Opinión

«Voy a ir a Siria para darme un chute de vida»

Acaba de cumplir 80 años y lo celebra con un nuevo libro, Shangri-La. El elixir de la juventud y con la comercialización del compuesto mágico que él toma a diario, Elixir Dragó.

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09
agosto
2016

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Estrecha la mano, «dar la mano es algo más íntimo que besar, porque ahora la gente da los besos al aire. Los novios van de la mano, recogidos en su intimidad». También el abrazo es más íntimo, y su posología no queda restringida a la pareja, propongo. «Tienes razón, pero para abrazar a alguien tienes que conocerle bien, haber compartido con él vivencias de las que unen», responde. Son las diez y media de una mañana de día laborable y él pide un vodka frío, «helado, a ser posible». La camarera le trae un vaso con hielo que él rechaza. «No le he pedido vodka con hielo, le he pedido vodka muy frío, eso que me trae es una porquería, dígaselo al encargado de mi parte». Quien habla no puede ser otro que el madrileño Fernando Sánchez Drágo.

Acaba de cumplir 80 años (2 de octubre, libra), y lo celebra con un nuevo libro, Shangri-La. El elixir de la juventud (Planeta), y con la comercialización del compuesto mágico que él toma a diario, Elixir Dragó, que se puede adquirir en farmacias, parafarmacias, hebolarios, grandes superficies…

Esto del elixir de la eterna juventud no es nuevo, recuerda a la fórmula medieval conocida como ‘Traica Manga’ o al brebaje de la doctora Ashlan, ‘Gerovital’. Es más, el propio Dragó lleva hablando de él desde hace mucho tiempo. ¿Es una decantación de lo ya encontrado? «Es un remedio propio, que quiero compartir con todo el mundo. A mí me funciona. Es legal, y conseguirlo, sin alterar el original, de uso propio, no ha sido fácil, créeme. Lleva vitaminas, probióticos, hormonas, aminoácidos, minerales y antioxidantes. Los antioxidantes son importantísimos, envejecemos porque nos oxidamos». Ocho frascos con 28 cápsulas cada uno por la ¿módica? cantidad de 125 euros.

En el libro se advierte: la libertad es el basamento para ser feliz. «Ser libre es lo principal, porque la salud y juventud, si no eres libre, no sirven para nada. La libertad es nuestro envoltorio natural, nuestros zapatos, nuestra ropa interior, la libertad es condición sine qua non, absolutamente todo, quien no sea libre que apague y se vaya. Por desgracia para ellos, la mayor parte de la gente no es libre».

Pero tres son los vectores que, una vez ganada por uno mismo su propia libertad, sustentan la felicidad. «Uno, la genética, que es un don, algo que se nos da, que recibimos; dos, el estilo de vida (haz lo que quieres pero nunca cometas excesos, de ningún tipo); tres, el carácter, la filosofía de la vida, la manera en la que te enfrentas a la existencia. Juventud o vejez no son cuestiones de la fecha del registro civil, hay gente que nace joven y muere joven, y gente que nace y muere vieja. Si naces joven hay que saber mantener la juventud».

Surge la duda. ¿Qué hacemos con aquello que canta el refranero, para poca salud mejor morirse? ¿Lo damos por bueno? «Vamos a ver, vamos a ver… he tenido buena salud, pero también mis percances. Me operaron del corazón, llevo tres bypass, escribí un libro entero sobre esto, Kokoro. A vida o muerte. No me quería morir, pero si no me hubiera operado me hubiera muerto. Me salvó una cadena de circunstancias curiosas, pero viví ese percance con alegría extraordinaria, lleno de alegría, salud, ímpetu. Abrí los ojos en la UVI del Ruber y pedí que me dejaran allí un poco más, porque en la UVI se mezcla la vida y la muerte, la cotillería, las alucinaciones…».

sanchez-drago

Y el caso es que pudiera parecer que al escritor, esto de ponerse en juego, de arriesgar, le gusta. O le pone, porque el sexo es fundamental en esta dieta ético-biológica, antiestamínica, holística. «Hay que hacer el amor, follar mucho», insiste. Lo de ser temerario se advierte en su deseo de irse a Siria (lo hará acompañado por su pareja actual, la periodista Anna Grau). «Quiero darme un chute de vida, quiero saber qué ocurre por allí, uno ya no puede fiarse de los medios de comunicación, porque nos mienten, nos manipulan, y yo no quiero que me lo cuenten, quiero verlo y después contarlo. Podría fiarme de lo que me dicen los medios, pero nunca me fío de nadie, sólo me fío de lo que verifico, lo contrario se llama fe, y la fe es ciega, no racional, no es propia de seres humanos. Fe tiene un perro. Ya estuve en Fukushima y, después de todo, no fue tan terrible. Además, las guerras no están activas las veinticuatro horas del día».

Mire que si le captura el ejército yihadista… «Me repugnaría moralmente, aunque luego quizás lo aceptase, que el Estado tuviera que pagar un rescate al ISIS por mi culpa. Uno tiene que autofinanciarse. Yo eliminaría los gastos sociales. Y dejaría la misericordia, la compasión, la beneficencia. Estoy en contra de todo lo público, de todas las ideologías, una ideología es un corsé de las ideas, yo estoy a favor de las ideas, aunque la que más detesto es la socialdemocracia porque elimina lo más importante, el sentido del honor, del deber, de la responsabilidad. Somos hijos de nuestras obras, todo lo bueno y lo malo que le sucede a una persona es fruto de su forma de vivir, de ser».

Tenemos que ser impertinentes y sugerirle que tal vez si cobrase una pensión mínima, y estuviese enfermo, si no hubiera tenido la oportunidad de estudiar en el colegio del Pilar, si no hubiera podido recibir una educación, tal vez digo, acaso no pensase así de la cosa social… «Estoy de acuerdo con que tiene que haber formas de solidaridad, pero no han de ser públicas, no me vas a convencer».

Aflojamos. Al fin y al cabo, tenemos delante a un escritor, no a un filósofo. «A los seis años me di cuenta de que quería ser escritor, un determinado modelo de escritor, como Hemingway, un escritor samurái, que se raja sus vísceras para ir a la guerra, a los terremotos, para tener líos con las mujeres. Sí, solo soy escritor, todo lo demás es anécdota».

Pero volvemos a la impertinencia. Ya que hay que terminar la entrevista, preguntamos por un posible epitafio. «Lo pienso muy a menudo. Tengo tumba, en el cementerio de Castilfrío, en un rincón, al lado de la iglesia, y un ataúd en mi despacho. Ahora estoy pensando en hacer la lápida ya, por no crear problemas a mis descendientes. Manejo mucho epitafios… por ejemplo el verso de Cervantes, ‘fuese y no hubo nada’, la inscripción que todavía existe de la Facultad de Letras del edifico A de la Complutense, ‘detente caminante’, el de una matrona romana que leí en un cementerio, ‘guardó su casa e hiló’, aunque yo diría ‘cuidó de los suyos y escribió’. Parafraseando a Groucho Marx, que él escribió en la suya ‘perdonen que no me levante’, podría poner ‘perdonen que no se me levante’…

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