Cultura de libro

Artículo

Ricardo Dudda

@rdudda

En un reciente artículo en su Substack, Phil Christman se pregunta si debería preocuparnos que la Generación Z no lea muchos libros. Aporta datos de EE.UU.: «En 1976, casi el 40% de los alumnos estadounidenses de segundo de bachillerato leyeron 6 o más libros por placer en el último año. En 2021-22, se había reducido al 13%. El número de los que no leyeron ni un solo libro por placer siguió el camino inverso, pasando del 11,5% en 1976 al 41% en 2021-22». Los hábitos en España son distintos, y Alberto Olmos ya ha señalado lo delirante que son los datos de la encuesta de hábitos de lectura del ministerio: supuestamente un 65% de los españoles leen libros en su tiempo libre, una cifra completamente inverosímil.

Es un debate en el que siempre he sido muy cínico. He rechazado siempre el culto a la lectura por la lectura, esa visión que considera que cualquier lectura es mejor que nada (es decir, que es mejor leer una novela horrible que no hacerlo). Tampoco me gustan las defensas utilitarias de la lectura: es buena para el desarrollo cognitivo, para la empatía, para la concentración. Es como ir al gimnasio o comer mucha fruta.

El ciudadano ideal ha de ser un ironista, en el sentido socrático

Pero la columna de Christman tiene una reflexión muy interesante sobre la «utilidad» de la lectura. Dice que los hábitos de lectura débiles o intermitentes nos conciernen a todos porque los medios de comunicación enseñan hábitos de pensamiento. Los medios no solo nos ofrecen contenidos, sino que nos enseñan formas particulares de relacionarnos con ellos. El estilo de relación que enseña la lectura tiene un nivel de distancia e ironía incorporado: siempre sabemos que un libro es, por así decirlo, una traducción de la realidad a prosa, a frases, mientras que los medios sonoros o visuales pueden engañarnos y hacer que los confundamos con la realidad».

Es importante la parte de la ironía. El ciudadano ideal ha de ser un ironista, en el sentido socrático. Debe ser capaz de ver con cierta distancia los asuntos humanos y a sus semejantes, y reflexionar sobre quién es y por qué hace lo que hace en sociedad, y cuáles son las normas sociales y por qué existen y si deben o no ser desafiadas. El discurso tan manido de que hay que enseñar «pensamiento crítico» (normalmente una reivindicación vacía) es en el fondo una defensa de la distancia irónica, que no es el «no te creas nada» ni el sarcasmo sino ser conscientes de nuestra propia contingencia. Y eso sí que creo que lo consigue mejor que nada la cultura escrita y la cultura del libro. Porque contiene una parte de desciframiento, de distancia, de descreimiento que resulta útil: el contenido está más mediado por nosotros, hay una interpretación, una relación más reflexiva.

Quizá la recomendación beata de que «hay que leer más» no tenga mucho sentido en los adultos: nadie debería sentirse culpable por no leer. Me resulta extraño indicarle a un ciudadano el formato de cultura que debe consumir. Pero creo que sí es importantísimo el fomento de la lectura en niños y adolescentes. La lectura enseña una distancia irónica esencial para vivir en democracia.