Cambio Climático

Finanzas contra el cambio climático

La transición hacia una industria baja en carbono conlleva algunos sacrificios, pero también abre vías hacia una economía floreciente y rentable.

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20
marzo
2017

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Hace dos años, el presidente del FSB (Consejo de Estabilidad Financiera a nivel mundial) declaró públicamente que «el cambio climático representa un desafío para la estabilidad financiera a nivel global». Poco después de su discurso, se creó el denominado Task Force (grupo especial de trabajo) para emitir recomendaciones sobre comunicación financiera relativa al cambio climático en las empresas de todos los sectores: cualquiera susceptible de ser un activo en el que invertir. Es la primera muestra real de que algo se está moviendo en el sector financiero: incorpora el calentamiento global y los objetivos de los Acuerdos de París (mantener la subida global de temperatura en un máximo de dos grados centígrados de aquí a finales de siglo) firmados por más de 140 países, como una realidad dentro de su engranaje.

Las iniciativa del FSB va enfocada a que las empresas informen a sus inversores con transparencia de aspectos como su huella de carbono. Más allá de consideraciones ideológicas, el objetivo del sector financiero es la rentabilidad. También el de las empresas. Esto explica que se atengan, cada vez más, a estas recomendaciones. «La lucha contra el cambio climático debe verse como una oportunidad para el sector financiero», explica el coordinador académico del máster del IEB Finanzas para la sostenibilidad del cambio climático, Manuel Gómez, y da unas cuantas cifras en este sentido. «El tipo de interés medio a largo plazo en las economías de la OCDE viene situándose en los últimos cinco años en una horquilla entre el 0 y el 4%. Frente a este panorama, contrastan las rentabilidades medias de los proyectos de la nueva economía verde. Por ejemplo, si tomamos el sector energético como referencia y consideramos la tecnología solar y eólica, la rentabilidad media de los activos alcanza sin dificultad niveles del 7 al 12% sobre fondos propios».

El presidente de Spainsif (Foro de Inversión Sostenible en España), Jaime Silos, añade: «Se está generando una prima de riesgo del carbono. CO2 es igual a riesgo. Las empresas menos carbónicas tienen más demanda por parte de los inversores». Y culmina con una frase que da lugar al optimismo: «Lo más difícil ya está hecho. Cada vez más, se incorpora la sostenibilidad en los modelos financieros de gestión de activos. Ahora, a través de los inversores, se arrastra a las empresas. Esa es la clave del cambio».

«El cambio climático no solo hay que verlo desde la perspectiva de riesgo. También desde la de oportunidades», opina el director global de Negocio Responsable del BBVA, Antoni Ballabriga. «Se ha incorporado una agenda global, la de París, de una forma muy contundente. Y el sector financiero tiene un rol más importante que nunca. Hace tres años había entidades que estaban dando algunos pasos, pero hoy vemos un gran salto cualitativo y cuantitativo».

La idoneidad de tomarse en serio el cambio climático por parte del sector financiero tiene un historial que lo justifica: «Las emisiones de gases nocivos a la atmósfera, en Europa, han disminuido un 23% respecto a 1990», informa la directora general de la Oficina Española de Cambio Climático, Valvanera Ulargi, «y en este tiempo, el PIB ha crecido un 50%. No es incompatible cumplir con los objetivos de París y al mismo tiempo favorecer la economía». El Fondo Soberano de Noruega, el mayor del mundo con un valor de mercado de 850.000 millones de euros, ha descartado el último año a 69 compañías, y puesto bajo observación a otras 13, siguiendo una nueva regla aprobada por el Parlamento: tendrá que salir del capital de las empresas mineras y eléctricas en las que el carbón represente al menos el 30% de su negocio.

Cumplir con los acuerdos de París se resume en una palabra: «transición». Y tiene especial relevancia en el sector empresarial y, por extensión, el financiero. De cómo se lleve a cabo ese paso a una industria baja en carbón (innegociable para conseguir los objetivos de París), dependen las dos consecuencias a las que se refiere Ballabriga: que la economía verde frente al cambio climático sea, para el sector financiero, un riesgo o una oportunidad. En caso de riesgo, el mayor problema es que iría siempre acompañado de un epíteto: «sistémico», tal y como advierte Gómez. «La clave es el ritmo de esa transición. Si es tardía y brusca, es decir, todo de golpe justo antes de 2030, la necesidad de abandonar el modelo productivo y de infraestructuras basado en combustibles fósiles implicaría un abandono súbito de determinadas tecnologías y modelos de negocio. Esto supondría una devaluación de activos y empresas que en la actualidad figuran en los balances del sistema financiero».

No hay que esperar tanto: los activos varados (los potencialmente devaluables por su dependencia del carbono) son hoy una realidad. «Están en nuestros libros y balances», alerta Gómez, «un ajuste brusco al final, supone un riesgo calculado de decenas de miles de millones de euros». Otro factor clave es el apoyo a los países en desarrollo. «Un ejemplo paradigmático es el de Nigeria, con de 100 millones de habitantes y una economía basada, casi exclusivamente, en gas y petróleo. La comunidad internacional debe ayudarles en esta transición», reclama Gómez.

¿Y cómo se atajan estos riesgos? «Si nos ceñimos al sistema financiero europeo, el BCE pretende evaluarlos, exigir más transparencia a los activos financieros. Se plantea incorporar las variables de economía verde a los test de estrés de las entidades financieras. Por ejemplo, qué pasaría en un crecimiento súbito de activos de energía verde, o qué riesgos comporta no incluirlos en una cartera». A medio plazo, el BCE pondrá en marcha AnaCredit, una nueva base de datos con información detallada sobre préstamos bancarios individuales en la zona del euro, con un seguimiento de cada crédito, que permitirá analizar su exposición al riesgo por el cambio climático, así como sus oportunidades relacionadas con la economía verde.

Todas esta conclusiones se basan en la unanimidad, mundial e histórica, de la comunidad internacional en su lucha contra el cambio climático. Pero no hay que obviar que los últimos movimientos de uno de los principales firmantes de los Acuerdos de París, Estados Unidos, desandan ahora lo acordado en la legislatura de Obama. Aparte de desmantelar su política de reducción de emisiones en favor de la industria basada en combustibles fósiles, la Administración de Donald Trump amenaza con salirse del acuerdo. Dentro de dos años, podría hacerlo sin conculcar la normativa internacional. «El foco está puesto en el fin de siglo», tranquiliza Gómez, «y Donald Trump no va a gobernar cien años». Apostilla con una información tajante: «Estados Unidos, junto con China, es el país que más ha invertido en energías renovables».

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