Educación

Diplomacia climática

«Mientras Trump anunciaba su retirada del Acuerdo de París, el astuto presidente de Francia ofertaba ayudas de 1,5 millones de euros. Es una nueva Ilustración climática», escribe Pablo Blázquez, editor de Ethic.

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17
octubre
2017

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Con la decisión, el pasado junio, de sacar a Estados Unidos del Acuerdo de París, Donald Trump apuntalaba su política aislacionista y su discurso negacionista en torno al cambio climático. Que no esperáramos menos de quien ha llegado a afirmar que «el calentamiento global es un invento de los chinos para hundir la industria del automóvil de Estados Unidos» no quiere decir, desde luego, que los efectos de esta decisión sean baladíes.

La medida supone un balón de oxígeno para el lobby de los combustibles fósiles y resulta tranquilizadora para países productores como Rusia, los países del Golfo o Venezuela en un momento decisivo en el que urge acelerar una transición global hacia las energías limpias. La contrarreforma de Trump justifica su decisión con argumentos económicos más que discutibles que giran en torno al espíritu del American first, uno de los lemas de su campaña de agitprop populista. La política climática de Obama iba a tener, dicen Trump y los suyos, un impacto pernicioso sobre el empleo y los salarios de los trabajadores de Estados Unidos. Pero resulta evidente que la destrucción de puestos de trabajo en sectores como el carbón tiene su contrapeso en el crecimiento sostenible que generan las energías alternativas. Por ejemplo, las empresas de energía solar emplean a 374.000 personas en EE UU, el doble que las del carbón. La eólica, por su parte, genera 102.000 empleos. Y el potencial de crecimiento es enorme.

Más allá de la demagogia del nacionalismo económico, los informes del Banco Mundial y de Naciones Unidas son contundentes a la hora de advertir sobre la amenaza que supone el cambio climático, tanto para el desarrollo de los países y la lucha contra la pobreza como para la salud del planeta y los derechos humanos. Los jaleadores de Trump dirían que esto son solo discursos biensonantes. Pongamos, pues, el foco en la realidad con un ejemplo contundente de los muchos que podrían enumerarse: en la actualidad, más de 20 millones de personas han sido desplazadas por desastres ecológicos, es decir, existen más refugiados por causas climáticas que por conflictos bélicos. ¿Cómo medimos los costes de tremenda situación?

Mientras Trump anunciaba, a través de su delirante cuenta de Twitter, que Estados Unidos se salía del acuerdo de mínimos que en 2015 firmaron 195 países en París, el astuto presidente de Francia, Emmanuel Macron, lanzaba la campaña Make our planet great again, una invitación directa a los científicos del clima (de Estados Unidos y de cualquier país del mundo) para que se instalen en Francia y busquen soluciones innovadoras para hacer frente al calentamiento global. La revista Nature informaba de que centenares de investigadores ya han solicitado participar en este programa de I+D+i, que oferta ayudas de hasta 1,5 millones de euros durante cuatro años. Es una buena noticia que Francia se convierta en la cuna del conocimiento científico medioambiental; es algo así como una nueva Ilustración climática.

España, un país donde se dan condiciones muy favorables para las energías limpias, pero cuyos gobiernos han sido recurrentemente torpes a la hora de gestionarlas, también debería mostrar de una vez por todas un liderazgo firme frente al cambio climático y superar esas políticas erráticas que en los últimos años han generado una gran inseguridad jurídica y han retrasado la transición energética. Más vale tarde que nunca.

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