Opinión

El imperativo de la resiliencia

¿En qué forma podrían evolucionar los riesgos globales en la próxima década? Solo si nos hacemos esa pregunta seremos capaces de detectar cómo y cuándo pueden manifestarse y prevenirnos de sus efectos.

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03
marzo
2016

Nos encontramos en el inicio de la denominada Cuarta Revolución Industrial, una nueva era que se asienta en el desarrollo de la tecnología a una velocidad sin precedentes, que está alterando todo tipo de industrias en todo el mundo y que comportará importantes mejoras en nuestra calidad de vida.

El Informe Riesgos Globales 2016 del Foro Económico Mundial ha puesto sobre la mesa por undécimo año la forma en las que los riesgos globales podrían evolucionar en la próxima década, cómo y cuándo pueden manifestarse y en qué manera pueden afectarnos a las personas, instituciones y economías del planeta. Y nos ha dejado una certidumbre: el cambio es lo único permanente.

Además, tal como analiza la encuesta de Percepción de Riesgos Globales del Foro de este año, en la próxima década también nos enfrentaremos a grandes riesgos que pueden generar enormes rupturas frente a los equilibrios actuales: la pérdida de más de siete millones de empleos, deflación en las quince economías más grandes, necesidad de proveer soluciones ante las crisis fiscales, el precio de la energía o los ciberataques. Solo estos últimos provocan pérdidas de 445.000 millones de dólares anuales, una cifra que supera, por ejemplo, los ingresos de Chile.

Destacan riesgos medioambientales como la crisis del agua o la mitigación del cambio climático, así como las crisis alimentarias y la inestabilidad social, amén de otros muchos riesgos geopolíticos, económicos, tecnológicos y sociales. Los asistentes a esta edición de Davos han manifestado su «desconcierto» en muchos casos ante la inseguridad sobre lo que puede acontecer en el panorama internacional, debido a la concatenación de diversos factores. La presidenta del FMI, Christine Lagarde, incluso ha afirmado que «el optimismo es modesto y los riesgos grandes».

Todos estos riesgos tendrán un gran impacto para empresas de múltiples sectores, como los de la alimentación y bebidas, distribución o logística, por citar solo algunos. Este impacto será mediatizado por la situación institucional, económica  y social de los países y mercados donde operen. Pero el factor más relevante para determinar el impacto final en las organizaciones será el sistema de control y gestión de riesgos que esté implantado en cada empresa.

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El logro de los objetivos y estrategia de cada organización no puede alcanzarse sin asumir y gestionar los riesgos e incertidumbres a los que se enfrenta. La capacidad de hacer frente a los riesgos es limitada, de ahí que sea necesario establecer un apetito de riesgo y una tolerancia, es decir, el nivel de riesgo objetivo y la desviación sobre el mismo que estamos dispuestos a aceptar. El sistema de gestión y control de riesgos debe velar por que el perfil de riesgos que realmente tengamos sea congruente con nuestro apetito.

Todo ello requiere de una gestión dinámica y compleja. Además es fundamental, y suele olvidarse, que esta debe estar alineada con la estrategia de la compañía y con su cultura corporativa. Se genera así un círculo virtuoso entre la estrategia, los objetivos de la organización y los riesgos.

Los principales órganos de gobierno de las empresas (Consejos de Administración y la alta dirección) tienen la responsabilidad de apoyar e impulsar la gestión y control de los riesgos. Es necesario implicar a toda la organización, definiendo claramente roles y responsabilidades. Finalmente, para ejercer adecuadamente su función de supervisar este sistema, deben actuar con ejemplaridad y dedicación. A largo plazo, las empresas no son mejores que sus órganos de gobierno.

Multitud de normas internacionales contemplan el desarrollo de los sistemas de gestión y control de los riesgos y los mecanismos que deben seguir Consejos de Administración, alta dirección, Comités de Auditoría y auditores internos en las organizaciones. En nuestro país hemos dado importantes pasos, con leyes como las de Auditoría o la Ley de Sociedades de Capital. Esta última incluye la aprobación de una política de control y gestión de riesgos entre las facultades indelegables de los Consejos de Administración, también desarrollada en el Código de Buen Gobierno de las Sociedades Cotizadas elaborado por la CNMV.

Más allá de la Ley, muchas empresas llevan años implantando sólidos sistemas de gestión, control y supervisión de los riesgos y los departamentos de Auditoría Interna han jugado y juegan un papel fundamental en mejorar el sistema; proponiendo mejoras en los controles, y dando una visión independiente sobre su eficacia.

Esta es una de las misiones principales de nuestra profesión: proteger el valor de las organizaciones en las que trabajamos y también colaborar en identificar y mitigar esas amenazas. Aunque los riesgos son múltiples y se incrementan, también avanzan las soluciones. No sobrevive la empresa que siempre acierta, sino la que sabe rectificar. Las sociedades deben seguir desarrollando e investigando para ser resilientes a los cambios y contribuir a su propia estabilidad.

En España, la crisis nos ha demostrado la importancia de la gestión de los riesgos dentro de las empresas, ya que las deficiencias en esa área fueron, en gran medida, las que favorecieron la situación que hemos estado padeciendo los últimos años. Tan importante es generar valor como protegerlo, y esa protección es la que nos ayudará a mitigar los grandes riesgos e incertidumbres a los que continuarán enfrentándose las organizaciones en un futuro cierto y cercano.

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