Educación

Educación: cuando su seguridad depende de nosotros

No hay nada más efectivo con un niño que mostrarle desde pequeño los beneficios y perjuicios de sus actos y hacerle partícipe de su educación.

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15
diciembre
2016

La adolescencia es una de las épocas de mayor conflicto interno a la que nos enfrentamos durante nuestra vida. Se trata de un momento de cambios, incertidumbres y novedades que a todos nos afectan y de los que tenemos que aprender. El problema surge cuando nos convertimos en padres y olvidamos cómo nos encontrábamos en esa etapa, por lo que no prestamos atención a las necesidades de nuestros hijos y caemos en la incomprensión.

Como parte de mi trabajo como educadora estoy en contacto permanente con adolescentes de diversa índole que se encuentran inmersos en este proceso de cambio y búsqueda de su identidad propia. Por este motivo me lancé a escribir mi último libro, Qué hacer para que tu hijo no sea un imbécil. El motivo de este título tan particular es precisamente la necesidad de llamar la atención sobre este tema que parece haber caído en el olvido. Se trata, por tanto, de un texto resultado de muchas horas de entrevistas con jóvenes en las que me han transmitido aquello que les preocupa, en qué están pensando y qué cosas consideran más importantes en la vida. Gracias a él he intentado recrear un enfoque que ayude a los padres a conocer mejor qué sucede en el interior de sus hijos y cómo deben apoyarles.

En ningún caso pretendo dotar a los padres de un manual de instrucciones para comprender a esta generación, sino de proporcionarle consejos básicos para conseguir una comunicación más fluida, una mejor relación y unos futuros adultos de alta calidad humana.

Los adolescentes, a medida que crecen, van adquiriendo un mayor grado de independencia, creando y estrechando relaciones con nuevos círculos al margen del ámbito familiar. El principal problema en este punto es la falta de experiencia y formación al respecto. Desde la infancia, nos acostumbramos a estar con las mismas personas (sobre todo familiares), y conforme crecemos, los vínculos con unos se van estrechando y con otros perdiendo. Este mismo proceso lo viven los adolescentes no solo con los compañeros de instituto, sino con personas de actividades extraescolares, asociaciones, etc. Y dentro de este proceso, su mayor preocupación es el hecho de encontrarse a sí mismos.

Esta es una expresión muy manida, pero sin embargo es la realidad de millones de jóvenes que cada día buscan su camino, alguien o algo que les guíe. Y esta parte de su vida está muy vinculada con la espiritualidad. No desde un ámbito religioso, sino desde las experiencias que han de vivir y que les preparan para el futuro y para convertirse en la persona que quieren llegar a ser.

Esta espiritualidad es la brújula interna que nos ayuda a comprender qué ocurre en la vida, a darle sentido a lo que pasa a nuestro alrededor y a determinar el modo en el que encajamos en el mundo y en el caso de los jóvenes son ellos los que deben alcanzar sus propias conclusiones, dándose cuenta de que sus actos tienen un significado y que son el reflejo de sus creencias y valores personales.

Pero para que logren este conocimiento deben tener modelos, que son los adultos que les rodean. Los niños ven los actos de sus familiares y los catalogan, escogiendo conductas con las que se sienten identificados y seguros. Por este motivo es tan importante ofrecerles apoyo responsable.

Mucho se está hablando de la irresponsabilidad que muestran los jóvenes de hoy en día. Sin embargo, nadie se cuestiona el ejemplo que les estamos dando los mayores. Por eso es tan importante crear un entorno familiar en el que se sientan seguros y en el que vean que sus decisiones y opiniones son escuchadas y entendidas. Es imprescindible, por tanto, conseguir crear un clima de confianza en el que ellos se vean capaces de transmitir sus cuestiones y preocupaciones y además, nosotros consigamos hacer calar nuestro mensaje.  Necesitan, por tanto, adultos responsables que den buen ejemplo. Esto no quiere decir que debemos aceptar todo, sino más bien que es preciso entender qué quieren y a qué pueden llevarles estas decisiones, y ponerles límites que comprendan y asimilen como propios y aptos. Algunas de las preguntas que debemos hacernos son:

  • ¿Sufrirá algún daño?
  • ¿Harán que alguien salga perjudicado?
  • ¿Su conducta se adecua a los valores que intentamos transmitirles?

Estas preguntas nos pueden ayudar a acercarnos más a ellos y a generar un clima de seguridad en sus vidas y a hacerles partícipes de su propia educación. No hay nada más efectivo con un niño que mostrarle desde pequeño los beneficios y perjuicios de sus actos y las consecuencias de cada una de sus decisiones. Los padres, al final, tendremos que velar por ellos y transmitirles nuestra visión del mundo y el mejor modo de hacer las cosas.

Deanna Marie Mason es profesional de la salud especializada en pediatría y adolescencia

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