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El impacto ético de las organizaciones (radicalmente) responsables

La gestión de la ética es fundamental para las empresas, pero… ¿cómo es posible medir la huella de las acciones que llevan a cabo?

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Beethik
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10
julio
2018

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Muchas veces, las organizaciones llevan a cabo iniciativas y proyectos para desarrollar su misión, consiguiendo resultados comerciales, económicos… pero no llegan a conocer los efectos reales que las mismas tienen sobre las personas a las que se dirigen. Así, entramos en una espiral que nos lleva a hacer más y más actividades, guiados –con suerte– por algunos indicadores que nos dicen que estamos haciendo muchas cosas, llegando a gran cantidad de personas y, en el mejor de los casos, nos pueden llegar a decir cómo lo hacemos. Es aquí donde tenemos que pararnos y observar el impacto de lo que estamos haciendo.

Medir el impacto supone conocer los cambios que estamos provocando, la huella que dejan nuestras acciones una vez llevadas a cabo. Es un paso más en el proceso de conocer lo que hacemos (actividad), cuántas cosas hacemos (resultados) y lo que conseguimos, es decir el efecto real que provocamos (impacto). Si esta medición es importante en cualquier dimensión de la organización, en el caso de la gestión ética adquiere una relevancia central para asegurar el cómo lo hacemos: nuestra cultura ética.

Podemos estar llevando a cabo, por ejemplo, muchas acciones formativas sobre nuestro código ético, con la participación de una gran proporción de nuestra plantilla, pero ver que esta formación no esté suponiendo ningún avance en la integración de los valores en nuestro día a día. Si lo que hacemos no genera cambios, si no conseguimos que la ética se incorpore en todas las dimensiones de nuestra organización, de poco servirán los esfuerzos y recursos invertidos en ello.

Medir el impacto ético es imprescindible para conocer lo que aportamos a nuestros grupos de interés

Los dos pilares en los que se sustenta la medición del impacto son la teoría del cambio –metodología que nos permite explicar cómo y por qué nuestras actividades van a dar lugar a los cambios deseados– y nuestros grupos de interés –personas internas o externas a las que aportamos valor–. De esta manera, medir nuestro impacto nos habla de identificar, evaluar y comunicar qué cambios estamos generando en nuestros grupos de interés, qué les estamos aportando.

Gestionar y medir nuestro impacto ético es imprescindible para conocer lo que aportamos a nuestros stakeholders y gestionarlo, para ser así más eficaces en la consecución de nuestros resultados. Nos permite comunicar en el seno de nuestra organización nuestro compromiso con la gestión ética, alineando a las personas con los valores corporativos, y nos da información para explicarlo a la sociedad, avanzando en la generación de confianza.

Tenemos la responsabilidad de analizar las consecuencias de nuestras actuaciones y omisiones, rendir cuentas y retroalimentar la toma de decisiones

De esta manera, la gestión del impacto ético refuerza el establecimiento de relaciones de confianza de la organización con sus grupos de interés: un activo decisivo para la empresa y una ventaja competitiva que resulta difícil de imitar, más aún en los contextos globales de la sociedad y de la economía actual. Cada vez más empresas, profesionales, instituciones y organizaciones sociales están comprobando las ventajas de invertir esfuerzos, dedicación y recursos en mejorar la calidad de sus relaciones y en fortalecer la confianza con sus diferentes interlocutores, y para conseguirlo el comportamiento ético es un eje fundamental.

Las relaciones de confianza se construyen con la práctica del diálogo. Desde el diálogo creamos valor y desde el diálogo debemos medirlo. Es por ello que el proceso de gestión y medición del impacto ético debe construirse, siempre, con la participación activa de nuestros grupos de interés.

El impacto ético en las organizaciones (radicalmente) responsables

Desde la concepción de las organizaciones radicalmente responsables, medir el impacto que generamos es una de las responsabilidades básicas a las que debemos dar respuesta. De esta manera, tenemos la responsabilidad (outcome responsibility) de analizar las consecuencias de nuestras actuaciones u omisiones, rendir cuentas y retroalimentar la toma de decisiones. Y no podemos hacerlo de cualquier manera: el diálogo como método para la toma de decisiones y para la gestión de nuestras relaciones es otra de las responsabilidades que debemos contemplar (dialogical responsibility).

Una organización radicalmente responsable identifica todas sus responsabilidades y las gestiona de manera global y ética, desde sus cimientos, desde sus raíces, desde su esencia, para, desde aquí, construir su «carácter» y la confianza que le da legitimidad para actuar. La gestión y medición del impacto ético es, en el marco de este modelo, una herramienta básica para la creación de valor desde la organización.

La gestión de intangibles nos aporta valor al proceso estratégico de toma de decisiones

La medición de impacto es un proceso de aprendizaje, que nos permite gestionar la aportación de valor ética que construimos en la relación con todos y cada uno de nuestros grupos de interés. El proceso continuo de gestión del impacto nos permitirá dibujar, medir y evaluar nuestra cadena de valor del impacto ético. Esto nos ofrece métricas de medición específicas adaptadas a la realidad de cada organización y que se construyen desde el diálogo con los grupos de interés implicados. Métricas que nos permitan conocer, por ejemplo, la percepción de nuestros grupos de interés sobre la aplicación en el día a día de nuestros valores, nuestro nivel de coherencia y de desarrollo de talento ético de nuestra organización o la evolución de los índices de confianza de nuestros grupos de interés.

Solo así sabremos si nada está cambiando. O si está cambiando todo. Y solo así podremos trabajar para que todo siga cambiando. Nos encontramos en el terreno de la gestión de los intangibles, los que nos aportan valor al proceso estratégico de toma de decisiones. Éstos son el nuevo espacio en el que las organizaciones dibujan sus escenarios de competitividad y para ello deben dotarse de herramientas que permitan conocer el valor que están generando.

No es fácil –nadie dijo que lo fuera–, pero las organizaciones (radicalmente) responsables trabajan para conocer y maximizar el valor que generan en su avance hacia una realidad más auténtica, humana y sostenible.

(*) Nekane Navarro, Albert Huerta y José Antonio Lavado, de Beethik

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