Opinión

El respeto

«Desde los crímenes de violencia de género hasta las frases injuriosas lanzadas en la red, pasando por la corrupción, estos males son consecuencia de una falta de respeto al otro, a la sociedad y a uno mismo».

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19
mayo
2017

La condena de la twittera Casandra Vera a un año de prisión por delito de humillación a las víctimas del terrorismo en relación a unos comentarios sobre el atentado de Carrero Blanco en Twitter, más allá de considerarla un desacierto desde el punto de vista jurídico -al deber quedar reservada la sanción penal para aquellas conductas más graves y dañinas para la sociedad y ser, por tanto, la última ratio del Estado para corregir las conductas incívicas- debe hacernos reflexionar sobre si dichos tweets u otros análogos deben ser socialmente rechazables o, por el contrario, merecen ser jaleados y aplaudidos.

Desde luego que dicha condena parece un despropósito, como considerase la propia nieta de Carrero Blanco, manifestándose preocupada «porque un acto de patente mal gusto y carencia de toda sensibilidad se considerase un crimen» (El País, 17 de enero de 2017)

La twittera, como hicieran otros en parecidos casos, manifestó en el juicio oral que nada más lejos de su intención ofender a las víctimas del terrorismo o a sus familias; sin embargo, sus comentarios y los de tantos otros (recuerdo ahora los que se dirigieron contra el niño enfermo de leucemia que deseaba ser torero, o los vertidos contra Bimba y Miguel Bosé a raíz de la muerte de la primera), eran objetivamente humillantes, y francamente ofensivos.

La palabra respeto proviene del latín respectus y originariamente significaba «mirar de nuevo». Quien decide «mirar de nuevo» es que ha pensado y reflexionado, siquiera unos segundos, antes de actuar o manifestarse en relación a algo. Precisamente esa actitud, reflexiva y consciente, sería la más deseable cuando ese ‘algo’ afecta a otros.

El respeto es una cualidad propia del ser humano que va unida a la capacidad de raciocinio, y que es fruto de la reflexión y de la cultura. Respeto significa reconocimiento del otro, y a la vez reconocimiento propio. Solo quien reconoce, tanto a aquel a quien se dirige como a sí mismo, como un sujeto concreto y diferenciado merecedor de dignidad, es capaz de evitar la humillación tanto ajena como propia, y la ofensa. En el reconocimiento del otro y en el reconocimiento propio se encuentra el fundamento de la moral, de la convivencia social y del Derecho.

Así entendido el respeto, convendremos que gran parte de los males que sufre nuestra sociedad, y las personas que la conforman, desde los crímenes de violencia de género (por poner el caso de la conducta más grave) hasta las frases injuriosas lanzadas en la red, pasando por las conductas corruptas, son consecuencia de una minusvaloración o falta de respeto al otro, a la sociedad, y a uno mismo. (Y no se trata ni se pretende aquí comparar la gravedad de unas y otras).

«El respeto presupone», como explica el filósofo surcoreano Byung-Chul Han en el ensayo En el enjambre (Herder, 2014), «una mirada distanciada, un pathos por la distancia», y exige de uno mismo la capacidad deliberativa que, como considerara Aristóteles en su Moral a Nicómaco, es el rasgo distintivo del hombre prudente. La mirada distanciada permite precisamente deliberar antes de actuar, opinar o manifestarse y distingue, en palabras del propio Byung-Chul, «el respectare del spectare». Con acierto concluye el pensador asiático que «una sociedad sin respeto, sin pathos por la distancia, conduce a una sociedad del escándalo», a una sociedad frívolamente imprudente.

El respeto tiene relación directa con la prudencia y con la responsabilidad, ética, social y jurídica. La conducta respetuosa es una conducta prudente y responsable. Así nos lo indica el propio origen del vocablo, responsabilidad, palabra que procede del latín responsum, del verbo respondere, el cual se forma con el prefijo re-, que alude a la idea de repetición, de volver a atrás, y evoca también el pathos por la distancia, y el verbo spondere, que significa ‘prometer’, ‘obligarse’ o ‘comprometerse’. La responsabilidad, como el respeto, es una cualidad personal. Es la persona individual (esencialmente única e irrepetible) quien es finalmente responsable y, por tanto, digna de crédito o merecedora de descrédito.

Sorprende cómo en la sociedad de la comunicación muchos medios no incentivan la reflexión, el respeto y la responsabilidad; sino que, guiados por la finalidad única de obtener beneficios removiendo los instintos más bajos de la audiencia, viven del y para el escándalo. Basta zapear y atender durante un instante a los diferentes reality shows que campan a sus anchas por diversas televisiones para comprobar como los personajes que protagonizan los mismos carecen del mínimo sentido del respeto propio y ajeno.

Analizando esta cuestión, parece evidente que el respeto, que exige reflexión y conducta deliberativa, está igualmente ligado a la estética. Es fácil comprobar como muchas manifestaciones hoy llamadas artísticas eligen el escándalo y adolecen del más mínimo respeto a la estética, entendida esta como orden y expresión de lo bello.

También en las redes sociales se demuestra que la inmediatez del medio facilita la falta de deliberación y de respeto, la ofensa, el escándalo y la irresponsabilidad, no digamos ya cuando el emisor del mensaje se oculta bajo un seudónimo.

Solo quien entienda la necesidad de respetar a los demás y a sí mismo, de deliberar y reflexionar sobre las consecuencias de sus propios actos, será capaz de extender su reconocimiento y respeto a todo aquello de lo que participa: a los animales, al medio ambiente, a las cosas o bienes comunes y, por tanto, conformarse como una persona digna de crédito, y del respeto y reconocimiento de los demás.

Luis Suárez Mariño es abogado y mediador, experto en responsabilidad social corporativa y compliance penal.

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