Cultura

«Con los refugiados comprobamos lo podrida que está Europa»

Premio Nacional de Teatro en tres ocasiones, José Carlos Plaza acaba de estrenar Hacia el amor, un texto de Ingmar Bergman en versión de Adriana Davidova.

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16
marzo
2016

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José Carlos Plaza ostenta el honor de haber recibido en Premio Nacional de Teatro en tres ocasiones (1967, 1970 y 1987). Cursó estudios de Derecho y Psicología en la Complutense, pero pronto se dio cuenta de que lo suyo era, como cantaba La Lupe, Puro teatro, así que se inició en la formación artística con William Layton y Miguel Narros en el Teatro Estudio de Madrid, génesis del célebre TEI (Teatro Experimental Independiente) y semilla de Teatro Estable Castellano, que codirige hasta 1980, antes de pasar a capitanear el Centro Dramático Nacional.  José Carlos Plaza (Madrid, 1946) acaba de estrenar Hacia el amor, un texto del cineasta Ingmar Bergman en versión de Adriana Davidova, también protagonista del mismo junto a Liberto Rabal, que se puede ver en los Teatros Luchana.

¿Ese es el camino adecuado, Hacia el amor?

Bergman plantea un camino, el camino del amor por medio del conocimiento, propone intentar pasar las vicisitudes de la vida a través de una relación que puede romperse en determinados momentos, pero en la que el compromiso, desde lo cotidiano, desde el conocimiento del uno y del otro, va forjando un tipo de amor más profundo, quizás menos apasionado, pero sí más intenso. Ése es el camino que Bergman fija.

¿Qué hace falta para que el amor se mantenga en pie?

Se basa mucho en el entendimiento, en intentar colocarte en el papel del otro, en el puesto del otro, eso ayuda muchísimo; eso y adaptarse al tiempo de la relación, porque el tiempo todo lo transforma, para bien o para mal, pero nada permanece igual. Por fortuna.

¿Cuáles son esas trampas del amor de las que nos habla Bergman?

Los tópicos: que todo va a permanecer igual, que si hay amor todo es de color de rosa, que la pasión es la misma en cualquier momento… todo eso es mentira, asumámoslo para no desengañarnos. Si no somos conscientes de que cualquier relación está sujeta a cambios, cuando lleguen te sorprenderán para mal y te pondrán triste. Los cambios son lógicos, y necesarios.

¿Y por qué nos asustan tanto? No ya solo los cambios en la pareja, los cambios políticos, sociales…

Porque vivimos en una sociedad muy vaga, muy acostumbrada a que todo se lo den hecho, a que todo esté muy masticado, que no se piensa mucho, que es bastante borreguil, y cuando llegan los cambios no tenemos las herramientas adecuadas para incorporarlos, ni culturales ni de práctica, y no sabemos ni queremos adaptarnos. Somos una sociedad bastante inflexible, bastante dormida, con principios muy generales, somos muy perezosos y somos muy incultos, contamos con pocos mimbres para poder discernir un problema con otro.

¿Habla de los españoles o del europeo en general?

Europa no está, en su conjunto, mucho mejor en este momento que España. Lo estamos viendo estos meses, con la crisis de los refugiados. Podemos comprobar lo podrida que está la sociedad europea, que no es capaz de ser solidaria y que se ha entregado por completo a los mercados. Bergman habla de eso, de un tipo de sociedad que está arraigada en muchas partes. Por otro lado, todo esto que acabo de apuntar se acentúa en España, porque vamos siempre con cierto retraso generacional en lo que se refiere a la cultura.

¿Qué es lo que más le ha impresionado del texto de Bergman?

Lo que más, su enorme y profundísimo conocimiento del alma humana, aparte que dramatúrgicamente: su técnica de la dramaturgia es perfecta. A través de este paisaje de unos secretos de matrimonios, profundiza de tal manera en el comportamiento humano, en las mezquindades y en las grandezas, en las tensiones, en lo que queremos aparentar y no somos que resulta emocionante su texto, a la vez que complejo y divertido; divertido no en cuanto a broma, sino en cuanto al juego de verte en otro.

Bergman tiene algo que, hoy en día desquicia, su tiempo, enlentecido, que a más de uno desquicia…

Bergman hace un análisis sobre el modo de intentar frenar esta vorágine de que todo tiene que ir a toda velocidad, de que el dinero se imponga, como se impone la obligación de tener que ganar dinero para gastarlo. Lo que plantea es que el único modo de conseguir una buena comunicación con el otro, con cualquier otro, es de manera pausada, mirando a los ojos, escuchando. Escuchando. Pocos hoy entienden este verbo. El tiempo del diálogo es pausado, es un andante musical. Pero parece que estamos obligados a correr.

Captura

¿Y el tiempo del diálogo en el Hemiciclo, en estos momentos, es más bien el de una zarabanda –baile lento de dos-, danza de a tres, una conga de varios…?

Soy un hombre de izquierdas, he votado siempre a Izquierda Unida, y he pertenecido al Partido Comunista desde hace muchos años. Me gustaría, en cualquier caso, un Gobierno de izquierdas, de izquierdas de verdad, no sólo de palabra.

¿Y para eso?

Para eso tendrán que hablar, ceder, mirarse a los ojos y cerrar un acuerdo.

¿Es posible la comunicación en esas esferas?

Por supuesto, en cualquier ámbito es posible. El mundo se mantiene y es posible por la gente cercana, el ser humano es el comunicativo por excelencia. Es cierto que desde que nacemos no hacemos más que ponerle barreras en esa comunicación, pero romperlas siempre está en nuestras manos. Hay que tener tranquilidad, valentía y mucha cultura. La cultura da las claves del comportamiento, nos habla de cómo se comportaba una sociedad hace miles de años, y de cómo ha ido evolucionando. Pero hay que conocer la evolución de los valores para que esa comunicación sea fluida.

¿De todas las formaciones, nuevas y clásicas, cuál defiende mejor la cultura?

Ninguna, soy un poco pesimista al respecto. No oigo a nadie, a nadie, hablar de cultura. Porque la cultura no es bajar o subir el IVA, que también, la cultura es, sobre todo, dar la formación y educar a la persona para que pueda pensar por sí misma.

¿Qué ha sido lo más complicado y lo más gratificante de trabajar con este texto?

Lo más complicado fue tomar la decisión de que íbamos a hacerlo sin nada, sin decorado, desnudando a los personajes en un vacío, sin ayuda alguna, con la excepción de seis sillas. Lo más gratificante, como siempre, es la relación con los actores, que procura siempre un punto de contacto maravilloso, lleno de calor, de ternura, de vida…

¿Alguna excepción a la norma?

Sí, una, un caso en concreto de un actor de esos que van de estrella, no pude dirigirle.

¿Qué tiene que tener un texto para que se comprometa a dirigirlo?

Que tenga conexión con la sociedad actual, ya esté escrito en el siglo V a. C. como Medea o en nuestros días. Que lo que esté contando tenga que ver con el hombre actual, que tenga valor, aunque la estética o sus formas sean antiguas, eso me da igual, me interesa el contenido.

Después de todos estos años de vocación, ¿de qué manera le ha cambiado el teatro?

¡En todo! ¡Me ha cambiado por completo, para bien! He cambiado cien por cien. Ahora me mezclo con la gente, la conozca o no. Antes vivía como con una especie de barrera, ahora me gusta entregarme a fondo a la vida, antes tenía ciertos reparos; ahora soy muy lanzado, y antes era muy tímido. El teatro ha hecho de mí una persona hedonista y lúdica.

¿Ha tenido que sacrificar algo por su profesión?

Sí, ten en cuenta que para mí el teatro ha estado y está por encima de todo. Eso para tu pareja no es fácil de entender, y termina fracasando.

Por cierto, ¿cuál es la última obra que le ha emocionado?

… Me ha conmovido el regreso de Carmelo Gómez en El alcalde de Zalamea, su trabajo específico, un trabajo extraordinario. También me tocó el alma El coleccionista, en una sala underground, con Cristina Arranz. Ah, Piedra oscura y Clift, ambas de Conejero, también.

¿Merece la pena vivir sin amor?

Tendríamos que hablar primero de qué es el amor; si hablamos del amor de san Valentín, desde luego es mejor estar solo. Si hablamos del amor con mayúsculas, en grande, del amor de verdad, el amor a una profesión, a un hermano, a un amigo, a un niño, a la naturaleza, a la pareja que amas… entonces, es imprescindible.

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