de riqueza, la «gran convergencia» que está revolucionando el mundo, subestima o rechaza uno de los temas de nuestra época: el de la desigualdad en el seno de las sociedades, que ha crecido sobremanera a partir de los años ochenta, pues no lo considera como «un componente fundamental del bienestar». Le interesa más la reducción de la pobreza. Critica a los intelectuales que se dicen progresistas y que, afirma, de hecho «odian» el progreso. Pinker cree en el progreso.

Claro que Candide acababa concluyendo que el optimismo no es sino una manía para insistir en que «todo va bien, cuando las cosas van mal». Y, sin embargo, Pinker nos hace ver que muchas cosas van mucho mejor, aunque no estemos en el mejor de los mundos posibles, ni nada esté garantizado. Las malas noticias, por no hablar de las falsas, tapan las buenas. Refuerzan los temores de la gente.

Dijo Mario Benedetti que «un pesimista es un optimista bien informado». Pinker se lo disputaría, con datos. En todo caso, en el debate entre optimismo y pesimismo, no cabe menospreciar el realismo.

Andrés Ortega es investigador senior asociado del Real Instituto Elcano

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